Capítulo 23

5K 175 26
                                    

Las dejó a todas durmiendo apaciblemente antes de dejar su piso para encontrarse con él.

Le sudaban las manos más que nunca, y esa era la segunda vez que lo pensaba en camino a ver al gallego, la primera vez fue cuando decidió ir a verle para aceptar los sentimientos que la atormentaban, pero ahora era... diferente. Se sentía más liviana, como si un peso importantemente grande hubiera abandonado sus hombros de una vez.

Y conocía ese peso, obviamente. No tenía idea la frustración que retenía en su corazón con la catalana rubia, que podía llegar a esos niveles insospechados que le ennegrecían el alma. Era rencor, el más puro rencor. Era un sentimiento horrible para guardar, capaz de pudrirla por dentro hasta volver irreconocible el boceto de su personalidad anterior, de antes del accidente.

Pero ahora, poco a poco, la Aitana del pasado estaba resurgiendo de las cenizas, como un ave fénix.

La noche anterior la había ayudado mucho, para ser sincera. Hacía tantísimo tiempo que no pasaba tantas horas con chicas, o con gente en general. No contaba mucho cuando salieron de fiesta la primera vez porque todos los presentes estaban muy pasados de copas, y ella se había pasado la mitad de la velada mirando por encima del hombro en busca de Luis. Porque sí, ahora podía admitírselo a sí misma, al menos.

Ayer no había tenido distracción alguna, eran solo esas cinco personitas y ella, hablando como si se conociesen de toda la vida, como si confiasen la una en la otra desde que nacieron. Era una sensación extraña, ya que no estaba acostumbrada a congeniar con nadie tan rápido, no desde Luis, al menos.

Ella hablaba en serio cuando le insistía a su mejor amiga que no necesitaba más amigos, que con ella y Alfred tenía suficiente. Pero quizás no era mala idea considerar la posibilidad de formar parte de ese grupo de amigos determinado.

No había tenido el corazón de despertar a nadie, así que había dejado una nota que avisaba que se iba, después de todo se habían dormido a altas horas de la madrugada, pero ella parecía tener un reloj interno que le despertaba todos los domingos por la mañana para verle a él.

Cuando llegó a la cafetería él ya estaba ahí, esperándole, como siempre.

Pero esta vez el corazón le tartamudeó, no como siempre.

—Luis —susurró, entrando al lugar, donde le pareció que solo estaban ellos en el mundo, y no en un ambiente tan concurrido como ese.

Él se levantó de su asiento para saludarle como todos los días, con un beso en la mejilla, cuando ella le pilló por sorpresa cogiéndole la cara con las manos y plantándole un efusivo beso en los labios.

—¡Hala! —dijo él, sorprendido—. ¿A qué se debe eso? —balbuceó, sin quitar la sonrisa que le había producido esa muestra de cariño.

—¿Te me vas a quejar, ahora? —preguntó, burlona.

Él se rió, joder, que bonita era sonriendo así. Qué bonita era siempre, también.

—No, no, por favor... —titubeó, descolocado. Se sentaron, y ella notó que tenía frente a sí su café negro habitual. Era tonto emocionarse por detalles así, después de todo llevaba ordenando por ella desde fines de Noviembre, pero ahora sentía que todo le afectaba el doble de fuerte—. ¿Salió todo bien anoche? —preguntó, deduciendo que su estado de ánimo tenía algo que ver con las chicas.

—Jo, no tienes idea —dijo, con una risa tonta. Suspiró—. Y yo... —Se quedó pensando—. Hablé con Nerea. Hablamos —se corrigió—. Aclaramos algunos temas del pasado, y ya está todo bien, me parece.

Lo peor de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora