Capítulo 54

4K 194 291
                                    

El resto de la tarde en sí pasó en un borrón.

Para cuando Aitana quiso volver a tierra firme ya estaba bajándose del escenario de Ídem, después de haber interpretado las mismas canciones que eran furor desde hacía semanas, pero esta vez con su mejor amiga en la guitarra. Le importaba poco y nada la mirada que le había echado su jefe cuando le comunicó que esa vez le acompañaría una chica a su izquierda. No tenía ni ganas ni interés de ponerse a explicar que la dinámica hombre y mujer no era la que estaba llenando su discoteca, sino el talento en sí, independiente del género.

Finalmente fue un éxito, como lo predijo. Su voz y la de Amaia empastaban desde siempre, y tenían esa química de años de cantar juntas que no poseía con nadie más, siendo capaces de brillar entre tantos focos sin que nadie se preguntase por qué esta vez no había un tío en la guitarra. Además, con ella era con la única persona después de Luis con la que podía preparar algo tan de apuro y que saliese bien, como había comprobado antes después de los leves debacles con el resto de sus acompañantes.

La gente estaba encantada, y ella se dejaba ser entre sus chillidos y aplausos, guardándolos en su memoria para cuando el miedo cayese y le cerrase el pecho al hablar, impidiéndole entonar más melodías que las de susurros desafortunados en una fría noche de invierno.

Sin embargo, echó de menos a los tres gallegos entre el público, apoyándola.

Aunque sabía que ahora estaban apoyándole a él, y eso era mucho más importante que verle cantar una vez más en el mismo lugar de siempre.

Apenas bajó los escalones finales recibió un abrazo de Ana y otro de Mimi, quienes sí habían decidido pasarse por ahí. Acogió ambos con culpa, ya que la canaria se había desvivido por su encuentro y ella lo había saboteado sin decirle, pero sabía que si les rechazaba ese gesto de cariño encendería más alarmas de las que quería.

Se despidió de ellas, después de oír sus felicitaciones, y vio cómo se perdían en el mar de personas hasta llegar a Ricky, que le mandaba saludos a distancia, alzando los pulgares en señal de aprobación. Ella le imitó, con sorna, y le sacó la lengua cual niña.

—¡Mis chicas! —dijo Alfred, dando codazos entre la gente hasta llegar a ellas.

Amaia saltó de detrás de ella y le cogió la cara entre las manos, plantándole un beso en los labios con mucha efusividad, para después rodearle el cuerpo con los brazos, y pegar su rostro al suyo.

—Jo, estoy tan feliz de poder veros así de tontos otra vez —comentó Aitana, fingiendo que se estaba secando una lágrima por la ternura de la situación.

—Nosotros también —sonrió el catalán, mirando a su novia.

—Y de que Bella esté feliz en su hogar —añadió, riéndose.

—Joe, creo que le traía mal tener padres divorciados —dijo Amaia, entre risas—. Es como esos preadolescentes que deben llamar la atención, estoy convencida que se huyó por eso.

—Como se nota que es hija tuya —bromeó Alfred, dándole un beso en la sien.

La palabra «hija» logró que la catalana volviese a caer en todo lo que había puesto en pausa desde que salió de la ducha antes de la entrevista. De verdad. Había pasado tanto estrés antes de ir, durante, y después, que no le había dado casi tiempo de centrar su mente en lo que descubriría mañana.

Y en lo que implicaría el saberlo.

—¿Te sientes bien, Aiti? Estás como pálida —preguntó la navarra, separándose de su novio para ponerle una mano en el hombro a ella—. Bua, qué tensa estás, ¿pero...?

Lo peor de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora