Capítulo 21

5.7K 204 41
                                    

No la quería soltar por nada del mundo.

Había besado a Aitana Ocaña, joder.

No tenía idea cuanto tiempo llevaban abrazados, pero poco le interesaba averiguarlo. Ella tenía los brazos rodeándole la cintura, sus propios dedos entrelazados para asegurarse de que no se le escapara, mientras él hacía lo suyo, abrazándola por la mitad de la espalda, alzando la barbilla, permitiéndole que ella se apretara contra su pecho sin restricción alguna. Y de verdad, de verdad se sentía bien, casi demasiado bien como para ser real.

Habían creado su propia burbuja libre de interrupciones, de lamentos, de tristezas. Libre de todo mal, libre de todo que no fuera ellos dos y el compás de sus corazones que entonaban la misma melodía. Esa burbuja era protección, era anhelo, era cariño. Era un lugar seguro para refugiarse cuando el resto del mundo se pusiese en su contra, cuando las inseguridades afloraran, cuando el miedo ganara, ahora sabían que entre sus brazos tenían un espacio sagrado donde solo entraban ese gallego y esa catalana.

Ella lo sabía incluso antes de comprobarlo por sí misma de esa forma. No había requerido un genio para descifrarlo cuando le contó absolutamente toda la historia, sin comas ni puntos, a su mejor amiga, quien tardó aproximadamente tres minutos en gritar de emoción y subir la música al máximo en su piso. Había conseguido que se olvidara de su propia relación por unos instantes, centrándose en la próxima felicidad de su chica de flequillo favorita en el mundo.

El plan original era esperar una semana, como él la última vez, como parecía ser costumbre entre ellos, pero no podía soportarlo, debía verlo, era como una nueva necesidad básica adquirida, verle en todo momento y lugar. Luchaba por no crear dependencia, dividir lo que sentía de niña encaprichada y lo que sentía de verdad por verle. Y al final del día el corazón le ganó a la razón y se tomó el metro hasta su piso, trazando el orden de las ideas en su cabeza para no estropearlo.

Iba a decirle que no podía prometerle nada ahora y que quizás nunca podría hacerlo, pero que le gustaba tenerle cerca y no podía evitar llegar a la conclusión que esos sentimientos cruzaban la línea de la amistad. Iba a ser seria, firme y decidida al explicarle que seguía sin estar lista para una relación, ni para nada que lo implicase, pero que no podía seguir mintiéndole a la cara sobre sus celos infantiles con la rubia. Él no merecía esa falsedad tan descarada ni de coña.

Se le había pasado por la cabeza la idea de besarle, sí, claro, pero la imagen siempre terminaba en ella haciendo el ridículo al hacer contacto con su boca. Porque, de verdad, ¿quién sabía lo que era besar? ¿Había una técnica apropiada? ¿Era simple instinto? Todo eso daba vueltas en su cabeza, golpeándole las paredes del cráneo como si se las fuera a romper. Se moría de vergüenza, pero no tenía ni el más pálido concepto de haberlo hecho bien en su vida como para arriesgarse a echarlo todo a perder ahora.

Su mente le jugaba una mala pasada, porque le recordaba constantemente esas dos malditas salidas que sabía a ciencia cierta que Luis había tenido con su ex hacía muy poco tiempo atrás. Asumía que se habían liado, que él debía tener muy fresca en la memoria cómo se hacía bien, y le frustraba de sobremanera no contar con esa práctica, que él contara con esa ventaja.

Pero ese detalle no se lo admitiría en la vida, que ya era demasiado bochornoso de por sí.

Había besado a Luis Cepeda, joder.

No le quería soltar por nada del mundo.

—¡Escucho mucho silencio y me está poniendo nervioso! —gritó Roi, del otro lado de la puerta, logrando romper el encanto de la burbuja.

Aitana se rió, con las mejillas todavía sonrojadas, y escondió la cara más en su pecho.

—Te apuesto lo que quieras que está grabando todo para mandarle un audio a Ricky —susurró Luis, dándole un beso en el pelo, sin moverse un centímetro. Ella hizo alguna especie de sonido que logró que le vibrase el pecho, embobado, y se separó lo suficiente para mirarle a la cara.

Lo peor de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora