Capítulo 39

806 66 0
                                    

Abrí los ojos, desesperada por la insistente alarma que había puesto la noche anterior. Bueno, más que una, creo que fueron diez, una seguidilla de alarmas programadas con cinco minutos de diferencia.

Salí de mi habitación y me encontré con Miranda, preparando el desayuno. Parecía divertida por el hecho de que casi me agarrara un ataque de pánico en sueños.

Me acerqué a ella y la empujé con la cadera, haciendo que volcara parte de su café con leche, infaltable para ella todas las mañanas. Me miró con un odio profundo, dibujado en las arruguitas que se formaban al costado de sus ojos cuando se molestaba. Sonreí, complacida de haberme vengado.

Me senté en la barra de desayuno frente a la comida que ella me había preparado. Se sentó junto a mí y comenzamos a hablar. Solíamos hacer esa misma rutina todas las mañanas. Bueno, siempre que lograba levantarme temprano.

Decidí tomar una ducha y le pedí que me eligiera algo para vestir. Entre yo y ella, Miranda era la mejor opción. Al salir, sobre mi cama había tendido un hermoso vestido negro. Era de ella, yo no tenía ropa tan bonita.

Me vestí y esperé que saliera de bañarse para agradecerle. De acuerdo, habíamos empezado el día bien, todo estaría perfecto.

El reloj marcó las 7.15 am y un llamado hizo vibrar mi celular. Las pequeñas letritas describían "Aaron c:", así que tomé mi bolso y me despedí de mi mejor amiga. Ya había llegado la hora de comenzar mi nuevo trabajo.

Atendí mientras bajaba por las escaleras, sin sorprenderme que el ascensor siguiera sin funcionar. Le avisé por el teléfono que estaba bajando pues habíamos acordado que él me llevaría mi primer día.

Subí a su auto y lo besé rápido, para poder ponernos en marcha. Mientras conducía, me dejó parlotear libremente todo el camino. No se quejó ni una vez, cada tanto soltaba una sonrisita o hacía algún comentario. Supongo que le gustaba verme emocionada.

Si bien Alex no me había mencionado nada acerca de qué tipo de trabajo haría, internamente deseaba que fuera algo que me gustara hacer. Si no toda esa emoción iría en declive a lo largo de los días hasta que este trabajo se convirtiera en sólo un peso para mis hombros. Yo definitivamente no quería eso, por eso me había enfocado en pensar positivamente.

Llegamos al edificio, diez veces más bonito y lujoso que las anteriores oficinas donde tuve que pasar seis meses de mi vida. Bajé del auto, no sin antes darle una efusiva despedida a mi novio.

Entré en aquel impresionante lugar; más que unas oficinas de trabajo parecía el hotel Hilton. Pregunté en recepción hacia dónde debía ir, una amable chica apenas mayor que yo me dijo que debía hablar con el jefe primero y me indico precisamente cómo llegar hasta allí.

Caminé hasta el lugar indicado, feliz, algo me hacía sentir llena de vida. Una sensación extrañar me recorría, pero era gratificante. Llamé al ascensor y esperé. Cuando llegó, me dispuse a entrar pero un tumulto de gente salió disparado por la puerta doble.

Finalmente logré subir y toqué el botón del piso más alto. Al parecer a los jefes de empresas les gusta tener su escritorio en el piso más grande y más alejado del suelo posible. Las puertas volvieron a abrirse y la misma escena se repitió, sólo que esta vez, yo intentaba salir.

En mi intento, me llevé por delante a alguien, tirándolo a él y mi bolso. Maldición, dije para mis adentros. Me agaché para recoger las cosas caídas, y golpeé mi cabeza contra la del desconocido. Esta vez, la palabrota brotó de mis labios.

Cuando pude tomar lo que era mío, tendí mi mano para ayudar a aquella persona que había tirado. Aceptó y pronto sentí la fuerza que me tiraba hacia abajo.

Una vez que se hubo levantado, comencé a balbucear disculpas mientras sonreía como boba. Miré su rostro mientras movía mis manos a la desesperada, consciente de ambos nos habíamos golpeado muy fuerte y sin ánimos de enojar a nadie.

Creo que por un minuto, todos los relojes cerca de mí, cortaron ese imperceptible tic tac, propio de ellos. Mi corazón, al parecer, los imitó pues yo estoy segura de que durante un instante dejé de sentir los continuos latidos en mi pecho.

Y qué más podía esperarse si quién tenía frente a mí, ataviado con un traje negro y corbata era Tony.

Permanently yoursDonde viven las historias. Descúbrelo ahora