Capítulo 58

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Si tuviesen que ponerle nombre a esa semana (que, en realidad, uno de los dos sí tuvo que hacerlo en una sesión aleatoria) sería: «la semana de las idas de olla». Pero de verdad. Jamás se les había ido tanto la cabeza como en esos siete días, era un no parar.

Paralelamente ambos fueron a terapia, uno por primera vez, otra para retomar, pero ambos con un montón de sentimientos embotellados que no estaban seguros cómo sacar a la luz, y que en caso de saber hacerlo, tampoco tenían intenciones en intentarlo. La necesidad de barrer la mugre debajo de la mesa y esconderla con una alfombra era más que tentadora, pero menos que posible.

Ellos mismos no se podían permitir seguir ignorando el estado de sus cerebros, lo importante que era la salud mental para funcionar como seres humanos más o menos estables. Pero la realidad era que una persona sin salud mental no tenía salud de ningún tipo. Mantener una buena salud mental era fundamental por tres cuestiones básicas y fundamentales en la vida: el poder afrontar las presiones normales que iban apareciendo, el trabajar productiva y provechosamente en proyectos o tareas, y el poder hacer una contribución al entorno que los rodeaba.

Las enfermedades mentales con frecuencia tenían como causa física un desequilibrio químico en el cerebro. El estrés y los problemas en la familia o el trabajo podían desencadenarla o hacer que esta empeore. Sin embargo, las personas que emocionalmente estaban sanas habían desarrollado maneras de hacerle frente al estrés y los problemas.

Y ellos no estaban emocionalmente sanos por ningún lado que se los mirase.

Estos trastornos podían llevar a un punto en el cual ya no se sentía deseos de participar en las actividades diarias que una vez agradaban, y aspectos tan sencillas como el aseo y la nutrición podían ser afectadas por esos trastornos. Había que tener un grado importante de empatía y conocimiento psicológico o psiquiátrico para poder entender que los trastornos existían de diferentes formas, y diferentes intensidades.

Aitana y Luis tenían estrés postraumático. Aitana y Luis tenían ansiedad. Aitana y Luis estaban al borde de caer en depresión. Y todo eso significaba que Aitana y Luis necesitaban ayuda profesional.

Y eso era así. Era claro como el cristal. Era algo que los dos necesitaban oír para entender, para saber cómo afrontarlo.

La catalana retomó sus sesiones de terapia con Noemí el día después en el que el gallego partiera de vuelta hacia su tierra, con su madre a un lado. Fue el primer momento en el que ella se dio cuenta del peso de todas sus acciones recientes, de todos los acontecimientos que le habían sucedido en un período de tiempo tan corto; cuando corrió hacia la ventana del aeropuerto y vio su avión alzarse en vuelo.

De pronto se encontró sola contemplando el cielo, curiosamente despejado, curiosamente azul. Y recordó cuando se refugiaba en los días grises porque le reconfortaba saber que el sol ese día decidía no salir, al igual que ella había decidido no salir muchas veces después del asesinato de su expareja. Pero esa vez tomó consciencia del cielo azul, de lo afortunada que era por verlo, de las ganas que tenía que llegase la primavera para cambiar un poco los aires y abrir un poco las flores.

Añoraba sentir eso, ese algo que le hiciese querer vivir más allá de un nuevo amanecer que no estuviese ligado a una persona. No era por Vicente, no era por Amaia, no era por sus padres, no era por Luis. Era por ella. Ella quería vivir una atardecer más porque le apetecía ver caer el Sol en el horizonte, porque los colores le flipaban y la vida, y la jodida vida le puto flipaba.

Y no había más vuelta que darle.

Repasaba en su mente personas, meses, y lugares; pensaba en Nerea, en la manía que le tenía, en las ganas de mandarla de una patada de vuelta a Barcelona que le inundaban entera. Pensaba en esa Nerea, y en la versión actual de ella que supo que Luis acababa de despegar hacia Galicia y le invitó a cenar para despejar su mente. Nerea, con la que podía hablar en catalán y recordar con cariño las personas que eran antes, pero sin añoranza. Era la misma con carita de ángel que quería golpear desde que tenía uso de razón.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now