Capítulo 25

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No era la primera vez que volaba con él, pero sí la primera en la que le confesaba su terror a los aviones.

La última vez, de Madrid a Barcelona, estaba tan estresada porque había sido una bocazas sin sentido y ahora Luis iba a conocer a toda su familia que apenas había pensado en la cantidad de posibilidades de que el avión se cayera, o le explotara la turbina, o algún pasajero se muriese de repente. Pero ahora todas esas posibilidades se embotellaban en su cabeza y hacían presión, preparándose para explotar y volverla loca.

Así que había tenido que confesarle a él su miedo de una vez, para que no pensase que estaba temblando de nervios u otras razones.

Que sí, que tenía muchísimos nervios por conocer a los Cepeda, de verdad, pero era algo que veía repentinamente tan lejano que lo ponía en segundo plano. Primero debía pasar la hora y cuarto en ese microondas con alas que era el avión, que les dejaba en Santiago de Compostela, y de ahí tomarse un tren que tardaría un poco más de media hora en dejarlos finalmente en su destino, en Ourense.

Por eso de pronto sentía que tenía mucho tiempo aún para entrar en pánico por aquello.

—Te juro que no noté nada la última vez —le dijo Luis, a la par que metía la mochila de ella en los compartimentos superiores de ese armatoste.

—No creo que me prestaras tanta atención la última vez —dijo ella, medio en broma, medio en serio, viéndole sentar a su lado.

—Yo siempre te he prestado atención —afirmó, llevándose la mano al pecho, como si lo contrario fuera impensable. Aitana se rió—. Al respecto de eso, ¿por qué me invitaste a ir a Barcelona aquella vez?

—Y para que no te quedases solo, listillo, ¿qué esperabas? —insistió la catalana, haciéndose la desentendida, mientras toqueteaba el cinturón de seguridad en su cintura. ¿Eso la ayudaría en algo si el avión explotaba? Lo dudaba.

—No me iba a quedar solo, iba a pasarlo con Nerea... —dijo él, como quien no quiere la cosa, mirándola como pretendía que ese cinturón comenzase a hablarle para que lo soltara.

—¿Ya tenía el boleto de avión para Bella que pagaron mis padres y lo cambié por uno de humano? —susurró ella, torpemente, en pregunta. Luis rió ante sus ocurrencias y le dejó un beso en el flequillo—. Hala, me despeinas —dijo, mañosa.

—No es verdad —mintió, y lo sopló. Ella abrió mucho los ojos, indignada, y le dio un golpe en el brazo.

—¡Luis!

—¿Te falta parte de una pestaña? —preguntó él, mirándola de reojo. Ella se puso colorada al instante.

Maldita Amaia.

—Déjame —chilló, y le puso toda la palma de la mano derecha sobre su cara. Luis se dejó hacer, riéndose por estar picándola tanto. Le daba vida—. Mucho mejor.

—Sí, me imagino —dijo, sarcástico pero sin moverse—. ¿Me dejas ya, por favor?

—No. —Aitana separó ligeramente la mano pero solo para cogerle los mofletes entre el índice y el pulgar, obligándole a poner boca de pato—. ¿De qué te ríes tú? Si soy yo la que está viéndote la cara ahora —rió, y con la mano libre cogió el móvil para hacerle una foto.

—De que el avión está por despegar y al fin dejaste en paz el cinturón —sonrió, victorioso.

Apenas esas palabras abandonaron sus labios a ella se le taparon los oídos, y miró hacia su derecha para observar como el avión remontaba vuelo con rapidez. Y ella ni se había percatado cuando las azafatas hablaron, joder. Perdidísima.

Lo peor de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora