Capítulo 9

4.5K 143 29
                                    

—Ahora que definitivamente no puedes echarte para atrás, necesito advertirte sobre algo.

—¿Debo estar asustado?

—No estoy de coña; esto será una locura.

—Ahora sí estoy asustado.

—Deberías.

—¿Qué pasa, Aitana?

—Mi madre... ella está loca —Él abrió mucho los ojos, sorprendido. Ella prosiguió—: No literalmente, pero está loca. Su pasatiempo favorito es hacer preguntas incómodas y meterse en la vida de todos, no es divertido.

—Por mi está bien, no me avergüenzo nunca —dijo, en plan presumido.

Ella lo tomó como un reto personal, y se inclinó hacia él a un lado del asiento del avión.

—¿No? —dijo, y se mordió el labio, en misterio. Él titubeó—. Entonces cuéntame sobre toda tu vida amorosa, Luis Cepeda. Después de todo mi madre te hará decirla en la cena —dijo, risueña, burlándose de él, pero haciéndole una de las preguntas que más rondaban en su cabeza últimamente, más específicamente desde su comodidad hacia el «incidente» con su vecina.

Él comenzó a reír y le tomó el rostro, como forma de ganarle en su juego. Ella parpadeó rápidamente. A pesar de que había empezado eso para reírse un poco de él, ahora no podía dejar de mirarle los labios.

—¿Realmente quieres saber?

—¿Necesito papel y lápiz para no olvidarme de nadie? —preguntó ella, alzando las cejas con burla, separándose antes de cometer un error.

—¿De verdad crees que soy un mujeriego, Aitana?

Ella titubeó internamente; él era guapo como para serlo: tenía el cabello oscuro con rizos, los tiernos y reconfortantes ojos marrones, los labios finos y rosados, la mandíbula cuadrada, la barba y... había perdido su punto. Era atractivo, evidentemente. Pero nunca antes se había sentido intimidada por su belleza exterior de esa manera, simplemente lo había asumido.

Carraspeó al notar que él seguía pendiente para una respuesta coherente.

—Porque no lo soy. —Se respondió a sí mismo, ante su silencio. Sonrió, enternecido por su preocupación—. Solo tuve dos novias, una en Galicia y una en Madrid—dijo, contra todo pronóstico existente.

—No te creo —dijo Aitana, rompiendo en carcajadas—. ¡No puede ser!

—¡Lo juro, Aitana! —rió con ella, alegrándose de causarle tales sonrisas.

Pero ella apenas lo escuchó, estaba muy ocupada riéndose y mirando por la ventanilla como se acercaban a su destino, a Barcelona. ¿Pero qué la hacía reírse tanto? ¿Era alivio lo que sentía dentro de ella que la impulsaba a demostrarlo con risas nerviosas? ¿O era el miedo inminente de volver a su pueblo por primera vez sin él a su lado?

—Es más reciente la Madrid, entones, ¿no?

—Sí, la que fue más en serio también —dijo, y tragó saliva.

—¿Cómo se llama ella? —preguntó, fingiendo desinterés.

—Graciela Álvarez.

Solo el nombre la puso de nervios.

—¿Por qué terminaron?

—Yo le dejé —dijo, y su voz sonó apenada—. Fue cuando llevaba poco tiempo en Madrid y no lograba acostumbrarme al cambio, todo me parecía incómodo, incluso ella, a veces. Sabía que era mejor terminar a tenerla colgado de un hilo del que yo no podía tirar.

Lo peor de nosotrosWhere stories live. Discover now