Capítulo 33

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Llevaba solamente veinte minutos en ese salón de clase, y ya estaba pensando en tirarse por la ventana para escapar.

Pero tenía que ser racional, estaba en el segundo piso, al caer solo se rompería unos cuantos huesos, no es como si fuera suficiente para detener el sufrimiento que le producía estar tan, pero tan, aburrida.

No era su intención, genuinamente, e incluso había prestado atención los primeros diez minutos de la clase, pero de repente todo le hacía aire en la cabeza y era como si las palabras no tuviesen relación entre sí, que las frases no llegasen a nada y que no existiese el punto y aparte entre tanto parloteo. No le importaba en lo más mínimo lo que fuera que estaba explicando la profesora en la pizarra, y eso estaba jugándole muy en contra.

Apoyó los dos codos sobre la mesa y se sostuvo la cara, como si fuese físicamente imposible mantenerse derecha si no lo hacía, como si su cuello hubiese desistido en el trabajo de aguantarla y faltasen segundos para que su cabeza saliese rodando escaleras abajo, abandonado la universidad como ella tanto quería.

Pero tenía que resistir sus impulsos y tratar de concentrarse, o todos esos meses de esfuerzo habrían sido en vano.

Sin embargo, le costaba, le costaba muchísimo. Solo podía repetir en su cabeza la conversación de la noche anterior con Luis, donde él le contaba cómo había reaccionado su familia ante las noticias de la posible semilibertad de su padrastro. Todo lo demás le parecía insignificante en comparación: sus dramas con la carrera, sus dramas con Ídem, sus dramas con la convivencia con Amaia. Sus dramas en general. Todo le parecía pequeñísimo.

El gallego estuvo hora y media al teléfono explicándole, con todos los detalles posibles, las protestas del resto de los Cepeda cuando habló. Su padre le gritó por haber ido a ver a ese capullo y su padre rompió en llanto, inevitablemente. La situación los desbordaba a todos, pero había formas y formas para hablar, y allí todos estaban actuando mal de una forma u otra.

Llamaron a María por el altavoz para notificarle, dado que ella ya había vuelto a México el día anterior, y trató de colgar varias veces, explicando que no podía procesar esa información, que necesitaba tiempo. Pero Luis le imploró que no lo hiciese, que no tenían tiempo que perder para tratar de, entre todos, llegar a una solución.

Su padre, por primera vez, fue útil e insistió en que debían solicitar ayuda legal, que era lo único sensato a lo que podían aferrarse. No era la idea más brillante del mundo, no es como si a Luis no se le hubiese ocurrido, pero lo importante fue que propuso buscar él a un abogado capacitado. Era el mayor esfuerzo que le había visto hacer en años, y eso ya era triste.

Aitana solo podía morder un cojín mientras le oía, para que no le escuchase sollozar. Sabía de sobra que eran una familia humilde y que esa ayuda iba a salirles una pasta que no tenían, y que además de todo no podía asegurarles nada; era lo mismo que lanzar una moneda a una fuente y pedir un deseo. Pero con cientos y cientos de euros, y jugándose el cuello.

Aun así no lo detuvo en ningún momento, escuchó su monologo entero y solo participó en la conversación cuando él se lo pedía expresamente, después de coger aire con fuerza para hablar muy rápido y que el cambio de voz llorosa no se notase. Él estaba serio, sin rastros de que las lágrimas hubiesen pasado alguna vez por sus mejillas y eso a la catalana le rompía un poco más por dentro, porque ella no podía ser tan débil como para que le afectase tanto y él seguir fuerte como si no le afectase nada.

Sabía que llamarle en medio de una crisis de pánico fue un desliz, que no se le haría costumbre pero, joder, necesitaba que él se dejase acompañar.

Se sintió impotente al oírle, especialmente cuando le contaba que había vuelto a discutir con su padre, pero que su madre se había metido en el medio para que parasen, que ahora tenían problemas mucho más importantes que la pulla infantil que se llevaban. Le sabía mal, porque para Luis tanto su progenitor como su padrastro eran culpables de la situación, y seguramente le había sentado como una patada en el culo que se minimizase.

Lo peor de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora