Capítulo 22

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Surrealista. Esa era la única palabra para describir tal escena: surrealista.

Y un infierno, eso también.

Pero era por ella, haría cualquier cosa por esa navarra, incluso meter a cuatro chicas que apenas conocía en su piso, en su pequeño piso. Y entendía la situación, por supuesto que lo hacía, pero no por eso tenía menos ganas de tirarse en picada del balcón antes que soportar toda la noche juntas, haciéndose amigas casi por la fuerza. Al menos corría con la ventaja de que todas habían estado bebiendo, y eso las volvía a meter en su terreno, con el tipo de gente que solía manejar.

Sin embargo, aun así hubiera preferido que fueran a terminar la fiesta en otro lugar lejos de ella.

O del plural ellos, eso también le servía.

—Estás de coña —le dijo Luis, muy alto, a la par que salían de Ídem por la puerta trasera—. ¿Invitasteis a las chicas a pasar la noche a tu piso? ¿De verdad? —se rió, inevitablemente, por la cara de mala hostia que tenía la catalana.

—Amaia lo hizo y no pude decir que no —susurró, cruzándose de brazos—. Y no te atrevas a reírte porque todo esto es tu culpa, Cepeda —finalizó, frustrada. Él evitó mosquearse porque le llamase por el apellido, aunque le sonaba extraño salir de su boca, como si estuviese hablándole a otra persona.

—¿Qué hice yo? —preguntó el gallego, caminando a su lado, haciéndose el tonto.

—Les invitaste a oírnos —dijo, enfadada—. Y no le dijiste a Roi que Amaia dejó a Alfred —puntualizó, lógicamente.

Luis suspiró: ahí sí tenía que hacer un mea culpa. Cuando le contó a su grupo de amigos que él y Aitana habían empezado a tocar en Ídem como dúo, y que esa noche lo harían por primera vez con algún ensayo previo, no se le pasó por la cabeza que se formase tal evento. Sí, que era sábado en la noche y les conocía lo suficiente como para saber que la mayoría iban a querer ir, pero nunca creyó que fueran todos.

Aitana casi le asesina cuando distinguió al grupito vitoreando entre la gente, que eran inconfundibles.

El mayor problema era que Roi había hecho buenas migas con Alfred después de la primera vez que se vieron, y habían quedado en hablar sobre música varias veces, pero no tenían la confianza suficiente para que el catalán se abriera a él y le contase que su prometida le había dejado. Aunque la realidad era que no le había dicho a nadie, quizás por esperanzas de que volviesen más pronto que tarde, o porque decirlo en voz alta era una realidad a la cual él no quería enfrentarse.

El caso fue que el grupito por un lado, y Amaia por el otro, habían ido a la disco a ver a sus amigos cantar, y lo que pareció empezar como una noche amena ahora estaba al límite del desastre.

—¡Pensé que sabía! —se excusó, torpemente. Al estar ya saliendo definitivamente del rango de la música estroboscópica, habló demasiado alto, tan alto que el resto de las personas que iban frente a ellos se volvieron a verles, en confusión—. Vale, no. Lo lamento. Sabes que no fue mi intención.

—¿Problemas en el paraíso, amores? —dijo Mimi al oírles, alzando una ceja.

—Sin tetas no hay paraíso. —Solo dijo Ricky, descojonándose, y a pesar de que estaba citando el nombre de una serie de culto española, fue suficiente para captar cierta alegación a la situación y que a la catalana se le subiesen los colores a la cara, mientras el resto reprimía risillas.

Decidió pensar que el comentario venía a la oportunidad inmejorable del mallorquín de hacer un chiste de mierda por hacer de payaso al resto, y no que él estuviese enterado que aún no había pasado realmente nada entre ella y el gallego que involucrase su cuerpo. De lo contrario tendría que matar a Luis de una vez por todas.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now