Capítulo 52

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El mundo entero se detuvo en ese instante.

Los planetas dejaron de girar.

Y todas las voces habidas y por haber hicieron silencio sepulcral.

—¿Q-Qué? —apenas logró preguntar él, tartamudeando.

Ella tenía el rostro contraído, y ahora sus brazos se abrazaban a sí misma, presionando contra la tela de la camiseta en sus caderas, clavándose los dedos en su propia carne, desesperada por despertarse de aquella pesadilla de proporciones épicas.

—No lo sé —confesó, y la voz se le rompió.

Luis no pudo resistirlo más y volvió a dar un paso, confiando en que ella no se apartaría esta vez, y la envolvió entera con sus brazos, notándola hacerse pequeña en su pecho, apretando con fuerza la frente contra sus músculos.

Al menos no lloraba. Al menos eso le consolaba.

Estaba cansado de verla llorar.

—¿Por qué...? —Fue a preguntar, pasados unos minutos en los que nadie dijo nada, y solo se escuchaban sus respiraciones entrecortadas resonando en el eco del baño.

—Vamos a la habitación —dijo ella, en apenas un susurro, separándose de su calor para volver a tironear la camiseta hacia abajo en camino a la cama. Le ponía nerviosa andar con esas pintas en un espacio que compartían con otros, pero cuando sintió las ganas incontrolables de vomitar fue imposible parar a ponerse pantalones antes de salir corriendo a arrodillarse frente al inodoro—. Jolín. —Solo dijo, apenas él entró y cerró la puerta detrás de sí. Se sentó en el borde de la cama y clavó la vista en el armario—. No me ha bajado la regla.

—¿Cuánto tiempo tienes de retraso? —preguntó el gallego, sentándose a su lado, mirándola solo a ella, estudiando las reacciones de su perfil.

—¿Dos semanas? ¿Una? —aventuró ella, dudando—. Joder, ni siquiera sé eso, ni siquiera lo noté. —Acto seguido se tapó la cara con las manos, y chilló en ellas—. Soy un desastre, Dios mío.

—En todo caso somos un desastre —le corrigió, cogiéndole una de las muñecas para hacerle bajar la mano, y poder estrecharla entre las suyas.

—Pero es mi cuerpo, joder —se reprochó, frustrada—. Estoy súper sensible, mareada y con el estómago revuelto todo el tiempo, debí haberme dado cuenta antes de que algo andaba mal.

Él negó con la cabeza, para calmarla, y le dio un apretón a la mano.

—¿Qué quieres hacer ahora, Aiti? —preguntó, con tranquilidad—. ¿Quieres que te lleve al médico?

Aitana cerró los ojos con fuerza, hasta cuando sintió que podía estar haciéndose daño con los párpados, y dejó salir un suspiro. No tenía ni una sola idea clara de qué demonios quería hacer. Ninguna. Solo le apetecía tumbarse en el piso hecha un bollito sin tener que enfrentar más problemas por el resto de su vida.

—Tengo que ir al médico, sí —afirmó, pensándolo unos segundos—. Pero debería ir a mí médico, en Madrid —susurró, todavía sin mirarlo—. Pero necesito algo ahora para calmar las náuseas, o me moriré en el avión, eso es seguro.

Él asintió, y le acarició la palma de la mano con el pulgar en círculos, suaves.

No iba a ponerse a cuestionar las razones por las cuales ella prefería hacer la consulta en su ciudad de residencia actual antes que en una completamente desconocida, por obvios motivos. Sabía a ciencia cierta, por haber crecido con dos mujeres en su casa, que esos temas eran bastante serios, y que mejor ser tratados siempre con un profesional de confianza para pasar los menores inconvenientes posibles.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now