Capítulo 10

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Había una euforia en el ambiente que casi se podía palpar en el aire, tanto que incluso ella estaba eufórica, aunque probablemente no por lo mismo que el resto de su familia que había caído «de improviso» a visitarles.

En cualquier otra situación Aitana hubiera bufado de frustración, porque tenía una familia muy grande, muy animada, y muy, muy viva, y ella verdaderamente no estaba de ánimos para lidiar con ellos desde hace tiempo, pero justo en ese momento le había llegado en el momento justo como regalo del Cielo que su padre hubiera llegado a la casa con todos sus tíos pisándole los talones, emocionados de que la pequeña Ocaña por fin había decidido volver a su tierra.

Le daba la excusa perfecta para presentarle a Luis a un montón de gente y mantenerlo entretenido un buen rato antes de llevar a cabo su plan, que llevaba maquinando desde el almuerzo sin descanso. Parecía que los engranajes de su cerebro que habían estado oxidados por tanto tiempo finalmente estaban moviéndose, alterándose, revolucionando toda la mecánica de su funcionamiento.

—¡Jolines! He quedado de llamar a Amaia cuando aterrizáramos y me he quedado sin batería en el móvil, debe de estar muy preocupada, joder —exclamó ella, interrumpiendo la conversación de uno de sus primos con Luis casi abruptamente, pero no lo suficientemente abrupto como para sacarlos de todo el tema sin retorno.

—Si te sabes el número de memoria puedes usar el mío —le ofreció él, como ella ya había premeditado. Aitana sonrió y asintió con la cabeza enérgicamente, y Luis le dio su móvil una vez lo desbloqueó.

—Gracias, Luis —dijo, con la sonrisa más mona del mundo—. Ahora vuelvo —añadió, mirando a su primo.

Aitana, pequeña y escurridiza, fácilmente desapareció de la multitud de los Ocaña Morales y fue a su habitación. Pensó en llamar de verdad a Amaia, pero al instante recordó el último mensaje que le había enviado y sabía con certeza de que su móvil debería estar petado de respuestas en alarma, y que lo mejor era ignorar la situación hasta que su plan fuera un éxito.

Así que, en su lugar, decidió volver a cerciorarse de que el hotel para perros en el que había dejado a Bella tenía las cinco estrellas que demostraban la excelencia. Le había dolido un montón tener que dejarla, pero lo cierto era que por el fin de semana que ellos estuvieran en Barcelona no merecía hacer sufrir a la cachorra el estrés de un vuelo por tan poco tiempo, no era práctico y sabía que Alfred y Amaia no iban a tener problemas con su decisión, que después de todo era la más sensata.

Sensata. Que rabia le daba pensar así de sí misma, con lo mucho que le gustaba ser una chiquilla espontánea y risueña antes, cuando no se había obligado a crecer de golpe para afrontar su día a día. A veces pensaba en qué haría si pudiera volver el tiempo atrás, si pudiera tener otra vez esa oportunidad de ser feliz sin preocupaciones. Ahora todas sus decisiones eran sensatas, serias, eran de adulto.

Pero no era justo que una adolescente de diecinueve años tuviera que ser tan adulta.

No lo era.

Eso solo la motivó más para seguir con la locura que se había montado. Buscó el nombre deseado en los contactos de Luis y no tardó en encontrarla. Notó que tenía una foto ahí y que, joder, era preciosa. La chica tenía el cabello negro con ondas y la sonrisa más blanca y más linda de mundo. Así no debía haber sido difícil enamorarse, la verdad. Era toda una mujer.

Y ella era una chiquilla.

Rápidamente tecleó esas dos palabras necesarias y presionó enviar. Seguidamente puso el móvil en modo «no molestar» y se lo guardó en el bolsillo del pantalón antes de salir y formar cien sonrisas falsas y débiles «por supuesto que todo está bien» a cada Dios que se le cruzara por su camino.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now