Capítulo 42

4.5K 214 52
                                    

Seguía callado, incapaz de articular una sola palabra. Parecía que había perdido la capacidad de hablar, de repente, y que ninguna sílaba tenía sentido en su cabeza, ya que nada lograba formar una idea coherente como para comenzar, como para empezar a meter la pata hasta el fondo con ella.

Porque realmente no quería hacerlo.

—¿Qué pasa, Luis? —preguntó Aitana, dando golpecitos en el suelo con el pie—. ¿Te ha comido la lengua el gato?

—¿Qué gato?

—¡Ahora hablas! —chilló, poniendo los ojos en blanco—. Luis, como no empieces a hablar de una vez tendré que pensar lo peor.

Él estaba demasiado acojonado por su expresión como para preguntarle qué era «lo peor».

Así que solo suspiró.

—¿Te parece que deberíamos hablarlo aquí, ahora? —preguntó él, buscando la clemencia en sus ojos verdes.

—¿Temes que te grite frente a nuestros amigos? —inquirió ella, cruzándose de brazos, enfadada. Contra todo pronóstico, a él se le escapó una sonrisa—. Madre mía, tío, ¿qué pasa ahora? —farfulló, notando la forma extraña en la que le había mirado.

—Has dicho «nuestros» —puntualizó, con simpleza.

—¿Qué?

—Has dicho «nuestros amigos» —insistió él, ampliando la sonrisa—. Ya no son «mis» amigos. Son «nuestros».

«Nuestros», repitió en su cabeza. Pero claro que sí. Claro que eran suyos también. Y ella era un poco de ellos, no había más vuelta que darle. Esas personas le habían hecho redescubrir el significado de la amistad, del compañerismo, y del apoyo. Por supuesto que eran suyos, eran muy suyos.

—Jo... —Dejó salir ella, como un suspiro melancólico. Le hacía sentir tibia por dentro, derritiendo ese exterior frío que le solía caracterizar en ese ámbito de su pensamiento—. Pues sí. He dicho eso.

—Me alegra tanto, pequeña —afirmó, con dulzura, e hizo amague de cogerle para atraerla hacia él en un abrazo, pero ella se apartó de un salto, siendo muy consciente de que una vez sus cuerpos entrasen en contacto perdería todo el hilo de su conversación.

—No te vas a librar tan fácilmente de esto, Luis —señaló, volviendo a su gesto ceñudo.

Él volvió a suspirar; había estado tan cerca...

—Insisto en que es algo que deberíamos discutir en privado —dijo, y señaló detrás de ella, al pasillo—. Y esto no es privado.

Aitana soltó un bufido demasiado alto, pero no podía contenerse ni tampoco quería hacerlo. Le frustraba terriblemente la situación, pero lo cierto era que no debía presionarlo, no importaba lo cabreada que estuviese; era un tema sensible para el gallego, era parte de su secreto más oscuro y su pasado más tenebroso, así que, evidentemente, era él quien tenía que establecer las bases para contárselo, donde sea que se sintiese cómodo.

—Vale, tienes razón —cedió, a regañadientes—. Pero, necesito saber algo antes.

—Lo que quieras —dijo, y de verdad lo sentía.

—¿Ibas a contármelo? —preguntó, en un susurro, avergonzándose de tener que decirlo en voz alta—. Si a Roi no se le iba a la lengua antes, ¿igual ibas a decírmelo tú?

—Aitana... —dijo él, vencido. Recordó su vocecita cuando le dijo que lo más importante de un noviazgo era la confianza, y el corazón se le encogió al pensar que había traicionado eso tan serio para ella. Deslizó sus manos por sus brazos, hasta encontrarse con las de ella, y cogerlas como la catalana solía hacer cuando se aferraba a uno de sus dedos—. Por supuesto que iba a contártelo. No hoy, en realidad —confesó—. Creí que hoy no era el mejor momento para dejarte caer mis problemas.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now