Capítulo 27

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Él no dijo una palabra durante todo el trayecto hacia el hotel.

Ella tampoco, pero tenía los nervios de punta. No se caracterizaba por ser la persona más paciente del mundo, y ahora estaba jugándole muy en contra. Le notaba mal y quería —no, no quería, necesitaba— hacer algo al respecto, pero estaba muy asustada de su aura en general.

Él no dijo una palabra cuando entraron a la habitación del hotel.

Pero esta vez, ella sí.

—Luis —le llamó, lentamente, sin hacer movimientos bruscos. Él pareció no escucharle, o si lo hizo le ignoró, y solamente se quitó el abrigo, poniéndolo en una percha dentro del armario—. Luis Cepeda, háblame.

—Aitana, quiero dormir. —Solo dijo, con el mismo tono de mierda que había utilizado con ella al salir de la casa.

El gallego se sentó en la cama para quitarse los zapatos, sin decirle absolutamente nada más, ni siquiera mirarla.

La catalana cruzó los brazos sobre el pecho, sintiendo como comenzaban a cruzársele los cables a ella, que tenía un carácter de perros muy fácil de encender y sobrepasaba cualquier temor que podía generarle su expresión.

Caminó, en paso decidido, hasta estar de pie frente a él con su mejor cara de mala hostia.

—No son ni las ocho de la noche —dijo, señalándole la ventana detrás de ellos.

—Pero estoy cansado —se excusó, carente de cualquier emoción.

Tenía sentido, habían salido temprano en la mañana, perdido tiempo en esperas, dormido mal en el vuelo, para finalmente pasar toda la tarde con su familia, la cual le había agotado metal y psicológicamente a más no poder. Demasiadas emociones para un solo día, probablemente.

Pero ella sabía, o al menos esperaba tener razón, en que esos no eran los motivos por los cuales él quería dormirse de una vez.

Estaba huyendo. No físicamente, pero sí de sus pensamientos.

—Luis, hablemos de lo que pasó en tu casa, por favor —le pidió Aitana, destensando un poco el gesto al pensar más a fondo cómo debía estar la cabecita del gallego en esos momentos.

—No quiero hablar de eso.

—No hagas esto —prosiguió ella, seria—. No te cierres. No dejes que él gane. No te enfades.

—Déjame reaccionar cómo se me dé la gana, que soy un jodido adulto y sé lo que hago —dijo, con una voz tal que a ella le entraron ganas de echarse a llorar—. Estoy bastante mayorcito como para decidir cuándo hablar —insistió, con dureza—. Joder, Aitana, no lo entenderías.

Ella guardó silencio, y un escalofrío la recorrió entera.

—¿O sea que yo soy pequeña y por eso no lo entendería? —pronunció, con todo el asco que le generaba esa suposición.

Luis al fin se dignó a mirarla a los ojos, y encontró aquella mirada verde cargada de enfado.

—No sé si eres un adulto, Luis, pero que estás jodido es seguro —continuó Aitana, ásperamente—. Y tienes que aceptarlo de una puta vez, o volverás a explotar en otro evento más que solo en el cumpleaños de tu hermana.

Ella sabía que tenía razón. Él sabía que tenía razón. Pero aun así les pareció un golpe bajo a los dos.

—No sé de qué quieres hablar —optó por decir, negándole la mirada otra vez—. ¿De qué mi padre es un cabrón? Vaya novedad, vaya maravilla de descubrimiento.

Lo peor de nosotrosTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang