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Beltrán ha soltado lo del pueblo de la abuela para que luego Manolín le vaya con el cuento a Luisita, está clarísimo. ¿Con qué intención? Pues ya os podéis imaginar que ninguna buena. Avisé de que nos podíamos esperar cualquier cosa viniendo de este ser y me extrañaba que pretendiera marcharse sin más.

Y es que aunque Luisita parezca ahora algo más centrada en el presente y en Amelia (la del musical), ¿dejaría pasar la oportunidad de obtener algo de información sobre Amelia (la del pueblo)? Teniendo en cuenta la de tiempo que lleva intentándolo, pues ya te digo yo a ti que no. Sabemos que debe ser una trampa porque viniendo de Beltrán... pero claro, para ella que no tiene ni idea de quién es Beltrán pues puede que sea lo más cerca que se ha visto nunca de saber la verdad, es lógico que lo quiera aprovechar.

Luisita probablemente sería capaz de ir llamando puerta por puerta a todas las habitaciones de todos los hoteles de Madrid con tal de aclarar esas dudas que tanto tiempo lleva arrastrando y, por qué no, recuperar a Amelia. Que esa posibilidad también estaría ahí y es demasiado tentadora como para ignorarla.

Por suerte (o por desgracia) no va a hacer falta llegar hasta ese extremo porque Beltrán va a querer acabar lo que ha empezado. Y eso nos lleva al miércoles y también a tener que presenciar cómo cierto engendro del averno se sienta en la barra de El Asturiano en cuanto comprueba quién está atendiendo. Lo siento pero era inevitable, esto tenía que pasar. ¿Para qué alargar más el sufrimiento dejándolo para el final del capítulo? Cuanto antes pasemos el mal trago, mejor. (A no ser que lo del final vaya a ser aún peor...)

- Un whisky.

Luisita reconoce la voz porque ya le atendió el otro día y se gira dispuesta a sonsacarle todo lo que pueda. Ahora o nunca. Coge la botella y le llena el vaso.

- Aquí tiene. – Beltrán le pega un trago. – Usted es tío de Emma, ¿verdad?

- Lo soy. ¿Os conocéis?

- Es una amiga de mi hermano, Manuel Gómez.

- Manuel Gómez... - dice pensativo. – Ah, sí – ríe. – Le conocí ayer en la comida, se le ve un buen chico.

- Lo es – confirma. – Me dijo que usted es de Zaragoza.

- De toda la vida.

- Ya... ¿y por casualidad no conocerá a Amelia Ledesma?

Así, directamente. Al grano. No como otras (con otras me refiero a la narradora osease yo).

- ¿Amelia Ledesma?

Amelia Ledesma, sí.

- Sí, es... una amiga mía.

- Vaya, pues claro que la conozco. Mi familia y la suya se conocen desde hace muchos años.

Luisita ahora mismo está que no se lo puede creer. ¿Así de fácil? Qué inocente.

- Y... ¿cómo le va? Es que hace tiempo que no sé de ella, perdimos el contacto.

- Muy bien. De hecho se casó hace poco con un chico estupendo.

Ya empezamos a inventar.

- Ah...

- ¿Cómo te llamas tú?

- Luisa Gómez.

- Mmmm... pues fíjate que no me ha hablado nunca de ti.

Cómo le gusta meter mierda...

- ¿Quieres su teléfono? Quizás si hablas con ella le refresques la memoria.

- Eh... bueno, vale – dice todavía descolocada.

- ¿Tienes papel y boli?

Luisita le deja la libreta de los pedidos.

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