Capítulo 29

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A esa canción le siguió otra, y luego otra, y otras más, hasta que dio toda la impresión de que ellos dos estaban montándose un pequeño concierto pura y exclusivamente para la familia Cepeda, para apaciguar el ambiente y revitalizar el aire que compartían.

No era de extrañar, ya que llevaban muchos años sin oírle a él cantar y rasguear una guitarra, y querían aprovechar lo máximo posible el momento de paz que se daba. Además, agradecían la voz de la catalana, la forma en la que ambos se unían en la misma sintonía sin palabras compartidas textualmente, solo con esa idea del pensamiento compartido y el comentario almacenado alguna vez, sobre qué tanto subían en los agudos y qué tanto marcaban los graves.

Era un momento digno de enmarcar, por eso la gallega menor no había dudado un instante en sacar su móvil del bolsillo del vaquero para grabar una que otra canción, y sacar una que otra foto. O más que una que otra. Muchísimo más de lo que le admitiría alguna vez a su hermano que tenía en su posesión.

Después de una ronda más de aplausos, se atrevió a preguntar:

—¿Me matáis si subo alguna canción a las redes sociales? —dijo María, débilmente, buscando alguna señal positiva en el tono de voz que ganase su simpatía.

Él la miró a ella, quien era la más recatada de ambos con esos temas, la única del par con la cuenta protegida y un número de seguidores modesto para la cantidad de pendientes. Pero ella asintió con la cabeza, encogiéndose de hombros.

—Jolín, me hace ilusión que quieras hacerlo —dijo Aitana, conmovida.

Era la primera vez que interpretaban ante alguien canciones más bien baladas, más de lo que ella disfrutaba, entonces de verdad le gustaba que a alguien le interesase tanto su voz en esos temas. Solía minimizar, de alguna forma, sus actuaciones en Ídem, ya que no eran para el público más idóneo del mundo y además casi cualquiera podría interpretar esa clase de canciones sin equivocarse.

El truco verdadero consistía en ponerle alma a una canción como «Con las ganas».  Era sentirlas como suyas e interpretarlas en su historia. Eso le hacía mucho más feliz, como artista y persona.

—Pero si sois increíbles, como no querer —insistió la gallega, sonriéndole, afable—. ¿No cantáis estas canciones en tu trabajo?

—No, vamos por algo más urbana —dijo ella, dudosa. Sabía que estaba equivocándose en los términos, y le daba un poco de vergüenza—. Jo, Luis, ¿le avisaste al jefe que no iríais por un tiempo? —preguntó, ahora volviendo la vista a su izquierda, hacia él.

—Sí, no estaba muy contento —rió, como quien no quiere la cosa. Ella asintió, porque lo suponía, hacía muy poco que le había «contratado», por así decirlo, y ya le fallaba—. Pero le insistí en que conocía a muchas personas capacitadas para ocupar mi puesto, que la luz eras tú.

—Ay, más mono y no naces —dijo María, entre enternecida por la escena y picándole porque era su hermano mayor, y era su deber como hermanita, sin importar los años que tenían a esa altura.

Aitana sonrió, con las mejillas sonrojadas.

—Tonto —dijo ella, negando con la cabeza.

—Aunque también podrías hacerlo tu sola, con la guitarra...

—Luis, ¿qué dices? No sé tocar ni una nota —dijo, rápidamente, decisiva—. Él me ha estado enseñando últimamente, pero se da demasiado crédito como profesor, me parece —explicó, mirando a Encarna y María, para que entendiesen de dónde venía el comentario.

Él negó con la cabeza, con una sonrisa, para hacerles entender que estaba siendo demasiado modesta. Con eso consiguió que ella le diera un golpecito en el brazo, de alerta, y que las presentes no pudiesen evitar reírse ante la escena que protagonizaba la pareja, lo cual solo consiguió que los colores se mantuviesen firmes en sus mejillas un rato más.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now