Capítulo 20

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Sangró una vez más las cuerdas de su guitarra, y suspiró tras respirar hondo: joder, qué mierda.

Qué mierda era dormir solo, qué mierda era despertarse solo, qué mierda era desayunar solo. Qué mierda era estar solo en sí, o estar solo sin ella. Medio que todo eso era una mierda. Pero tenía que ser fuerte, tenía que esperar, tenía que dejarle razonar las cosas que le había confesado sin sobrecargarla de emociones. Ella no merecía que fuera atropellado. Llevaba incontables semanas queriéndola en silencio, bien podía aguantar unos días más.

Pero dolía, obviamente. Se había mantenido ocupado con la universidad, sus amigos y su música, pero ella no dejaba de aparecer en esta última como una ráfaga perdida en un invierno que le quemaba la piel. Aparecía y desordenaba todo, le tiraba a la basura las rimas y le obligaba a ser un poeta más, presa de un amor imposible y un corazón roto que buscaba sanar sus partes quebradas incluso antes de estar totalmente desarmado. Prevenía lo inevitable: que ella lo eliminara de su vida de una vez.

No quería que su relación fuera eso, el estar dos semanas bien, una mal, dos bien, una mal, y así sucesivamente hasta que los días se convirtieran en meses y los meses en años. Quería quererla bien y siempre, quería que le quisiera bien y siempre. Pero no era tonto, ni para nada ingenuo, y sabía desde el principio en la situación que se había metido, y ahora no podía más que hacerle frente con el corazón como bandera y sus palabras de armadura, queriendo poner fin a la batalla campal que se llevaba en el espacio que le separaba de su cabeza en su pecho y sus brazos rodeándola como si le fuese la vida en ello.

Pero si algo había aprendido Luis Cepeda en la primera semana de absoluto silencio de ella era que no podía volver a estar así, entonces desde que había abandonado el portal de su puerta ese domingo a la mañana se había comunicado por mensajes, preguntándole por Alfred y Amaia, preguntándole por Ídem y sus estudios, preguntándole por sus sueños y su salud.

Y ella le contestaba más o menos normal dependiendo del día, pero él no sabía a qué se debía.

Resultó que los mensajes de Aitana pasaban por un filtro, un filtro llamado Amaia Romero. La navarra usualmente vigilaba lo que le respondía, ya que notaba el nerviosismo de la catalana para manejar la situación, y como varias veces había decidido tirar el móvil al mar y dar por muerto todo el asunto. Que a qué estaba jugando, que ella no iba a volver a tener una gran relación en su vida y para qué perder el tiempo ahora en intentarlo.

Pero Amaia le repetía que no, que ese no podía ser el final de su historia con Luis.

Tenía tanto miedo de quererlo sin quererlo, de haberlo encontrado de repente y no verlo nunca más, porque era una posibilidad, ¿qué tal si con el paso de los días el que en realidad necesitaba espacio era él y no ella, y que ahora había decidido que estaba mejor antes, con una mujer como su ex y no con una chiquilla que no podía admitir sus sentimientos y tenía un estrés postraumático del tamaño de España?

Ella no le había prometido amor eteno cuando se marchó sin mirar atrás, y podía ser que él se cansara de esperar.

—¿Has terminado? —le preguntó Roi, de repente, sobresaltándolo al entrar a la habitación—. Hombre, no me mires así, que es mi espacio personal —agregó, riéndose al verlo tan sorprendido, abriendo los brazos para abarcar el espacio de su habitación.

—Está hecho, sí —confirmó, asintiendo con la cabeza, recobrando la calma. Vio cómo su amigo iba a abrir la boca para acotar algo, así que rápidamente continuó—: Ya me pasé las maquetas terminadas a mi cuenta y las borré de tu ordenador, así que no, no puedes escuchar las canciones.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now