Capítulo 53

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Escuchad la canción que dejo aquí o la mitad del capítulo no va a tener sentido, besis, hacedme caso.

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Aitana durmió todo el viaje, o al menos fingió que lo hacía para no tener que dar mucha explicación de por qué su rodilla se balanceaba incansablemente de arriba abajo sin ella poder detenerla. Simplemente cerró los ojos y apoyó la cabeza en el hombro de Ana, concentrándose en ella para no sufrir durante el vuelo.

La canaria le dejó descansar sin rechistar, notando lo terriblemente cansada que estaba la catalana a simple vista. Y nerviosa. Bastante nerviosa, incluso dormida, por los movimientos de su pierna. Pero asumió que era por los eventos que pasarían a continuación, y no los del pasado. Solo le perturbó el sueño cuando aterrizaron, y fue necesario que se levantase.

La chica de flequillo parpadeó varias veces, rápidamente, haciéndose la perdida, mientras se ponía la mochila al hombro y le seguía por el pasillo para bajarse de una buena vez de ese cacharro maligno. Si no fuese porque estaba por morirse de nervios por la posibilidad de estar embarazada, probablemente se hubiese muerto de nervios por la regularidad con la que últimamente se veía atrapada en esos aparatejos del infierno.

Tembló durante todo el trayecto del aeropuerto a la capital, desesperada por centrarse en algo más que no fuese en sus propios pensamientos, hablando y hablando con la canaria sobre lo que creían que podría resultar de la reunión con la discográfica. Mientras que su amiga estaba convencida de que iban a afianzar su proposición de grabarle un single, ella no podía dejar de pensar si acaso se habían equivocado de Aitana y ahora iba a darse una hostia en toda la cara al llegar emocionada a la entrevista.

—Pero, ¿cómo se van a equivocar de persona si me han dicho tu usuario en las redes? —preguntó Ana, tratando de hacerle entrar en razón, mientras cogían el metro en dirección al piso de la catalana.

—¿No te dijeron nada de Luis? —preguntó, con el corazón en la garganta, recordando los múltiples vídeos con él colgados allí.

—No, amor —dijo, negando con la cabeza—. Creo que solo te han oído a ti.

Ella se mordió la lengua y pensó que era imposible, que él aparecía en cada uno de los vídeos que ella cantaba, así que debían conocerle de una forma u otra. Se frustró de saber que no le habían ofrecido lo mismo, pero tenía que admitir que debido a la inactividad de Luis cuando fue a descubrirse a sí mismo a Galicia y con todo lo que eso conllevó, los números entre ellos habían cambiado casi radicalmente.

Pero a ella no le importaban los seguidores, ni mucho menos, le importaba que él estuviese desperdiciando su talento por un capricho infantil.

—¿Quieres repasar una vez más? —le propuso, una vez subieron hasta llegar a su piso, y entraron, dejando las cosas a un lado del sofá. Sofá que parecía siempre ser el espacio de los invitados, siendo de Amaia, de Luis, y ahora de Ana mientras resolvían esas cuestiones.

—Mi nombre es Aitana Ocaña, tengo dieciocho años y soy de Barcelona, de Sant Climent de Llobregat —recitó, distraídamente, sacando el móvil del bolsillo para avisarle a él y a su mejor amiga que ya estaba en Madrid—. Llevo casi un año viviendo aquí, toco el piano y pienso anotarme a un conservatorio para profundizar mis estudios de música en el próximo otoño...

—También tocas la guitarra —dijo la canaria, sonriendo.

—Jo, no, qué vergüenza —insistió, velozmente—. Que sé, no sé, cuatro acordes, no puedo mentir así...

—Deja de infravalorarte, tía —dijo, frunciendo el ceño—. Que no te creo.

—Que sí, que sí —negó con la cabeza, terca.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now