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SeokJin acostó a YeonJun en su cuna, acarició su mejilla regordeta y sollozo quedito, para no despertarlo, su corazón dolía, sin sentir más que tristeza susurró.

—Lo siento, pero sólo así podré mantener mi promesa—limpió sus lágrimas y salió de la habitación sintiendo un vacío en su pecho.

Estaba decidido, SeokJin se quería ir de Scarlanding, cuanto antes.







No lo soportó, no pudo cerrar los ojos y relajarse por un minuto a sabiendas que SeokJin se encontraba más lejos que nunca, no pudo dejar de pensar en su cuerpo, en su sonrisa y en aquellos ojos vivaces que brillaban más que cualquier diamante. Lo extrañaba y de repente, después de seis años su cama le pareció inmensa y fría, esa soledad le hacía ahogarse en la nostalgia, que maravillosos eran los días en donde podía abrazar su cuerpo cálido y desnudo, donde dormía con la seguridad de que al despertar lo primero que vería serían aquellos ojos que tanto amaba. Porque lo amaba.

No podía seguir fingiendo, no podía apagar sus emociones viviendo como un desgraciado que no se preocupaba por la niña que nunca había sostenido en brazos o por el niño que lo había mirado de forma asustada cuando lo recogió en el consejo. No estaba dispuesto a nuevamente perder lo que tanto añoraba y que por años fungió parte importante de su día a día. Donde todo estaba dañado, donde la soledad arribaba y la mente trabajaba era SeokJin quien prevalecía, tan fresco como la primera vez que sintió un latido diferente en el corazón. 

Había enajenado todos sus sentidos, miraba a la nada sin pensamiento alguno, su dedo que aún mantenía la marca blanquecina de la unión que compartía con Jin comenzó a pesar como cientos de rocas amontonadas en un saco. Se sentó, con los ojos cristalinos supo bien lo que tenía que hacer. 

No podía permitir que los demás dañaran lo que habían trabajado, porque su reencuentro solo reafirmó lo que sabían desde hace años, ellos eran el uno para el otro. Se amaban.







Un rey huyendo del castillo en la madrugada, sin guardia era algo digno de ver, Namjoon siempre se caracterizo por ser impulsivo, todo podría esperarse del rey, pero salir sin escolta era peligros. A él poco le importaba, en lo único que podía pensar en esos momentos de opresión era en tener la oportunidad de mirar a SeokJin, de escuchar su voz calmada y fundirse en sus brazos, estaba ansioso, como nunca antes. 

En el camino tomo en retrospectiva todo lo que había sucedido, sus errores que eran tan grandes que cualquiera podía verlos a kilómetros de distancia. Se reprochaba su insensible respuesta, su dolor le había llevado a tomar malas decisiones, una de ellas y la peor fue la traición. Podría decir con simpleza que fue la molestia quien le llevo a tomar a Jisoo, y a las otras chicas, creía que SeokJin le había fallado y su alma herida quiso devolverle con la misma cara de la moneda, pero ahora que estaba seguro de que no había sido así, se culpaba de cualquier mal. Desearía retroceder el tiempo y haber confiado en el amor de su esposo, pero era imposible. 

¿SeokJin llegaría a perdonarlo? La respuesta a esa pregunta le atormentaba. Porque de no ser perdonado, su mente sería el verdugo que le torturaría todas las noches, de una cosa estaba seguro, quería intentar arreglar las cosas y no dejarlo ir. Necesitaba aferrarse a esa mínima esperanza. 

Llego al palacio de las rosas, miró al guardia que estaba atento a sus movimientos, cuando este se acercó y pudo verlo la sorpresa quedó impregnada en su rostro, le abrieron la enorme reja blanca sin necesidad de decir algo, al final del día era el rey. Estos beneficios eran aprovechados al máximo cuando la ocasión lo ameritaba, como en esa noche fría y escueta. Cabalgó los extensos jardines que estaba seguro que llevaban impregnado el toque sofisticado de SeokJin. A medida que se acercaba las piernas le temblaban, los latidos de su corazón se hacían presentes impetuosos rebotando en su pecho y las palmas de las manos le sudaban, era un manojo de nervios. 

El Rey Del Recuerdo *Namjin* Where stories live. Discover now