Capítulo 12

5.2K 160 22
                                    

—Que no, que me niego que vayas toda de negro, te lo prohíbo.

—¿¡Qué dices!?

—¡Me has oído!

—Chicas, chicas, parad...

—¡Tú no te metas!

—Vale, eso duele, cariño, pero vale...

La navarra se detuvo en seco y se cruzó de brazos sin soltar el top de sus manos.

—¿Verdad que tengo razón, Alfred? —insistió, mirando a su prometido—. ¿Verdad que no puede ir a esta fiesta toda de negro en plan fúnebre?

—Oye, que yo no sé de esas cosas...

—¡Querías meterte y ahora te metes! —le chilló, tirándole el top a su dirección. Alfred lo cogió en el aire y abrió mucho los ojos. Estaban desacatadas.

—Todo esto es ridículo —sentenció Aitana, asomándose a la sala con un albornoz y el cabello mojado envuelto en una toalla—. Pero ridículo que flipas. A nadie le importa si voy en plan Parca, Amaia.

—¡A mí sí! —insistió la navarra, más alto, siendo consciente que su mejor amiga ya había vuelto a encerrarse en la habitación—. Dios, esta niña me va a matar del disgusto.

—En mi humilde opinión las dos estáis siendo mazo exageradas...

—Vuelves a dejar una oración sin completar en plan misterio y te dejo, Alfred, te lo juro —lo amenazó, señalándole con el dedo. El catalán se rió, inevitablemente, porque no podía creer el drama que se estaban montando. Acto seguido se levantó del sofá y fue hacia ella, dejándole un beso en el pelo, tomándose un segundo para oler los jazmines del acondicionador que siempre usaba—. Con besos no te salvas —dijo, haciendo un mohín con la boca y levantando el mentón para verle a los ojos. Él sonrió, como él sabía—. Que mono —aceptó, derrotada, y le plantó un pico en los labios con efusividad.

—Vale, viendo que ya se terminó la película aquí podré vestirme como se me pega la regalada gana, ¿no? —preguntó la catalana, después de observar esa enternecedora escena de su pareja de mejores amigos.

—No —sentenció Alfred—. Significa que ahora ambos nos morimos de ganas por verte en ese conjunto blanco que te ha traído Amaia de regalo de Navidad.

Aitana dejó caer los brazos exageradamente, derrotada.

—¡Sois imposibles! —gritó, y se cerró de un portazo de vuelta a la habitación.

—Gracias, cariño —le dijo Amaia a Alfred, haciéndole un hueco a su lado.

—¿Por qué es tan importante qué se ponga esta noche? —preguntó Alfred, en susurros, visiblemente perdido.

—No es importante en sí, pero está que se muere de nervios por salir de fiesta con Luis y sus amigos, y picarla un poco la obliga a concentrarse en otra cosa —le confesó la navarra, con una sonrisa dulce—. Además estoy harta que use negro, creo que me da migraña y todo.

Alfred se rió al escucharla y le dio un beso en la mejilla. Le sorprendía la capacidad que tenía ella para leer a la gente, para entenderla y apoyarla sin hacer escándalo, sin hacerlo notar, sin esperar nada a cambio. De verdad que se había sacado la lotería con ella a su lado.

—¿Raoul y Nerea irán esta noche? —le preguntó, cambiando ligeramente de tema.

—Raoul sé que sí, pero de Nerea no tengo idea. Aitana se niega a nombrarla, no tengo idea por qué —confesó ella, encogiéndose de hombros—. Es como si de repente se le hubieran cruzado los cables y no la puede ni ver. No sé qué habrá pasado en esa Navidad.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now