Capítulo 32

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Viral, viral... era decir poco, la verdad.

Él se sentía un poco expuesto de más, ya que nunca le habían escuchado tantas personas, ni siquiera una décima parte de ese total que no hacía más que subir. Su familia le había escuchado, sus amigos más cercanos... y ya, nadie más. Nunca había tocado en un bar, y el primer escenario al que se había subido para rasguear su guitarra había sido al lado de la catalana, y solo porque ella se lo había pedido, y había muy pocas cosas que no haría si ella se lo pedía.

Ni siquiera tuvo tiempo de estar nervioso, no se lo permitió a sí mismo, porque estaba consciente del estrés monumental que estaba experimentando la chica de flequillo, la cantidad de emociones embotelladas después de tanto tiempo que amenazaban con ver la luz. Se sentía ajeno y los primeros acordes le salieron bastante mal, pero aparentemente nadie lo notó así que siguió como si nada. Como en la vida. Cuando nadie le notaba mal, él seguía como si nada, porque no era nada.

Hasta que sí lo era.

Pero no había dudado ni dos segundos en aceptar cuando Ricky le dio su número al jefe de Ídem, que le propuso seguir con ese dúo para las noches de los sábados. Porque no se trataba de él, se trataba de ella, de que pudiera seguir deslumbrando al mundo con su voz y que volviera a coger esa confianza que sabía que tenía muy, muy adentro de ese pequeño cuerpo de dieciocho años.

En sí no le representaba tanto esfuerzo, eso si ignoraba las noches durmiendo poco para pasar a despertarse temprano los domingos, pero nada más. Su trabajo como catador de voluntarios era algo esporádico, cuando necesitaban más ayuda le llamaban, así que no era indispensable, y lo mismo pasaba con su voluntariado en la iglesia. Estaba convencido de que por más que él no estuviese ahí, esos lugares seguirían moviéndose a la perfección. Todos ellos. Incluyendo el futuro musical de Aitana.

Odiaba que ella se infravalorase, que no notase como le ponía los vellos de punta cada vez que entonaba sola una canción tumbada en el sofá, o dibujando en la mesa del comedor, o mientras toqueteaba el órgano que por fin había dejado su confinamiento de polvo debajo de la cama y ocupaba el lugar digno que siempre debió tener a un lado de la ventana. Suponía que Amaia tenía algo que ver con esa decisión, porque necesitaba practicar para sus clases, pero quería suponer que la catalana quería ese instrumento de vuelta en su lugar original tanto o más que la navarra.

Porque por más que Aitana le repitiese una y otra vez que el canto «se le daba bien» así como se le daban bien decenas de cosas más, y que en cambio su mejor amiga sí era arte, era música, él no podía creerle. La facilidad que tenía la catalana para cautivarle con un suspiro o un susurro en medio de una canción no tenía nada que ver con el cariño que le tenía. No estaba siendo subjetivo, no se estaba guiando por lo que su corazón sentía al oírle, sino por la mirada del público cuando lo hacía.

Y ahora tenía una prueba más de que tenía razón, porque estaba completamente convencido de que si ese vídeo hubiese sido solo él cantando, nunca lo hubiese visto tanta gente. Ella tenía ese ángel que te obligaba a no querer despegarte de la pantalla hasta que terminase de cantar. Cautivaba como un libro con la trama más bonita del mundo. Mucho más bonita de lo que ella se deba crédito.

Por eso no había podido quitarse una sonrisa tonta de la cara cuando Roi le llamó, emocionado hasta los cojones, para contarle lo que había pasado con ese vídeo que María subió a sus redes de la forma más inocente posible. Era una sonrisa tonta de orgullo, de que por fin ella iba a poder tener críticas positivas de desconocidos, de personas que no le conocían, ni a ella ni a su encanto, y de ninguna forma podían hablar desde el amor.

Aunque no podía mentir que le preocupaba un poco, también, porque sabía que los anónimos de internet no siempre tenían críticas constructivas y que conocía a Aitana lo suficiente como para saber que apenas leyese un comentario negativo, ignoraría los cien positivos y se desanimaría con una rapidez alarmante, sin él estar presente para darle un abrazo y decirle que eran unos gillipollas y ya.

Lo peor de nosotrosHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin