Capítulo 28

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Fue la primera vez en una semana y media que Aitana durmió de corrido en la noche.

Y le costó un mundo despertarse. En parte, porque temía que fuera un sueño.

Con un brazo se apretó más hacia el pecho de Luis, mientras que con el otro cogió la colcha en el puño para tirar de ella, con afán de que le tapara toda la cabeza a ella, lo que significaba taparle hasta el cuello a él.

Escuchaba su pecho vibrar con la respiración pausada, esa respiración que le daba tanta paz para una vida y media más. Después de la cantidad de emociones del día anterior, de su ira incontrolable, la pasión manejable, y la risa suelta en el aire, le hacía sentir plena poderle seguir el ritmo a como inspiraba y expiraba el soplo de sus pulmones.

Le alegraba de sobremanera que hubiera vuelto a ocupar el lado izquierdo de la cama, aunque no fuera la suya.

Sentía un poco de angustia inevitable, al recordar que mañana se volvía a Madrid, pero que él se quedaría en Galicia indefinidamente. No quería estar a indefinidos nada de él, indefinidos días, indefinidos meses, ni indefinidos años de él. Quería tener la seguridad de poder tachar los días del calendario que les separaban, y la incertidumbre le hacía doler el corazón, pero no quería confesarle esa necesidad recién descubierta para no interferir en su plan.

Y aunque no lo había mostrado la noche anterior, durante su discurso motivador, estaba asustadísima con la situación de su padre, no quería dejar a Luis solo a manos de él, con la posibilidad abierta de encontrárselo como un huracán en cada esquina. Deseaba poder llevárselo y encerrarlo en su piso donde los dos eran felices y no tenían nada más en qué pensar que no fuera que camiseta debía ir a la lavandería esta vez.

No tenía ni pies ni cabeza lo mucho que le había echado de menos, las cosas pequeñas, como tenerle frente a frente en la cena, a un lado cuando dibujaba, debajo cuando dormían. Especialmente cuando dormían. Necesitaba dormir a su lado más de lo que su orgullo le permitía admitir en voz alta, incluso admitírselo a sí misma.

Esa era otra de las cosas que más ilusión le hacía del viaje, la certeza de que nadie más que ellos iba a estar en esa habitación de hotel.

Desde que eran sus lo-que-sea no habían vuelto a dormir juntos, dadas las circunstancias de Amaia viviendo con la catalana, entonces le ponía un poco nerviosa la situación, sí, y quizás por eso había asumido que él iba a intentar algo. Pero a veces olvidaba que Luis no era así, predecible. Jamás le había puesto una mano encima de forma inapropiada en la cantidad de veces que se había tumbado a su lado, y aunque los papeles fueran distintos ahora, él siempre iba a esperar que ella le diera luz verde, fuerte y clara, ante cualquier aspecto.

No le debía nada por estar con él, y Luis no esperaba nada más de ella, ni se le había pasado por la cabeza, lo cual quedaba gráficamente representado en su falta de previsión para la situación.

Daba bastante gracia, en realidad.

Ahora. Ayer no les había hecho tanta.

—¿Aiti? —susurró Luis, con voz adormilada. Ella alzó la cara para verle, remolona—. ¿Llevas mucho despierta?

—Uhmm... —murmuró, inentendible. Él hizo amague de incorporarse, pero ella lo apretó con más fuerza—. Quieto. —Apenas dijo, con el ceño fruncido, y enterró el rostro en el hueco del cuello al moverse él.

Luis se rió al verla, muerto de ternura.

—¿Quieres seguir durmiendo? —preguntó, entre risas.

Vio como ella asentía con la cabeza, sin decir nada. No quería dormir, en realidad, lo que no quería era que él se moviera, quería preservar ese momento en su mente un ratito más si era posible.

Lo peor de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora