Capítulo 7

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Si había una sola persona en el mundo que merecía llevar orgullosamente el título de ser el humano más entusiasta por la navidad que existía, esa sería Crislo.

No solo había decorado todo el piso donde vivían, sino que había decorado la propiedad entera con alegres ángeles danzantes y purpurina en forma de estrellas a donde quiera que miraras. Era casi imposible siquiera cambiar un par de metros sin encontrarte con un muérdago colgando del techo.

Aitana no sabía a qué se debía el profundo amor de la chica de cabello rosa a la navidad, pero tenía sus teorías. Quizás había conocido a su novio en esas fiestas, quizás tenía maravillosos recuerdos de su niñez asociados con la llegada del hombre barrigón de traje rojo a la cuidad, o quizás simplemente le gustaba la idea de repartir amor y felicidad para celebrar junto con el nacimiento del niño Jesús. Pero sí de algo estaba segura era que no se trataba de un misterio para nadie el empeño que ponía la muchacha en hacer que todo se viera... mágico.

El lugar no tenía ni el más mínimo aspecto similar al que Aitana había observado la primera y única vez que había estado allí antes, en el recibidor del departamento donde vivía Luis.

Se encontraba frente a un largo pasillo de aspecto interminable, como la última vez, pero ahora había guirnaldas y colores brillantes por doquier, tanto que se sintió como lo más oscuro de la habitación, para variar a su propio hogar. Incluso podía escuchar débilmente la melodía de una canción de Navidad al final del pasillo.

Tragó saliva súbitamente; allí debían encontrarse, al menos, cinco personas viviendo en esas paredes a juzgar por el número de puertas suponiendo que una de ellas fuera el baño y el otra diera a alguna clase de cocina. ¿Eso quería decir que iba a tener que socializar con los demás? No estaba mentalmente preparada para una noticia así.

—¡Me alegra tanto que estén aquí! —exclamó la susodicha, para darles la bienvenida a los dos. 

Miriam, a lo lejos, notó el espanto de la catalana y corrió a su ayuda.

—Aitana, hola, puedes dejar tus cosas en la habitación de Cepeda y nos reuniremos todos en la sala —dijo, señalando la primera puerta a la derecha y luego la última del pasillo. La castaña, quien llevaba demasiado tiempo apretando la mandíbula, se mostró desorientada.

—¿Mis cosas? —repitió. Miriam sonrió con dulzura, qué perdida se veía.

—La comida del cachorro y tu cazadora... —dijo, suavemente. Aitana comenzó a asentir, destensándose.

—Claro, eso, por supuesto —dijo, y giró para entrar a la habitación sin pensarlo mucho más, con Bella siguiéndole el paso.

Mientras tanto, afuera de esta, la rubia ceniza miraba al gallego alzando una ceja, exigiendo de esa forma una explicación de por qué ella tenía las mejillas sonrojadas pero el semblante pálido y ambos parecían bastante confundidos.

—¿Qué ha pasado? —susurró, sujetándole la manga para que se alejara del campo de visión desde la puerta.

—No lo sé —dijo él, casi titubeando.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó Miriam, dándole un golpe en el pecho—. ¡Se veía muy asustada! —chilló por lo bajo—. Así que vas a pensarlo y contestarme otra vez. —Lo miró directamente a los ojos—. ¿Qué mierda ha pasado?

—No lo sé —repitió, tragando en seco.

¿Sinceramente? No lo sabía.

No sabía si podía decirse que estuvo a punto de besarla. No sabía si podía decirse que habían contado lo que los atormentaba a ambos sin filtros y que, por su parte al menos, nunca se había sentido tan bien contándoselo a alguien. No sabía si podía decirse que casi arruina todo lo que intentaba ayudarla en un momento de debilidad.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now