Capítulo 51

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El sábado por la mañana llegó con Marzo a su espalda, haciendo un poco más de peso, con una temperatura máxima aproximada de 18° grados y una mínima de 5° en la ciudad de Ourense, Galicia. Pero poco eran relevantes esos datos porque apenas se notaba, debido a la lluvia que caía con insistencia, incansable, chocándose con los cristales de la ventana como si tuviesen el poder de romperlos a la brevedad.

Él había hecho las paces con la lluvia, ya que ahora solo le recordaba a la catalana sorprendiéndole en la puerta de habitación alquilada, con una sonrisa amplia en el rostro y los brazos abiertos, dispuesta a pegar un salto y abrazarle con fuerza hasta el cansancio. Le recordaba a ella cantando «Con las ganas» en su piso, en un susurro tímido con su tonteo con el piano. Le recordaba al brillo de sus ojos cuando hablaba, cuando se movía, cuando se mordía el labio al mirarle.

Le recordaba a ella.

Y le daba paz.

Además, muy a su pesar, tenía que admitir que el hecho de que lloviese con tanta intensidad le hacía fantasear con la posibilidad que el vuelo de ella se retrasase, al menos unas horas, y tuviese la posibilidad de compartir más tiempo a su lado. Era un pensamiento bastante egoísta que trataba que no se le fuese de las manos, puesto que era de vital importancia que ella estuviese en Madrid antes en la tarde, ya que tenía la reunión con la discográfica, y seguidamente en la noche tenía que cumplir con su trabajo en Ídem.

A veces sentía que Aitana se le escapaba de las manos, y no podía evitar sentir una mezcla de euforia y nervios recorrerle entero. Era muy emocionante la oportunidad que se le había presentado, y no tenía ninguna duda que iba a bordar esa entrevista, pero saber que iba a volver a irse y que él debería acostumbrarse a volver a dormir solo le ponía un poco inquieto.

Pero sabía que no tenía sentido tratar de retenerla, porque Aitana Ocaña había nacido para ser una estrella, ¿y quién era él para impedírselo?

Sin embargo, no podía dejar de sentirse ahogado, y más cuando recibió un mensaje el día anterior de parte de su hermana, pidiéndole para desayunar juntos al día siguiente. Quería negarse porque la sola idea de abandonar el calor de la cama que compartía con la catalana para adentrarse al frío de la calle en la mañana le producía dolor físico, pero no podía desaprovechar esa oportunidad de arreglar las cosas con María.

Después de todo le conocía lo suficiente como para saber que pedirle verse era ya el alzamiento de una bandera blanca, y significaba mucho para él el poder izar la suya a su lado también.

Así que dejó a Aitana durmiendo plácidamente, dándole un beso en la cabeza antes de irse y escribiéndole una nota a su lado por si acaso no recordaba que había quedado en encontrarse con alguien. Dudaba que eso pasase, ya que ella insistió a que aceptase la invitación con bastante decisión, pero lo cierto era que su cabecita iba a mil por hora últimamente y prefería ahorrarle el susto que le produciría encontrar la cama vacía.

El café en sus manos ayudaba un poco a despertarle el cerebro y entibiarle el cuerpo mientras esperaba en la cafetería, con la vista clavada a la ventana, no solo por su fascinación por la lluvia, sino también esperando la llegada de María.

Pasados diez minutos asumió que le había dejado plantado, y se sintió la persona más tonta de España, hasta que la divisó a lo lejos, peleándose con su paraguas amarillo contra el viento.

Su hermana entró, dejó el paraguas a un costado e inmediatamente fue hacia la caja para pedirse un capuchino. Luego, lentamente, avanzó hasta la mesa donde estaba él, quien estaba expectante a cuál sería su reacción esta vez, y si acaso tenía que preparar la otra mejilla para una bofetada.

Lo peor de nosotrosМесто, где живут истории. Откройте их для себя