Capítulo 3

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Buscaba las instalaciones a pocos edificios de distancia de la universidad, donde las personas debían compartir un pequeño apartamento con otras. Ella nunca había prestado especial atención a ese lugar, y hasta se sentía un poco desorientada respecto a la ubicación.

Jamás había pensado en visitarlas por voluntad propia, ni siquiera cuando los amigos de su novio habían hecho una fiesta por allí porque uno de esos amigos, Vázquez, vivía dentro. Se había salteado el lugar sin poner ninguna excusa. A él no le había importado realmente, él sabía de sobra que llevarla a rastras a un lugar solo la volvería más arisca.

Salvo ahora, por supuesto.

Los guantes oscuros de sus manos apenas la hacían sentir a la cajita que cuidaba como si pudiera romperse, mirándola con curiosidad casi infantil, preguntándose torpemente si pudiera haber una bomba allí y el chico que se la había mandado era un terrorista gallego encubierto para asesinar a la población del centro económico de España como si fuera Nueva York con la caída de las Torres Gemelas ese 11 de Septiembre.

Aitana rió internamente hacia esa idea.

Luego volvió a pensar en los cigarrillos que esta contenía. Realmente había querido fumarlos, pero por mucho que lo había deseado por el orgullo y terquedad, más que por la necesidad, se había vuelto incapaz.

Desde aquella cena que tenía vigilancia casi constante, aunque ella estaba plenamente consciente de eso, prefería hacerse la desentendida, porque de esa forma les hacía creer a sus amigos que estaba cambiando sus hábitos poco a poco por sí misma, no por ellos, no porque temía terriblemente volver a decepcionarlos.

En el fondo, temía que Alfred y Amaia notaran el error que habían cometido en volver a confiar en ella y terminaran huyendo asustados. Los tres meses habían creado un pozo en el que ella había estado hundiéndose desde entonces, casi como arenas movedizas, no era tan fácil simplemente salir caminando, y la ayuda que necesitaba para volver a caminar por tierra firme era una que quizás ellos considerarían ella no merecía obtener.

Porque realmente no la merecía.

Por ello había pasado toda esa primera semana encontrando el semblante serio de aquel amigo de Amaia, cerciorándose que estuviera actuando correctamente, mientras que Aitana se llenaba del espíritu navideño de Alfred y los saltitos de su novia al verlo feliz. 

Le hacían bien, no la malinterpretéis, pero a veces eran demasiado.

Finalmente Aitana encontró el lugar que buscaba: era un edificio tan común que casi se le pasa. Al tocar el piso seleccionado bajó poco después un chico de rizos castaños, piel pálida y ojos saltones y la dejó entrar casi al instante sin muchas preguntas. Ahí se replanteó qué demonios la había llevado a parar ahí.

Estaba cerca de la universidad, claro, y por ello cerca de su piso, pero era más temprano que nunca, y no parecía tener una razón específica, había empezado vagando antes de sus clases cuando encontró la caja de cigarrillos con la nota pegada en su bolso. No se había olvidado de ella en toda la semana, pero la había metido muy debajo de sus libros para no tener que verla, como si pudiera olvidar que estaba ahí.

Sopesó la caja y pensó en Luis Cepeda, tanto así que la ira de su único encuentro comenzó a recorrerle por las venas, y sintió la necesidad de darle un puñetazo en la nariz, o al menos gritarle un poco para dejarle los puntos claros y quizás enseñarle una lección, para después tirarle la caja por la cabeza y no mirar atrás nunca más, cerrando ese pequeño capítulo que hacía hincapié en sus pensamientos.

Pero sobre todo obtener respuestas. Aunque solo era una pregunta la que atormentaba sus noches en vela. Una insignificante pregunta que le hacía pensar que después de todo, no era tan buena pasando desapercibida como creía.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now