Capítulo 14

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Ella no le escribió en toda la semana y él no la contactó en ningún momento.

Ella estaba enfadada, pero no estaba segura por qué. Había sido su decisión no hablarle por ningún medio, había sido ella quien explícitamente tenía la batuta de decidir cuándo verse y había elegido ni siquiera enviarle un solo texto en siete días. Pero estaba enfadada de que él no había hecho nada por verla, no le había insistido como la última vez, no había mostrado ese interés.

Él estaba dolido, ¿para qué mentir? Los días pasaban y la esperanza de que la catalana le hablara por fin iba disminuyendo, pero iba en aumento la vergüenza al respecto. Le dolía su frialdad, le dolía no entender por qué, le dolía esa indiferencia. Le dolía ella.

Ella estaba dolida, ¿para qué mentir? Quería que él la llamara, quería, en el fondo, que apareciera en el portal de su piso, guitarra en mano, arrancando el latido de su voz con una melodía nueva. Le dolía querer eso, le dolía lo que supondría, le dolía ese pensamiento. Le dolía él.

Él estaba enfadado, pero no estaba seguro por qué. Había sido su decisión no contactarla por ningún medio, había elegido no ir a verla de sorpresa, no demandarle una explicación que ni sabía si se merecía en esos siete días de silencio. Pero estaba enfadado por esos cambios de humor que creyó que ya habían superado la última vez, que había mostrado que era capaz de tener un dialogo civilizado para resolver sus problemas como adultos.

Se extrañaron esa semana, pero el orgullo estaba hinchado y el lomo cansado, y nadie cedió.

Luis sabía que ella estaba bien y feliz por las redes sociales de Alfred y Amaia que había decidido seguir después de conocerles, antes de la pausa entre ellos. Le pareció una buena idea para complementar su día y verla en otro ambiente, pero al final había terminado siendo la única fuente de información que tenía de ella, ya que sus cuentas de redes estaban congeladas desde hacía seis meses atrás, intocables.

Aitana sabía que él estaba bien y feliz por las redes sociales de Roi y Miriam que la habían seguido apenas abandonó el piso de los gallegos. Le había visto cocinar tortilla de patatas al son de la música, le había visto reírse con Ana Guerra a carcajadas después de que él intentara hacerle una broma que salía mal, le había visto, en resumen, pasarla bien. Y por alguna razón no quería que la pasara bien sin ella.

La catalana pasó casi todas las noches trabajando en Ídem, pero menos horas de las usuales, tratando de ganarse la aprobación de Amaia al respecto, quien se enfadaba mucho cuando se enteraba lo poco que dormía. En Ídem veía a gente pasándola bien todo el tiempo, solos o acompañados, y eso le frustraba. A veces prefería trabajar en algo más tétrico para no tener que soportar tan buen rollo todo el tiempo, que cansaba.

Otras veces ni siquiera entendía por qué trabajaba en sí, si apenas y tocaba el dinero que ganaba y no era una necesidad tan grande, no cuando tenía tantos ahorros guardados después de que dejó de dejarse la vida en aviones y AVES para recorrerse el país por su novio. Era una trise forma de guardarse dinero, la verdad.

Y últimamente estaba más harta que de costumbre, más explosiva, como si absolutamente todo la pusiera de mala hostia, desde los clientes hasta las luces, a su jefe y el taburete vacío del escenario que no ocupaba más como artista, sino cualquier otra persona, nunca fija, nunca ella.

Le tenía mucho aprecio a ese taburete, más del que probablemente era normal tenerle a un mueble, pero era inevitable. Allí se había sentado, con un micrófono justo en frente, mientras que su derecha tenía su novio, de pie, entonado melodías con la guitarra para que juntos pudieran fundirse en un ritmo único para ella. Cuando vivían en Barcelona tocaban esporádicamente en bares o cafés, nunca algo fijo como era ese trabajo en Ídem propiamente dicho todos los fines de semana, sin falta. Ellos abrían la disco para las personas que por alguna razón debían llegar temprano, ya fuera por una consumición gratis en promoción o para evitarse las colas típicas de la medianoche, y servían de entretenimiento para evitar el aburrimiento.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now