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Watford, Londres

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Watford, Londres.

-¿Por qué no considera volver usted a su trabajo? ¡Era usted el hombre mejor pagado de toda esta zona en cuanto al campo de la investigación privada! -Exclama el jóven Pedro.

—Escucha, es un tanto difícil hablar de este tema con un chico tan jóven como tú, y, más aún, novio de mi hermana menor. Así que me temo que tendré que reservarme el placer de narrarte una historia demasiado devastadora. —Explica William.

—¿Es sobre su último caso? Según rumores poco fiables, fue ya hace casi tres años que ocurrió. —Dice el jóven—, Debió de haberlo superado, y, seguir adelante.

—Es verdad, hermano. —Comenta Claudia llegando al salón, y, posteriormente, tomando asiento en la mesa.

—Ya he conversado lo suficiente acerca de eso. Y, es innegable el hecho de que, no volveré al campo de la investigación privada. —Dice William, tomando un sorbo de su té—, Ya he ganado el dinero suficiente como para vivir con suma tranquilidad el resto de mi vida.

—¡Oh, vamos! —Exclama Claudia, una hermosa jóven con cabellos dorados, y de a penas unos veinte años cuando mucho—, Will, tú sabes muy bien que, no trabajabas por dinero, ese no era tu principal interés.

—Pero, inevitablemente, es el interés de todo el mundo. —Afirma William, con su particular y frío estado de ánimo.

—Pero no el tuyo. —Dice la jóven—, te apasionas enormemente al investigar casos, crímenes, homicidios, te hace felíz llegar a la verdad de algo, y, con mucha seguridad, lograr volverla irrefutable.

—Querida hermana, me temo que esos eran tiempos anteriores. —Dice William—, Ahora, no me siento ni un poco complacido con si quiera tocar el tema, y no deseo en absoluto volver a mi vocación. Espero algún día puedan comprender.

Al terminar de hablar, William Pennington se retira del salón.

Había venido al condado de Nashville a visitar a su familia, sus padres y su hermana, pero, como era una noche familiar, Pedro, el novio de su hermana, había venido también de visita.

Los Pennington eran una familia indudablemente rica. Con grandes propiedades elegantes y pulcras a sus nombres, y, maravillosos terrenos y jardines.

Todo gracias al señor Thomas Pennington, el padre de William y Claudia. Un hombre que, había obtenido demasiado éxito en una empresa de aluminio que él mismo se había encargado de fundar cerca del año 1920.

Por supuesto que para el día de hoy, ya este señor era un total anciano, pero tenía tantas arrugas como billetes en su bolsillo. Y además, poseía un particular don para el coqueteo, o así era antes de casarse.

—¿Cómo voy a lograr comprender sus razones, si él no desea contarme por qué abandonó la investigación privada? —Pregunta Pedro a su novia. 

—Querido, estás siendo un tanto impertinente con tu insistencia en el tema. —Dice Claudia—, A William le ocurrió un caso detestable que le hizo aborrecer su dedicación. Vió cosas horribles con sus propios ojos, cosas que hasta yo misma desconozco, pues, sólo se ha atrevido a contalo a mis padres.

—Lamento ser así, sé que a penas conocí al detective William hoy, pero, es que en verdad yo he durado muchos años, desde mi plena adolescencia, siendo un total seguidor y fanático de sus brillantes casos, de sus extraordinarias formas de resolverlos, y, hasta ahora... No puedo creer que lo haya abandonado todo.

Claudia permanece en silencio un poco más, y luego dice:

—Tal vez sea mejor no volver a tocar el tema. Yo también le he exigido respuestas, yo también lo he intentado convencer, y ha sido todo en vano. Así que mejor, dejemos los lápices en su caja.

—Es injusto. —Murmura Pedro mirando hacia la pared.

Por otra parte, William Pennington se encontraba en su habitación, ojeando las cartas que le habían llegado a su correo esta mañana, todas recibidas por el ama de llaves.

Normalmente recibía sus cartas en casa, pero, comentó en su pequeño círculo social que visitaría a su familia algunos días, y que, en caso de querer enviar alguna carta, ya sabían la ubicación de la mansión de los Pennington.

Hubo una carta en particular que llamó la especial atención de William, era un sobre blanco, bastante elegante, con una brillante y refinada cinta roja enmarcada.

—¿Qué será? —Se preguntó el ex detective.

Al abrirla, pudo leer lo siguiente:

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Buen día, señor William Pennington. Por favor reciba los más cordiales saludos por parte de la familia Black. Mi nombre es Chester Phillips Black, y, siendo perteneciente de una de las familias más altamente sociales y populares de los tiempos de hoy, le invito, con mis más sinceros deseos, a un baile que, junto a una apetitosa cena, se efectuará en mi mansión.

Esto para conmemorar el santo aniversario que está cumpliendo la prestigiosa empresa perteneciente a mi familia.

Sé que usted ha oído hablar de mí, y yo, satisfactoriamente, he tenido el mismo placer de escuchar repetidas veces su nombre.

Concedame por favor la dicha de venir a mi gran reunión, la cuál será efectuada el día 02 de octubre de este año, aproximadamente en dos semanas.

Que pase buen día, querido señor. Anhelo la llegada de su respuesta.

Con enorme cordialidad.

-Sr. Chester Phillips Black.

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El Caso Blair Where stories live. Discover now