Capítulo 13

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Esta vez él fue el primero en despertarse.

Por un momento no reconoció las piernas que estaban enredadas con las suyas, ni el cuerpo que le hacía presión en el pecho, pero sí reconoció el olor a su pelo, al perfume o acondicionador que usase que la marcaba, volviéndola fácil de distinguir desde que había agarrado la costumbre a esconder la cabeza en su pecho durante los abrazos. No sabía si era raro perderse en su pelo, pero tampoco quería saberlo.

Parecía tan típico en su cabeza que se preguntó de qué película adolescente de instituto había salido esa escena, que él ya era un tío de veintiocho años que no debería sentirse repentinamente tan cerca de ese género pero, joder, que no tenía idea como había amanecido con sus brazos rodeándole la cintura y las manos de ella sobre las suyas. No tenía ni la más mínima idea. Lo último que recordaba era ella haciéndose un bollito con las piernas mirándole, no de espaldas, pero sinceramente no podía quejarse.

Pero de pronto le cayó una idea encima con mucha fuerza: ayer había vuelto muy borracha y en esa posición estaba aprovechándose de ella. Quizás haber accedido a compartir cama con ella ya era aprovecharse de que no estaba lo suficientemente lúcida como para darle una hostia por tocarla. Quizás haber accedido a compartir cama cuando lo único que en verdad quería hacer con ella en esos momentos era desordenar las sábanas ya era aprovecharse.

Cerró los ojos un instante y se permitió olerle una vez más el pelo antes de separarse de su cuerpo, lentamente, rogándole a todos los santos que no se despertase. Afortunadamente, la catalana parecía estar sedada del sueño y solo se removió, buscando el cuerpo que le daba calor, antes volverse a enrollar en sí misma, como si nunca hubiera estado él ahí.

Luis volvió a echarle un vistazo a la escena antes de dejar su habitación en silencio e ir al baño a refrescarse las ideas. Cuando salió, lo inevitable pasó:

—Hasta que despiertas, tío —le gritó Roi, desde la cocina—. Creímos que estabas muerto.

—¿A qué hora te fuiste anoche, Cepedi? —continuó Miriam, por lo alto.

—¡Callaos! —siseó Luis, rápidamente yendo hacia donde estaban, mirándoles desayunar tranquilamente, aunque a juzgar por la luz del sol que entraba por la ventana esas no eran horas aptas para esa comida.

—Pero, ¿qué te pasa, hombre? Agoney no durmió aquí y Ricky se fue hace horas, eras el último dormido —insistió Roi, alzando su taza de café en el aire para expresarse. Luis se pasó las manos por la cara.

—Aitana sigue durmiendo, por favor, hablad bajo —pidió Luis, moviendo las manos.

Miriam por poco y se corta un dedo de la impresión mientras cortaba una manzana en rodajas.

—¿Me estás vacilando que has dormido con Aitana? —chilló la gallega, llevándose las manos a la cara, preocupada—. Joder, Cepeda.

—No es eso —insistió, moviéndose por la cocina para servirse una taza de café también—. Anoche se dejó sus llaves aquí y volvimos de Ídem a buscarlas, pero al final no se podía mantener despierta así que ha dormido en mi cama.

—¿Pero tú has dormido a su lado? —preguntó Roi, algo confundido. Luis asintió con la cabeza—. No sé si debo felicitarte o darte una colleja, probablemente ambas, ¿no?

—¡Roi! —se quejó Miriam, y le dio una colleja a él—. No le alientes, que es una receta para el desastre.

—Creí que te caía bien Aitana —replicó Luis, casi ofendido por la reacción de sus compañeros de piso.

—Cepeda, la niña es monísima cuando quiere, la adoro, ¿cómo no adorarla? —rectificó la gallega, expresiva como siempre con sus gestos—. Pero es una niña. Una niña que está triste. Una niña que no necesita que nadie le revolucione las ideas, debe hacer su duelo en paz, joder.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now