Capítulo 40

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Por un momento, ambos nos quedamos algo así como pasmados. Puedo afirmar que mi boca estaba lo suficientemente abierta como para que toda persona presente pudiera ver hasta mis muelas.

Una leve sonrisa apareció en su rostro pero no duró mucho. Me alcanzó mi celular, que sin notarlo había volado de mi mano, yendo a parar al piso.

-Hola, ___ - murmuró. No pude reprimir una sensación repentina que llenó todo mi cuerpo y me obligaba a sonreír. No fue su tono, ni su actitud, simplemente volver a escuchar su voz después de… ¿cuánto? ¿Diez años? Era reconfortante.

 Algo dentro de mí me forzó a mirar mi reloj, y adelantarme a las palabras que comenzaban a formarse en la boca de Tony, haciendo que lo interrumpiera.

-Tony, debo irme, debería haber llegado hace cinco minutos a la oficina y si llego tarde me despedirán y…

Se acercó y besó mi mejilla, susurrando un débil “suerte” mientras lo hacía. Di media vuelta, y salí disparada hacia el lugar que la chica de recepción me había indicado.

Llegué y golpeé la puerta, debo admitir que un poco asustada. Una voz del otro lado me indicó que pasara. Mientras caminaba hacia la mesa donde aquel hombre canoso estaba sentado, decidí ser completamente honesta y dejar de fingir excusas. No volvería a llegar tarde, esto había sido… un accidente.

Con un gesto de la mano, me pidió que me sentara. Lo obedecí y puse mi espalda tan derecha como pude y me obligué a tranquilizarme.

-Diez minutos tarde, señorita ___ - su regaño me recordó a la profesora que había tenía en cuarto año, qué horrible mujer.

-Lo lamento, señor, tropecé con un empleado y golpeé mi cabeza. Ese es el motivo de mi tardanza.

Sonrió, divertido por mi explicación. Algo en él logró hacer que me calmara. No parecía molesto. Hablamos por unos minutos, donde me explicó metodologías de trabajo y en qué se basaba lo que debía hacer.

En pocas palabras, trabajaría como secretaria de uno de los editores en jefe de no sé qué revista, siendo el enlace entre él y esta oficina. Bastante bien para empezar. De todas formas, dentro de mí albergué la esperanza de subir a un mejor puesto, pero eso ya me lo ganaría con el tiempo.

Salió conmigo de su gran despacho y me acompañó hasta mi escritorio. Era blanco, grande y cómodo y la silla no me hacía doler el trasero. Dejó una pila de papeles frente a mí y sonrió antes de hablar.

-Son cartas, debes leerlas y decidir cuáles son las más importantes, hacer un resumen de las que elijas y mandárselas a John.

Se marchó sin más, dejándome con ese montón de cartas que no se veían para nada apetecibles. Suspiré y tomé uno de mis cuadernos y mi vieja cartuchera. Comencé a leer una por una, subrayando con lápiz las partes más importantes.

Estaba por llegar a la tercera, cuando sentí que alguien tocaba mi hombro. Volteé y sonreí al ver a una muchacha morocha, supuse tendría mi edad, que estaba estirando un papelito hacia mí. Lo tomé, no se me ocurrió preguntarle qué era. Me dijo que se llamaba Annabeth, que era un gusto conocerme y blablabla.

-Mi nombre es ____, pero realmente preferiría que me dijeras ___.

-Un gusto, ___ - respondió Annabeth. – Debo irme a hacer algunas cosas pero podríamos comer juntas.

Acepté su oferta, era una chica tierna y sonriente, suficiente para mí. Después de que se hubo marchado, casi retomaba mi trabajo hasta que recordé el papel. Estaba doblado en dos, así que lo abrí y noté la indistinguible letra de Tony:

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