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La rubia dejó de hablar instantáneamente y sus ojos recorrieron una vez más cada detalle de la cara de esa chica. Y esa camisa. La mano de Alba, que agarraba la cucharilla, tembló causando un tintineo.

- E-Eres... ¿su hija? - preguntó con miedo a confirmar sus sospechas-.

- Sí.

- Eres su fotocopia, es... increíble - susurró con un nudo en el pecho-.

- Nos lo dicen mucho - sonrió Olivia-.

- Y qué... ¿qué haces aquí? Me temo que no hay ningún trabajo de arte, ¿no?

- No, lo siento - reconoció Olivia encogiendo sus hombros-.

- ¿Te ha hablado de mí? - cuestionó Alba, frunciendo el ceño-.

- Bueno... no exactamente. Mamá no habla mucho de sus cosas.

- Mamá... - repitió Alba en un susurro y se mordió el labio incrédula-. ¿Entonces cómo?

- Encontré un cuaderno con canciones para ti - confesó Olivia bajando la mirada a sus manos, nerviosa y Alba abrió los ojos sorprendida-. En realidad no sé nada más. Esperaba que... que tú pudieras ayudarme con eso.

- No sabes nada y... ¿me buscas a mí en vez de a tu madre?

- Cómo te dije, ella es una tumba. Sé que no me va a decir nada por más que insista.

- Esto es una locura - Alba se pasó las manos por el pelo, inquieta-. Han pasado dieciocho años, por dios...

- ¿Dieciocho?

- ¿Cuántos años tienes, Olivia?

- Diecisiete - informó y Alba suspiró-.

- Mikel es... - empezó la rubia algo insegura-.

- Mi padre, sí. ¿Él sabe algo de lo que sea que sea esto?

- No, no creo. Madre mía, yo no sé porque estoy teniendo esta conversación. Esto no...

- ¿Mamá y tú...? - interrumpió Olivia-.

- Natalia y yo, nada - zanjó Alba-. Ella se encargó de desaparecer.

- ¿Se portó mal contigo? ¿La odias? - preguntó Olivia tratando de sacar algo en claro-.

- Ha pasado mucho tiempo. No se puede odiar a alguien tantos años y tampoco creo que sea la palabra...

- ¿Te gustaría... verla? Yo creo que a ella sí - propuso tímidamente Olivia-.

- Si no me equivoco se negó a hablarte de mí, así que no creo.

- Pero te escribe canciones. Lleva dieciocho años escribiéndote canciones, Alba.

- Llega dieciocho años tarde a enseñármelas entonces - bufó Alba y dirigió la mirada a Olivia-. ¿Por qué haces esto?

- Porque quiero que mi madre sea feliz.

- ¿Y no sois felices en la familia ideal? - preguntó con un atisbo de rabia que no había podido guardar-.

- Mis padres están separados desde hace años. Mi madre no ha tenido pareja desde entonces. Pero te compone canciones - puntualizó-.

- Tan cobarde como siempre - la rubia rió sarcásticamente pero al ver la expresión en la cara de Olivia, suavizó su gesto-. Lo siento... tú no tienes nada que ver en esto.

- ¿Tienes pareja? - disparó Olivia, quien bajo la clara decepción que sentía la rubia hacia su madre podía reconocer que aún le quedaban sentimientos hacia ella-.

- ¿Qué importa eso? - cuestionó Alba, pero al final cedió ante los ojos de la chica que suplicaban respuestas-. Ahora mismo, no.

- ¿Tendrías una cita con mi madre?

- ¿Qué? ¡No! Ni loca. Y menos si tienes que venir tú a pedírmela, ¡por favor! - renegó Alba-.

- No sé nada de lo que hubo o no entre vosotras, pero creo que mi madre no se cree con derecho de buscarte, por lo que sea que haya hecho. Pero te aseguro que si pudiera volver atrás...

- No sabes nada, Olivia, tú misma lo has dicho.

- Alba...

- No, ya está. Ya has venido, ya me has visto. Basta. Tengo que... tengo que volver a mi vida, si no te importa- sentenció Alba, dejando un billete sobre la mesa y levantándose para irse-.

- ¡Alba! - la llamó-. Está bien, te dejo en paz. Pero si cambias de opinión... si te vienen los recuerdos y piensas en lo que pudo haber sido... o lo que sea, tienes mi teléfono. Yo me encargo de mi madre.

- Adiós, Olivia - fue todo lo que dijo la rubia antes de desaparecer por la puerta de la cafetería-.

Alba nunca había tenido tantas ganas de acabar su jornada de trabajo como ese día. Nada más llegar a su piso, se puso la ropa más vieja que encontró y se dirigió a un lienzo en blanco que actuara como refugio.

Durante horas descargó en cada pincelada el cóctel de emociones que la desbordaba, mientras en su mente se sucedían tanto recuerdos que creía enterrados como partes de la conversación que había mantenido con la hija de Natalia.

La hija de Natalia. Suspiró pesadamente al recordar ese dato. Esa chica, que era la viva imagen de la Natalia que vivía anclada en algún rincón de su memoria.

Alba tenía superada la situación, desde hacía incluso más de una década, pero no había podido evitar que el surrealista encuentro tambaleara sus cimientos.

Natalia era para ella una huella permanente en el corazón. Inofensiva, integrada en su cuerpo hasta el punto de parecer invisible a veces, pero siempre ahí.

Alba Reche tenía su vida hecha, era feliz con lo que había conseguido y tenía ilusión por seguir cumpliendo sus sueños. Volver a abrir el capítulo que Natalia Lacunza suponía en su vida no era una buena opción. Natalia nunca se había dignado a ser una opción siquiera, y eso Alba lo tenía bien grabado.

Olivia | Albalia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora