Capítulo 36

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Pasaron dos semanas muy monótonas donde yo me levantaba y esperaba a que Miranda llegara. Día tras día. A esta altura, supuse que debería aceptar la oferta de mi novio, aunque honestamente trabajar con sus amigos no me atraía en lo absoluto.

Busqué a Miranda con la mirada, un sábado a la tarde dentro de una tienda de zapatos ubicada en pleno centro comercial no era sencillo encontrarla. La encontré probándose unos tacones color sambayón. Me acerqué a ella y la  contemplé por unos instantes.

-Te quedan preciosos, Miru.

-¿Lo crees? Creo que los compraré – los guardó en la caja y se los tendió a la mujer que la estaba atendiendo. – Este lugar está repleto.

-¿Tú también qué esperabas? Es sábado y la boda es a la noche y ¿cuándo vamos a comprar zapatos? El sábado a la tarde, somos unas genios.

-Ya, tranquila, ya terminamos – pagó los zapatos y nos marchamos de ese incómodo lugar.

Volvimos a nuestro departamento y nos dejamos caer, agotadas, en el sofá. Nos quedamos inmóviles durante varios minutos pero finalmente el hambre me venció.

Me levanté y nos preparé algo para comer; de a poco comenzaba a atardecer.          Me quedé observando cómo el cielo comenzaba a teñirse de naranja por la ventana. Miranda se acercó y me dio un empujoncito.

-¿Ya está la comida? – Asentí, aún concentrada en la ventana. - ¿en qué piensas, __?

Había estado tan emocionada con la boda desde el momento en que me habían informado de ella. Pero en ese preciso momento, sentía que mis ganas de ir habían desaparecido.

-Me iré a bañar.

Me metí en la ducha y me quedé allí por media hora o más. Probablemente me habría quedado allí toda la noche si Miranda no hubiera empezado a tocar la puerta insistentemente. Cuando salí, fui hacia mi cuarto y me senté en la cama. Un repentino cansancio azotaba mi cuerpo. Vi que mi amiga había colocado el vestido que usaría esa noche bien estirado al borde de mi cama. Era completamente blanco y tenía un corte hermoso. Unos tacones negros estaban colocados en el suelo. “Muy clásico”, se había quejado Miranda el día que lo compramos, “pongámosle color.” Si bien dejó el vestido tal como estaba, se esforzó en juntar pulseras de varios colores que pudiera ponerme. Decidí vestirme, ya había tardado bastante y Miranda me retaría si llegábamos tarde. Minutos más tarde, entró en mi habitación, vistiendo un precioso vestido rojo y los zapatos que habíamos comprado.

-Te ves hermosa, __ - dijo cuando me vio. – Ten esto, es el último toque.

Me alcanzó un collar que como dije tenía una flor, una flor pequeña con pétalo de distinto color. Sonreí ante el regalo y la abracé.

-Gracias, Miru. Tú también te ves hermosa.

Tomamos las cosas que nos faltaban y esperamos hasta que Aaron y Alex vinieron a buscarnos. Llegamos a la iglesia y nos sentamos lo más adelante posible. No pasó mucho tiempo hasta que Vic y Jaime se sentaron a nuestro lado, con sus trajes negros difícilmente se parecían a los muchachos que yo conocía. Jaime y Miru se pusieron a hablar de las damas de honor y sus ridículos vestidos verdes. “Quería que fueras mi dama de honor, pero serán mis primas, es más sencillo que decidir entre mis amigas’’ recordé que me había dicho. Internamente, agradecí que no me hubiese elegido para semejante honor.

-Estás muy callada –comentó Vic, quien había estado hablando con Aaron. - ¿Te pasa algo?

-No, Vic, estoy estupenda – sonreí, a pesar de que sólo quería salir de allí y sentarme en las escaleras, donde había aire fresco y estaba más silencioso.

-No, niña, a mí no me engañas. Vamos, dime – me tomó del brazo y salimos de aquel lugar. Una de las cosas buenas de Vic era que siempre sabía cómo me sentía y qué era lo que quería. Se colocó delante de mí y me miró, expectante.

-Ella dijo… dijo que estaban todos invitados. Conozco la respuesta, Vic, pero ¿todos son todos? – tomó mi mano y con la que le quedó libre, señaló la calle, a unos metros de nosotros.

-¿Eso responde tu pregunta? – seguí su mano y posé los ojos donde su mano señalaba. Por un momento, mi corazón comenzó a latir tan rápido que creí que todo el mundo podía escuchar los latidos. Tony y Jean se estaban bajando de un auto negro y lujoso.

Bajé la mirada, incómoda al recordar aquella parte del pasado. Desafortunadamente para mí, Jean se acercó a nosotros. Nos saludó alegremente, afirmó que estaba encantada de volver a verme, y entabló una animosa conversación con nosotros. Procuré no voltearme, podría asegurar que tenía un par de ojos clavados en mí.

Decidimos entrar, mejor dicho, obligué a Vic a entrar conmigo, luego de severos apretones a su mano, que aún sujetaba la mía. Me senté entre mi novio y Vic, lejos de los recién llegados. Apoyé la cabeza en el hombro de Aaron, cerré los ojos y comencé a prepararme para una larga noche.

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