Capítulo 24

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La forma más exacta de describirla en ese momento era: un manojo de nervios con patas y flequillo. Joder, que le faltaban cinco minutos para ponerse a caminar por las paredes.

—¿Entonces? —chilló la catalana, asomándose desde la habitación, alzando dos abrigos, uno de cada mano, y el famoso flequillo despeinado—. ¿Cuál llevo? ¿El negro o el marrón? —prosiguió, levantando el susodicho cuando lo mencionaba.

—Aiti, yo que tú llevo los dos, si lo único que es seguro es que te vas a helar el culo en Galicia... —dijo la navarra, encogiéndose de hombros.

—¡Amaia, por favor! —insistió, nerviosa—. ¡No necesito eso ahora mismo!—Movió los brazos frenéticamente.

—¿Y qué necesitas? —preguntó Amaia, sin perder la cordura.

Le miraba, tranquila, sentada con las piernas cruzadas en el sofá, contestando pacientemente a cualquiera de las inquisiciones que le hacía sin mostrar una gota de nerviosismo.

—¡Necesito que me digas que no perdí la cabeza! —gritó Aitana, de la nada—. Necesito que me digas que no es una locura que pretenda ir a conocer a la familia de Luis, ¡a su familia, joder! ¡A su puta casa! —Continuó entrando en pánico—. Y también necesito que me digas si llevo el marrón o el negra porque los dos no me caben en la maleta —susurró, más bajo que antes.

A la navarra no podía evitar darle gracia eso que llevaba haciendo toda la madrugada, subir y bajar en ánimo como quien prende y apaga una luz, volviéndola intermitente. Por un segundo parecía que iba a gritar y encerrarse en el baño, y al siguiente le pedía opinión sobre qué medias llevar al viaje. ¡Medias! A Aitana en su vida le habían importado las medias, pero ahora parecían la respuesta de un enigma incontestable que le amargaba la existencia hasta puntos insospechados.

Había optado por ponerse modo zen y encarar la situación con su característica sonrisa dulce, porque por otro lado debería asesinarla porque le despertó a las siete de la mañana, jalándola hasta anclarla a la sala, y decidió utilizarla como espejo parlante hasta el hartazgo. Pero sabía que podía calmar a la catalana con simples palabras, y por eso mismo no le había saltado a la garganta como hubiera hecho cualquier otra mañana que la arrancase de la cama antes de que el despertador de las clases sonase.

—El marrón —dijo Amaia, fiel defensora de cualquier color que no fuese negro en su mejor amiga—. Y no, no es una locura. Yo creo que es algo muy dulce, en realidad.

—¿Desde cuándo hago estas tonterías? —preguntó Aitana, más para ella que para nadie.

Al no esperar respuesta giró sobre sus talones y volvió al desastre de su habitación, a guardar el maldito abrigo marrón en esa maleta, que pedía piedad.

—¿Necesito recordarte que Luis ya conoce a todo el clan Ocaña Morales? —dijo Amaia, animadamente—. A todo. A cada primo y tío. Y tú solo vas a conocer a tres personas, juegas con ventaja.

—¡No es lo mismo! —oyó que le gritaba—. ¡Él les conoció antes de que me gustase! ¡No cuenta!

—Aitana, a ti ese tío te mola desde siempre —avisó la navarra, en tono serio—. Había que ser ciego para no notarlo. Yo no estuve contigo en Año Nuevo y aun así estoy segura que Cosme y Belén presenciaron varios momentos de encoñamiento...

—¡Para! —chilló, volviendo a escena toqueteándose el flequillo con un peine—. Para que me recuerdas que le mandé un mensaje a Graciela y me quiero enterrar. Que no soy más tonta porque no me da el tiempo.

—No eres tonta, Aiti, simplemente no lo querías ver en el momento, y eso no es nada malo —la calmó, con suavidad—. Y lo de Graciela no fue nada, no afectó en absolutamente nada su relación y eso es lo importante —sentenció, segura.

Lo peor de nosotrosOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz