Capítulo 57

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La llamada llegó el lunes a primera hora de la mañana, tan pero tan temprano que casi no coge el teléfono, vencido por la pereza de la primera noche de sueño profundo que tenía en semanas, y el hecho de que tenía las piernas enredadas con la catalana que dormía a su lado. Tenía terror de despertarla, sobre todo porque a ambos les había costado conciliar el sueño, y también porque se veía más que adorable dormida hecha un bollito hacia su pecho.

Finalmente la preocupación de que se fuese de su hermana o su madre tratando de contactar con él le hicieron levantarse de la cama, con pesadez, luchando por no darse tumbos contra las paredes mientras que con el móvil en la mano caminaba rápidamente hacia la sala. Al menos lo más rápido que sus piernas adormecidas le permitían.

Al ver un número desconocido iluminar su pantalla se tomó unos segundos para frotarse una mano en los ojos antes de armarse de valor para contestar. Lo cierto era que cualquier teléfono que no tuviese agendado le daba mala espina, como si una desfavorable noticia estuviese ya a la vuelta de la esquina, esperando pacientemente para arruinarle toda la paz que tanto le estaba costando reconstruir en su rutina.

Cuando aceptó la llamada tardó más de lo que le enorgullecería admitir el procesar la información que le caía a borbotones. Llegó a captar las palabras «interesados» y «discográfica», pero cualquier cosa que estuviese en medio le sonaba a balbuceos inentendibles, a pesar de que suponía que era un problema suyo y no de quien estuviese del otro lado de la línea.

Le llevó varios carraspeos en la voz antes de cumplir satisfactoriamente con su intento de responder más o menos coherentemente.

—Pero... ¿usted está seguro que tiene el número correcto? —preguntó Luis, desconfiado irremediablemente.

Del otro lado, Capdevilla suspiró. «Tal para cual», pensó.

—Sí, Luis Cepeda —dijo, con firmeza, borrándole cualquier duda que quisiese almacenar su cerebro al respecto—. ¿Entonces? ¿Qué piensa?

—Que es una locura. —Soltó, sin pensarlo dos veces. Trató de rebuscar en su cabeza razones por las cuales pudiesen estarle proponiendo de verdad una entrevista laboral, en miras de grabar en estudio profesional sus canciones, y no encontraba ninguna que no fuese una ida de olla monumental—. Es... una locura, señor Capdevilla.

El hombre de gafas de medialuna sonrió, de lado, aunque sabía que no podía verle.

—Le esperamos en nuestras oficinas el lunes por la mañana, la próxima semana, para discutir más tranquilamente, ¿le parece? —preguntó, aunque estaba claro que era una mera formalidad, y que en realidad Luis no tenía ni voz ni voto en esa sugerencia. Ante su silencio, agregó—. Le mando los detalles por mensaje, o por correo, si prefiere. Estamos ansiosos por conocerle.

Luis logró remontar la conversación, y terminó agradeciéndole encarecidamente por la oportunidad, y afirmar que efectivamente se encontraría allí cuando le quisiesen. Sin embargo, incluso después de colgar la llamada y dejar el móvil sobre la mesa de la cocina de Aitana, todavía no lograba caérsele la ficha de lo que acababa de pasar.

¿Una discográfica quería lanzar su música, de verdad?

Surrealista.

No se había permitido a sí mismo emocionarse cuando Aitana le contó que existía aquella posibilidad, por varias razones: porque no era el tiempo ni el lugar para desviar sus pensamientos hacia otro lugar que no fuera el bienestar físico y psicológico de ella; porque realmente no creía que fuera a pasar, y porque aunque la catalana se lo hubiese contado con una sonrisa de las suyas pintada en el rostro, eso no quería decir que no se sintiese dolida por el rechazo de esos mismos ejecutivos.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now