11.

18 2 1
                                    

Al día siguiente, Anastasia había nuevamente desobedecido la orden de sus ingratos hermanos de permanecer en casa, y, había salido a encontrarse nuevamente con Henry

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Al día siguiente, Anastasia había nuevamente desobedecido la orden de sus ingratos hermanos de permanecer en casa, y, había salido a encontrarse nuevamente con Henry.

Ambos estaban ahora en un lindo parque cercano al bulevard principal.

—¿Por qué permites que te traten de semejante forma? —Le pregunta Henry—, Tu hermana te golpeó ayer, y tú sólo te fugaste para no verle la cara en un buen rato.

—Henry, no quiero hablar sobre eso. —Dice Anastasia—, Sólo deseo alejarme de esa casa, y de ellos, permanentemente.

Ella estaba esperando que él dijese algo como <<puedes quedarte conmigo>> pero no, no dijo nada.

—Tal vez el viaje a Londres te ayude a renovarte. A reflexionar sobre lo acontecido, y a sentirte mejor. —Sugiere Henry—, Distraerte puede en realidad salvarte de un estado de desasosiego aún mayor.

—Es probable.

~~~

Muy cerca de la zona, se hallaba el ex detective William llegando a su mansión, enorme, pintoresca, y siempre perteneciente a grupos aristócratas desde su antigua creación. 

—Bienvenido de vuelta, señor Pennington. —Lo atiende María, el ama de llaves, tomando su abrigo y su gorro.

—¿He recibido algunas cartas? —Pregunta este.

—Sí, se encuentran sobre la mesa del comedor principal. —Responde la sirvienta.

Él se acerca, las ojea desde lejos, suspira y murmura:
—En realidad no quiero si quiera mirarlas.

Luego, fue directo a su oficina, un amplio salón en el que anteriormente se dedicaba a atender clientes que apetecían o requerían su ayuda con mucha o poco urgencia.

—¡Simon! —Llama William a su mayordomo.

Al llegar este, le pregunta:

—¿Puedes decirme por qué razón no he mandado yo a desalojar este salón? Lleva tres años compuesto por infinidades de muebles que ya no deseo, y que no necesito en ninguna medida.

—Porque sigue aferrado al pasado. —Responde fríamente el mayordomo, pidiendo seguidamente permiso para retirarse.

Esto deja, naturalmente, a William Pennington un tanto meditabundo.

¿Qué tenía de malo aferrarse al pasado? ¿Y si el presente, de alguna u otra forma, siempre nos recordaba a él? ¿Qué podíamos hacer entonces? Pensaba.

—Tal vez si no siguiera tan absorto a este asunto, entonces no me hubiera retirado de mi área. —Se murmura para sus adentros.

Luego, alguien toca a la puerta. Era la sirvienta María quien dice:

—Señor, ha venido su primo y su prima de visita, desean pasar.

—¿Quiénes, precisamente? ¿Samuel?

—Así es, señor.

—Que pasen.

Ahora se encontraban entrando a la mansión Samuel y Lilia Rotsenburg.

—Los hermanos Rotsenburg Pennington, señor. —Menciona el mayordomo Simon.

—¡Will! —Exclama Samuel de regocijo al ver a su primo favorito.

Ambos se saludan con sentimiento y cordialidad.

—Querida prima, te encuentras maravillosamente espléndida como siempre. —La saluda William—, Un enorme gusto tenerte aquí.

Ésta se sonroja, y lo saluda gentilmente.

—Dime, Sam, ¿Qué te ha traído por acá? —Pregunta el señor Pennington.

—Me encuentro resolviendo algunos negocios importantes aquí en Hunsford, y Lilia ha mostrado interés en hacerme compañía. —Explica el hombre treintañero.

—Bien, pues qué agradable verlos a ambos nuevamente luego de ya casi dos años. —Dice William.

—Sí, dos años que pasaron con extrema lentitud. —Comenta Lilia, admirando los hermosos cuadros colgados a las paredes.

—Pues, cuando se extraña a alguien, el tiempo se convierte en tortura. —Dice William, mirando directamente a su prima.

Ella sólo sonríe levemente.

—Will, vine a hacerte esta visita para pedirte un pequeño favor. —Habla Samuel—, Mi hermana y yo hemos llegado recientemente esta mañana al condado, y, nos preguntábamos si podríamos, deliberadamente, abusar de tu generosidad y pedirte el permiso de hospedarnos aquí algunas semanas mientras resuelvo mis asuntos financieros. ¿Crees que no sería mucha molestia?

—¿Bromeas? —Pregunta William—, Creo que resulta un tanto irreverente para mí personalmente que, me pidas este favor. ¡Pues no tienes que pedirlo si quiera! ¡Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites! Y sabes que así siempre ha sido.

Samuel ríe un poco, y responde con embarazo:
—Pues, los modales existen por algo, tenía que preguntar.

William le da unas pequeñas palmaditas en el hombro derecho, y le dice:
—Ya mismo les digo a Morgana y a María que les preparen sus habitaciones.

—Perfecto. —Dice Samuel sonriendo tímidamente—, ¿Me permites salir a tomar un poco de aire al jardín trasero? Me siento un tanto mareado luego de tanto viaje en auto.

—¡Por supuesto! —Contesta William.

Al instante, Samuel sale del salón.

—Siempre eres cada vez más generoso y gentil, querido primo. —Dice Lilia acercándose a este.

William ríe levemente, y contesta:
—Y tú cada vez más hermosa, Lilia.

Ambos permanecen mirándose mutuamente unos segundos más, muy cerca, hasta que William llama a María para preparar dos habitaciones de hospedaje.

El Caso Blair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora