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Nadie podría pensar que la maldad del ser humano fuera lo suficientemente enorme como para manifestarse de tal forma, pero lo era, en verdad lo era

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Nadie podría pensar que la maldad del ser humano fuera lo suficientemente enorme como para manifestarse de tal forma, pero lo era, en verdad lo era.

Nunca se puede realmente afirmar algo, quizá nunca se tendrá la certeza absoluta, pero, de lo que si hemos de estar seguros, es que el mundo es un lugar hermoso, es el hombre quien opaca esa belleza, con su arrogancia, su poco coraje, y su excelente mal ánimo, en ocasiones.

Pero esta historia es sobre algo más que mal ánimo.

Año 1969. Condado de Hunsford.

El abogado Brahms Windom se hallaba bien despierto en su oficina, tomando mucho café, con la mirada directa a su viejo monitor, anhelando una respuesta.

Cuando, repentinamente llegó el señor Corner, y, entrando precipitadamente, con un semblante pálido, dice al otro hombre:

-¿Aún ha logrado hacer algo?

-Me temo que no, este asunto es un tanto complicado.

-¿Qué puede tener de complicado darse cuenta que una mujer es incapaz de hacer algo por sí misma, de mantener a sus críos y trabajar, de proporcionar algo más que placer ajeno?

-Escuche, señor Corner, la corte la considera una mujer lo suficientemente apta para apoyar monetariamente a sus propios hijos, y otorgarles lo estrictamente necesario para vivir.

-No, ¡Ella es una maldita ebria buena para nada! Creo que si dura más de quince horas sobria se podría llamar, sin nada de hipérbole, un milagro. -El señor Jackson Corner estaba furioso, odiaba a su esposa, la odiaba enormemente, como nunca había odiado a nadie.

Era sorprendente, el odio era un sentimiento tan grande, tan intenso, tan fuerte como el amor mismo... Y tan inevitable como cualquier otro sentimiento negativo.

Brahms permanecía con mirada seria, estaba indudablemente meditabundo, absorto en sus más profundos pensamientos. Era un hombre de buen aspecto, algo robusto y de unos cincuenta años, aproximadamente.

-¿En qué piensas? -Corner alza la vista.

-Creo que es posible que tomemos ciertas medidas drásticas, sin tocar la parte legal. Tal vez un par de amenazas la puedan convencer de abandonar su absurda idea de que puede hacerse cargo de tres pequeños niños, aún desempleada, y sin alguna propiedad legalmente a su nombre.

-¿Amenazarla dices? ¿Yo debo ser protagonista?

-Tú eres su esposo, eres el único de nosotros dos a quien conoce profundamente, y a quien, seguramente, más teme.

-De acuerdo, ¿Y si quiere presentar cargos?

-No le creerán, eres un hombre social y económicamente superior a ella. En cuanto a nombres, el suyo está altamente manchado, ¿Reputación? Cero, ¿Dinero? Cero.

-Entiendo. -Corner pasa su mano por su barba.

-Hay que hallar entonces la forma de atemorizarla, creo que sería fácil causar tal sensación en ella.

Segundos después, Corner dice:
-Yo sólo quiero quedarme con la custodia de mis hijos, y la quiero a ella indefinidamente fuera de mi vida.

-Pues, -Brahms hace una pausa-, Quieres algo prácticamente imposible.

~~~

Charlie estaba llegando a su casa después de una larga tarde de trabajo en la oficina, documentos, papeles, era eso lo que caracterizaba sus tediosos días sirviendo para el banco.

-¡Emily! ¿Puedes ayudarme a bajar unas cosas? -Pregunta Charlie saliendo del auto.

Emily sale enseguida trotando de la casa.

-¡Señor Blair! ¿En qué puedo servirle?

-Saca los sacos que traje de comida, y también los huevos y la harina. -Señala Charlie, caminando hacia la casa con su abrigo en manos.

Emily se apresura a hacer lo pedido. Como criada de la casa muchas veces resultaba agotador: la enorme cantidad de cosas que se le ordenaban, los quehaceres, la ayuda doméstica para con los niños, entre otras cosas.

Al entrar Charlie a la casa, se encuentra a Anastasia en el sofá de la sala, leyendo un libro.

-¡¿En vez de ayudar a Emily sólo te dedicas a sentarte allí a hacer nada?! -Grita Charlie en mal tono.

Él era un buen hermano, claro que sí. Se dedicaba a atender las necesidades vitales de Christina y de Anastasia, y aunque esta segunda no era una desempleada como la primera, aún no contaba con un hogar propio.

Y, las dos hermanas, sin contar los hijos de la primera de ellas. Christina tenía tres pequeños niños, que, más que correr, gritar, molestar y exigir comodidades, no parecían hacer nada más.

Eran una familia de clase media.

-¡Juro que todo era más fácil cuando sólo vivía contigo, Anastasia! -Exclama Charlie, sentado en el sofá-, Pero desde que Christina se separó de su esposo, y trajo a esta propiedad a sus tres pequeños estorbos, creo que no he tenido tiempo para sentirme tranquilo... Si quiera un minuto.

-Lo siento mucho. Lamento que te sientas así, te he dicho muchas veces que en cuanto consiga dónde ir, entonces aquí sólo se sentirá mi plena ausencia. Pero, por ahora, debemos convivir un poco más, nos vemos en la necesidad de.

-Sabes que aprecio mucho tu excesiva comprensión, pero, ya no sé si deseo que continuemos así. Desde que murió nuestro padre, el cargo ha caído sobre mí, como tronco sobre mis hombros, como agua en mi cara despertándome por la mañana. Y todo eso, sin contar aún que no he conseguido esposa.

-Señor Blair, -Dice Emily al llegar-, Su hermana Christina le llama, dice que no se encuentra en total buen estado.

-¿A qué se refiere? -Anastasia frunce el ceño.

-Se siente un tanto desanimada, y el mal comportamiento de sus tres hijos no ayuda. -Murmura la criada.

-En un momento voy. -Habla Charlie-, Vete.

La criada se retira, Anastasia vuelve a tomar su libro, y Charlie hace un último comentario para terminar con su discurso:

-Quisiera que todo fuera diferente.

El Caso Blair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora