Epílogo

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Cogió el primer vuelo que estuvo disponible a la mañana siguiente sin pensárselo dos veces.

El corazón le latía fuerte en el pecho, como un boom-boom constante, pausado, haciéndole convencer a sí misma de que estaba yendo a un ritmo normal y no estaba a dos segundos de desmayarse como lo creía realmente.

Es que, de verdad, de todos los momentos del mundo en el que esa llamada podría haber entrado en su móvil, ¿justo tenía que ser en ahora?

Aitana Ocaña sabía de sobra que los grandes momentos no se planeaban, solo sucedían, y hasta que pasaban no se podía tener la certeza de que merecían ser tan memorables. Lo aprendió a las buenas y a las malas, por activa y por pasiva, como cuando se enteró que entró en el conservatorio de sus sueños hace tantísimos años, y cuando la primera oportunidad de grabar lejos se le presentó a él. Ambos grandes momentos, con matices y oportunidades de crecimiento, pero que no pudieron estar seguros de que iban a ser tan importantes hasta tiempo después de que pasaron, al tener todavía el temor de que todo se echase a perder.

Sin embargo, en esta ocasión, la catalana estaba convencida hasta la punta del cabello de que ese momento iba a ser uno grande, quizás uno de los más grandes.

Debía reservarse la duda todavía porque después de los años que tenía detrás, afirmar tal cosa sería ir demasiado rápido, y quizás dejar tinta en el tintero al minimizar otros acontecimientos enormes que le han acompañado desde que su vida cambió para siempre, el permitirse ser la mejor versión de sí misma.

Porque los años en el conservatorio le hacían hueco en el corazón, su graduación quedándose en un lugar especial dentro de su pecho para siempre, recordándole que el esfuerzo puede tener recompensas, pero que la recompensa más grande es nunca haberse dado por vencida ante las idas y venidas que la propia vida le daba como guantazo en el rostro.

Aitana no se quebró ante la presión, ante el miedo, ante la duda de ser inestable.

Aitana no se quebró porque ya sabía que era estable.

Pero, en ese momento no podía evitar cuestionarse todos y cada uno de los pasos que la habían llevado hasta allí, para variar.

En el fondo sabía que había sido poco profesional de su parte el coger una llamada en los escasos segundos que tenía entre canción y canción tras bambalinas, pero cuando vio el número en la pantalla fue como si su cerebro se desconectara y empezase a funcionar en piloto automático.

La última canción de su concierto en Londres la había cantado con la voz tan rota que parecía que iba a echarse a llorar en cualquier momento, y aunque al salir leyó en las redes que su público estaba emocionado por eso, no podía creer que después de tantos años sobre el escenario aun fuese tan transparente.

Siempre creyó que era una virtud, y le sacaba ventaja siempre que podía para reflejar en sus gestos y melodías lo que pensaba en ese momento; lo que pensó al escribir la canción, y lo que pensaría cuando la acabase de interpretar. Pero esa vez... fue desgarrador. Sintió que el pecho le quedó abierto de par en par, y que todos los presentes en el teatro Alexandra Palace podían verlo relucir.

Dio las gracias diez millones de veces al terminar su actuación, como le caracterizaba, y hasta le saltaron dos o tres lágrimas luego de darle el peso que tenía a la situación: su gira por Europa había terminado.

No podía mentir y decir que estaba desesperada por volver a España, porque allí mismo, yendo de teatro en teatro por el continente, era un jodido sueño hecho realidad, un sueño del que apenas se había permitido tomar como suyo hacía muy poco. Había veces en las que se despertaba por las mañanas con la sensación de que había imaginado todo, y que en realidad la misma discográfica que había firmado a Luis en 2018 no le había llamado a ella apenas terminó sus estudios en el conservatorio.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now