Capítulo 18

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Se iba a olvidar. Se iba a olvidar. Se iba a olvidar. ¡Joder, se iba a olvidar en serio! ¿Cómo mierda pretendía recordar la letra? ¿Recordar cuándo entrar? ¿Recordar cómo respirar? Se iba a olvidar. ¿Cuándo se respiraba cantando? ¿Cuándo se respiraba sin cantar? Se iba a olvidar. Joder. ¡Joder, basta! ¿Cómo había aceptado esa situación? ¿Cómo no había salido corriendo al instante en el que se lo vio venir? Porque se lo vio venir, claro que se lo vio venir, era sumar dos más dos...

Se iba a olvidar.

—Aitana, cálmate. Lo harás genial, te lo prometo —le susurró Luis, cogiéndole del brazo para que le mirara.

Pero ni así lo hizo.

No podía respirar. Se iba a olvidar.

Había deseado por mucho tiempo volver a estar sentada en ese taburete, con un foco de luz alumbrándole el rostro y un micrófono de pie frente a ella, tanto tiempo que ahora estaba casi segura de que iba a tener un ataque de pánico. Su primer ataque de pánico en varios meses. Su primer pensamiento derrotista le invadió otra vez, ese pensamiento original de culpa y dolor que le recordaba que no podía hacer eso sin él, que no tenía que hacerlo sin él.

Se mordió la uña del pulgar con fuerza, apunto de romper el largo que se había permitido crecer después de pasar meses dañándoselas con los dientes hasta la piel, por los nervios. Parecía una chiquilla a la que le habían dicho que no podía hacerlo, y por eso mismo lo hacía. Por terca. Por costumbre. Por miedo.

Por ese miedo que la comía viva como si fuera la primera vez.

Dios Santo, ¿en qué estaba pensando?

—Joder —dijo ella, de repente—. Joder, Luis.

Soltó su propia mano y cerró el puño en torno al micrófono, con fuerza, estrujándolo, tratando de que se hiciera polvo en sus manos y todo desapareciera por arte de magia. Pero no existía la magia, ni existía esa salvación divina que estaba buscando para escapar. Nadie la iba a salvar si no lo hacía ella misma.

—Aitana —repitió él, firme—. Hagas lo que hagas te apoyaré, tu solo dime que hacer —optó por decir, al notarla dudar, quitándose la guitarra de llevarla colgada—. Dime una palabra y nos vamos.

Ella cerró los ojos y apretó más el micrófono. Y respiró: no tenía mucho tiempo para pensar, la disco estaba llenándose rápidamente así que, como siempre, el tiempo era caprichoso con ella y sus deseos. Quería irse y quería quedarse. Quería volver a sentir la emoción de cantar y a la vez no quería traicionar su memoria al ocupar su antiguo lugar con otro.

Quería más de lo que podía tener. Tenía que tomar una decisión, y tenía que hacerlo rápido.

—Ya está —murmuró Aitana, tras tragar saliva visiblemente. Ya estaba. Tenía que estar.

Alzó la cabeza y le miró, buscando fuerzas del centro de la Tierra para sonreírle. Él asintió con la cabeza. Ella compartió el mismo gesto con Ricky, a lo lejos, que le esperaba expectante para dar el aviso que comenzaría la música en vivo, esa tan esperada música en vivo que tantos dolores de cabeza le producía.

El anuncio no se hizo esperar, pero aun así ella tembló al escuchar esa ligera variación en la presentación, tanto que se perdió el inicio y solo escuchó el final, ese final que la aturdió hasta la punta del flequillo.

—¡... la bienvenida a Aitana y Cepeda!

Aitana y Cepeda.

Guay. Se oía guay.

En el trayecto a Ídem ella le había puesto al corriente de las canciones que solía tocar, las cuales eran básicamente cualquiera que estuviera de moda al momento, el rollo reggetonero de siempre, pero en acústico, como una degustación de la música que escucharían más adelante cuando la disco estuviera en su punto de aguje máximo. Eran la entrada para el primer plato perfecto que tanto caracterizaba las noches de Madrid.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now