Capítulo 19

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Esas palabras fueron más que suficientes para que la catalana sintiera su exaltación anterior desvanecerse en segundos.

—¿Q-Qué dices? —Fue lo primero que salió de su boca, titubeando. Amaia estaba abrazada en sí misma y parecía que le costaba respirar—. Ay, Amaia, madre mía —dijo, y soltó la mano del gallego para correr hacia ella y rodearle con sus brazos con mucha fuerza, tratando de volver a su lugar original las piezas rotas de su ser.

Nadie dijo nada por un rato, lo único que se podía oír eran los sollozos ahogados de la navarra por el hombro de Aitana, cuando ya había dejado de contenerse el instante en el que su mejor amiga la abrazó, preparándose para soltar todo el llanto contenido que tenía del trayecto de su piso a el de ella.

Aitana estaba fuera de palabras, ni en sus peores pesadillas había contemplado la posibilidad de que Amaia y Alfred no estuvieran juntos. Joder, que eran la triple A, siempre lo habían sido, casi un paquete, pero ellos entre sí siempre fueron más, mucho más. La sola idea de imaginarles tomando caminos diferentes le estrujaba el corazón.

—Lo siento muchísimo, Amaia —le susurró, sin soltarla. Pudo jurar que ella lloraba con más fuerza al oírle—. Vamos arriba, estás helada —dijo, seria, separándose solo lo suficiente para verle a la cara. Tenía los ojos más rojos que le había visto nunca, que parecía dolerle mantenerlos abiertos.

—P-Pero... —tartamudeó, y le señaló a Luis detrás de ellas. Con toda la conmoción la catalana se había olvidado de todo, incluso de como hacía diez minutos atrás tenía sus dedos entrelazados con los de él en pleno Madrid nocturno.

—Amaia, no hay cuidado, de verdad —dijo Luis rápidamente, notando la indecisión de la navarra al verle. Incluso en su peor momento no quería ser una molestia, era increíble—. Iré a mi piso, tranquila, que Roi ya me echa de menos —comentó, desesperado por lograr que formase una sonrisa, aunque sabía que se necesitaba mucho más que unos chistes malos para lograrlo. Ella asintió con la cabeza, agradeciéndole sin emitir palabra. No podía, temía abrir la boca y no parar de llorar hasta caer redonda en el suelo.

—¿Quieres ir arriba a por tus apuntes, Luis? —le preguntó Aitana, notando como de él también había desaparecido la emoción de Ídem.

—No, descuida, pequeña. Mañana paso por ellos —afirmó, seguro. No quería incomodarlas en ese momento tan íntimo suyo—. Vosotras sois prioridad ahora —aseguró, formando una débil sonrisa.

Ella no quería que se fuera, pero sabía que tenía que irse. Le quedaron encerradas en la garganta decenas de palabras que quería decirle y nunca le dijo, presas de pánico, presas del miedo, del mal momento que les encontraba. Las silabas que nunca pronunció se murieron en su pecho y solo fue capaz de dibujarle un «gracias» sin emitir sonido, solo con los labios, como la canción que habían cantado antes; una palabra más en la larga lista de cosas que nunca le dijo y quizás nunca le diría.

Compartieron una última mirada antes de que él girara en sus talones para emprender viaje a su piso, y ella subiese las escaleras aferrándose a la mano de su mejor amiga como si fuera lo último que iba a hacer en la vida. Esa mirada reflejó esas palabras muertas en la garganta, esas ganas de verse a besos, esa necesidad de abrazarse como si les fuese el alma en eso.

O quizás solo fue una mirada más del fin de algo que nunca parecía ser.

Una vez dentro del piso Amaia se quitó el abrigo y fue directamente, y sin decir una palabra, hasta el sofá, donde se tumbó de lado hecha un bollito con las piernas. Aitana fue directamente a la habitación y volvió con esa manta de arcoíris que tanto le gustaba a la navarra y la tapó con ella, sentándose en el suelo al lado de donde daba su cabeza.

Lo peor de nosotrosOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz