Capítulo 5

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Despertó con la fuerte sensación de estar ahogándose, como tantas otras veces le había pasado a lo largo de los meses. Casi podía sentir la sal en la boca por el agua, el tirón del cuerpo de hundirse mientras sus extremidades luchan por mantenerla a flote por unos segundos más. Había ocasiones, como esa, en las que se despertaba gritando tres palabras que la perseguían tanto como el nombre del amor de su vida en los momentos que su cerebro se desconectaba de ella para sumergirla en sus peores miedos.

¿Por qué había tenido que ser tan terca? ¿Por qué había querido con tanta fuerza tratar de cumplir una estúpida fantasía infantil de visitar la capital del país con él? ¿Por qué simplemente no se había despertado ese día con ganas de dormir, de abrazarle y decirle lo mucho que le quería?

«En el fondo, fue tu culpa. —Le decía su interior— Fue tu decisión»

—No —dijo, en voz alta, todavía aferrada a las sábanas como una tabla de salvación—. No —Cerró los ojos, y comprimió el pecho.

«No llores», pensó. «No»

Se levantó de la cama como si el alma le llevara el diablo y corrió al baño a verse al espejo. Pálida. Con ojeras. Bastante demacrada. Así se veía por el momento. Tomó una larga inspiración y luego exhaló.

Había tenido una noche de mierda, como la mayoría, pero nuevamente su sistema nervioso había cedido a permitirle dormir. Había sido otro desagradable reencuentro con sus demonios. Solo otro recordatorio de algo que no podría olvidar jamás, pero que de todas formas no era tan tontería recordarlo en un día como hoy.

En la mañana de ese sábado 13 de Diciembre decidió entrar a la ducha, prácticamente dando tumbos. No solía bañarse tan temprano, pero como tendría que encontrarse con Luis Cepeda en poco tiempo, era algo necesario. No podía simplemente aparecer como un muerto con olor a descomposición y todo.

Aunque por otro lado...

Descartó la posibilidad de autosabotearse el encuentro apenas se le ocurrió. No valía la pena, no era tan importante. Así que aprovechó esos minutos bajo el agua caliente pensando en sus verdaderos planes para las fiestas siguientes.

La peor ya había pasado, pero le quedaba Navidad y Año Nuevo en puerta. Sabía que forzosamente tendría que pasar alguna de esas fechas con sus padres, pero no sabía cuál le apetecía menos. Ellos de alguna forma siempre sacaban a la luz alguno de los momentos que solía atesorar con él, o comentaban algo de su progreso, aunque eso no existía. Era el hecho de volver a Barcelona lo que la mataba, pero no podía pedirle a sus padres que dejaran a toda su familia de lado y volaran el país por ella así como así, que ya no era una niña, joder, ya no los necesitaba así.

Se suponía, al menos.

Algo había cambiado en ella desde el asesinato. Algo más que su personalidad y sentimientos, sino que había apreciado más lo que tenía, y atesoraba los momentos con una fuerza increíble, aferrándose a ellos como si pudieran salírsele patas y escapar de su cerebro. 

Por desgracia, de tanto aferrarse a ellos, había perdido el sentido de la realidad. Y el tren de la vida había seguido su marcha sin ella en él.

Quizás ese año debería pasar forzosamente ambas fiestas con ellos, puesto que Alfred y Amaia estarían del otro lado del país pasándola mal con su propio estilo. Mira que contarle a tu familia que estás comprometido con veinte años no es cosa de todos los días...

O podría inclinarse por sus tíos esa vez, donde de todas formas quedaba opacada en el tema de conversación esa vecina perfecta que tenían que tanto la ponía de nervios, y podría pretender que ni siquiera estaba ahí, mientras que Año Nuevo encerrarse y decirles a todos que estaría con sus padres, y a ellos que estaría con Amaia. Era un buen plan. Nadie lo cuestionaría.

Lo peor de nosotrosDär berättelser lever. Upptäck nu