Prólogo

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Nada la diferenciaba de la multitud, excepto el hecho de que no quería destacar como el resto de las personas debajo de las luces estroboscópicas, simplemente lo hacía naturalmente. Pero mirándola, nadie habría dicho precisamente eso. Utilizar ropa tan conservadora solamente en comparación con las demás chicas de la discoteca realmente la hacía llamar la atención, a diferencia de lo que sería esperable. Eso y el hecho de estar todas las noches detrás de la barra, sirviéndoles tragos a los visitantes que acudían al lugar por sus diferentes propósitos.

Ella lo notaba en sus miradas. Notaba cuando iban por placer, o solo a desahogar sus penas. Vislumbraba esa nota de soledad, la misma que le devolvía la vista todas las mañanas desde el espejo. Los observaba acabarse un vaso de whisky sin pestañear, de un solo trago; creyendo de esas formas que estaban tragándose sus problemas, según ella.

Después de todo ella había estado en esa posición, literalmente tratando de ahogar sus penas con el alcohol. Y quizás seguía manteniéndose ahí; asilada, flotando, muriendo. No viviendo su vida, sino sobreviviéndola.

Disfrutaba de la música electrónica fuerte, porque así no podía oír ni sus propios pensamientos, con mucha suerte entendían las peticiones de los clientes a la hora de preparar una buena bebida. Y además, podía reírse internamente de cada persona que bailase en ese lugar. Desde sus atuendos, hasta la forma tan fácilmente promiscua en la que se comportaban, y el ridículo al que se enfrentaba varios casos diarios de abandono o rechazo.

Aunque en el fondo envidiaba que pudieran sentir tanto, y a la vez tan poco. Poder prestar sus cuerpos para una única noche, con el consentimiento de ambos y solo para pasarlo bien, después de todo absolutamente nadie iba a una disco en busca del amor verdadero o una persona para compartir el resto de su vida, solo iban a burlar a la muerte con una muestra de amor carnal. Envidiaba nunca haberlo experimentado, cuando en ese preciso momento era demasiado tarde.

Sobre la medianoche era cuando su turno comenzaba, para finalizar alrededor de las cinco de la mañana. No era tan extenso como podría ser, ni trabajaba todas las noches, por lo que le era favorable el lugar, algo así como de medio tiempo.

Hacía tiempo que era una de las barman de la discoteca Ídem, por lo que el dueño le había cogido un tanto de cariño como para arreglarle los horarios y días para que tuviera tiempo de estudiar para la Universidad.

La única explicación para ese hecho era que nadie de su edad era contratada para ese tipo de empleos, y mucho menos duraban tanto tiempo y lo desempeñaban de forma tan profesional. Ella no ligaba con nadie, no cuestionaba a nadie ni intervenía en ninguna discusión; era simplemente perfecta para tener dieciocho años. Además, su belleza juvenil atraía más clientes con nada más que hacer, lo cual la volvía una pieza más importante para mantener ese barco en flote.

Ella sonreía sin sentirlo, con la mirada vacía y las palabras huecas escapándose de su boca, cumpliendo el papel de adolescente indiferente al pie de la letra. Tanto así que todos los que concurrían frecuentemente a Ídem la conocían; quizás tan solo porque habían compartido dos frases a la hora de ser atendidos, o porque habían intentado invitarla a salir, recibiendo siempre una negativa de su parte hasta a los hombres más bellos y exitosos que pasaban por allí.

Era conocida por su frialdad, misterio y belleza. Y por su voz, como no su voz. Por ser un ser inalterable, inalcanzable, increíble; que con tan solo una mirada lograba llamar la atención. Quizás ni siquiera estaba viéndote a ti, solo al reflejo del vidrio de los vasos a su rostro, pero tu quedabas prendido a la idea de que ella, Aitana, estuviera prestándote atención, aunque fuera por un mísero seguro, a través del mar de gente bailando y pasándosela bien en el corazón de Madrid.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now