Capítulo 60

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Leed atentamente.

Mucha suerte.

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Había pensado en cancelar varias veces, pero nunca se había atrevido a hacerlo.

Sabía a ciencia cierta que si le decía a su mejor amiga que no quería cenar con ella, despertaría sospechas más rápido que nunca, y la tendría anclada a su piso para el resto de la eternidad. Y no quería eso, no quería preocuparla para nada. Por fin había conseguido que su relación no se basase en ser ella la protegida, usándola de colchón de aterrizaje, y no tenía ninguna intención en volver a eso.

Trató de ensayar sus expresiones en el espejo, hablando sola en el baño, mirándose fijamente los gestos para evitar que su nariz se frunciera al decir una mentira, o que su sonrisa decayese un milímetro al fingirla. Respondió las preguntas que asumió ella le haría, haciendo especial hincapié en las que no quería mencionar... que probablemente serían las que la navarra querría saber.

No la culpaba, sin embargo. Se contaban todo, al fin de cuentas, y tener que admitir que las cosas a veces no eran como ella deseaba debería ser lo más normal del universo, pero había algo en Aitana, algo muy adentro que recubría su orgullo entero, y le repetía una y otra vez que ser completamente sincera con Amaia sería ser completamente sincera consigo misma, y empezar a hacer algo al respecto.

Y no lograba, por mucho que lo intentase, verse afrontando la situación.

Terminó bufando, y cogiendo las tijeras de su neceser para recortarse el flequillo, algo que posiblemente no debería hacer en el estado de nervios que le subía y le bajaba por la garganta. Lo acomodó, tanteándolo con sus dedos inquietos, y dejó la tijera en otro lugar por acto reflejo, a un lado de su espuma de afeitar, intacta desde hacía unos cuantos días. Se le encogió el estómago al verla, y pensó si acaso seguía teniendo sentido el tenerla ahí, formando más parte de la decoración de su piso que por un hecho de utilidad.

Suspiró, y decidió maquillarse para esconder un poco las bolsas debajo de sus ojos, y para despistar, pintó sus labios de un carmín fuerte. Sabía que Amaia nunca la cuestionaría por hacerlo, a pesar de que solo iban a una cena informal un domingo por la noche y no había necesidad de producirse como para sus jornadas en Ídem. Con la excusa de hacer lo que le placiera, saldría airosa de cualquier miramiento.

Cogió el móvil para ver la hora, cuando dejó su cara en paz, y notó mensajes sin contestar de él. Entre cosa y cosa no se había percatado de que le había sonado el teléfono, pero tampoco terminaba de pillarle el volumen correcto al nuevo aparato, así que no se preocupó demasiado. Le mandó una foto de su cara en respuesta, un emoji de un beso, y cerró el chat.

Le comprimía el corazón no poder emocionarse por fuera como lo estaba por dentro, pero toda la situación estaba resultando ser más difícil de lo que ella se hubiese esperado. La parte más infantil, más ilusa de su cerebro, le había convencido de que después de tanta ida y vuelta ahora los mañanas serían solo color de rosa, pero en realidad los matices variaban, y el blanco y el gris figuraban en su arcoíris como cualquier otro color del espectro.

Se abanicó la cara con las manos para evitar romperse y arruinar el eyeliner de sus ojos que finalmente le había salido decente, y volvió a la habitación para cambiarse el pijama que había usado todo el día. Se enfundó en una falda tejana y un top rojo tras correr la corina de su habitación y notar que el cielo estaba tan despejado como era esperable para esa hora en pleno verano.

Lo peor de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora