Capítulo 15

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Pero no pudo hacerlo.

—No. —dijo, seria, sin más.

Y por alguna razón a él se le fue un peso de los hombros.

Ahora que ella se había dado cuenta del desastre que era su piso no podía centrarse en otra cosa, así que se quitó la chaqueta y la colgó antes de coger una bolsa y comenzar a limpiar la cocina, que estaba conectada con la sala y la entrada, porque era un espacio pequeño sin más.

Él, sin decir una palabra, la ayudó a ordenar en silencio.

De a dos era un trabajo fácil de hacer, pero que ninguno se imaginó haciendo a las tres y media de la mañana, a decir verdad. Pero nadie protestó. No tardaron mucho hasta que todo lo echado a perder estaba en bolsas de basura, el piso estaba barrido y a simple vista todo se veía como nuevo, como no se veía hace meses, como no se había visto nunca, ya que desde que lo habitaba eran sus demonios los que decoraban.

El gallego no encontró ningún cenicero ni colilla a la vista y suspiró, aliviado.

La vio sacar un marco de debajo del sofá, y notó como encajaba a la perfección con la marca desnuda en la pared. Pero Aitana no lo volvió a poner ahí, sino que quitó la foto del marco y lo puso vacío, yendo hacia su habitación para guardarla en un lugar digno de una vez.

No podía esconderla más. No podía esconderse más.

Al cabo de los minutos ella no volvía a la sala y él se preocupó, así que se asomó a la puerta, encontrándola sentada sobre la cama, con la mirada perdida en las puertas del armario frente a ella. Hizo un esfuerzo por no mirar su habitación, por mucho que la curiosidad lo carcomía, y centrarse solo en ella.

—Gracias —dijo Aitana, avergonzara de que le ayudara, mirándole desde la puerta.

—No hay de qué —dijo él, encogiéndose de hombros.

Aitana suspiró y palmeó el espacio vacío a su lado. Él avanzó con cautela.

—Creo que te debo una explicación —admitió, casi a regañadientes. Llevaba varios minutos dándole vueltas a lo mismo, y era hora de ser sincera con él. No podía ignorar el dolor en sus ojos oscuros cuando por un segundo pensó en decirle que sí, en que pensaba seguir en ese plan siempre, que ambos sabían que significaba mucho más que solo eso—. Lamento hacerte pasar por esto cada dos por tres, y entendería si te cansas, porque hasta yo me canso de vivir conmigo muchas veces.

La voz se le rompió a ella y a él esa coraza que usaba para no doblegarse ante esa catalana.

—Es que no lo entiendo, Aitana. Y de verdad me gustaría hacerlo —se sinceró, poniéndose de lado para verla a la cara. Ya no tenía a Nerea como excusa, ahora tenía que contarle todo.

No podía fingir más que toda la situación no le dañaba como lo hacía. Él no era así.

—Tengo miedo —confesó ella, todavía sin mirarlo—. Me da mucho miedo confiar en la gente porque temo que se vayan y que yo tenga que aprender a vivir sin ellos. Me da terror admitir lo importante que te has vuelto para mí en este tiempo, Luis, porque no quiero, de verdad. No puedo más. —Se notaba que le costaba horrores hablar pero que todavía no había terminado—. No puedo estar sin ti —susurró, avergonzada hasta la punta del cabello—. Pero prefiero sacarte de mi vida antes de que te vuelvas un pilar indispensable y yo deba sufrir. Porque estoy muy, muy cansada de sufrir.

Por un momento ella juró que él había salido espantado de la habitación, por su falta de respuesta, hasta que sintió como le alzaba el mentón con la mano, obligándole a mirarle a los ojos. Acto seguido la abrazo sin mediar intensidad ni palabra, y ella se escondió en su pecho como tanto deseaba hacerlo desde hacía días.

Lo peor de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora