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A la tarde del día siguiente, Christina había salido, completamente sola, deseaba ir a un bar a beber y beber, lo más que pudiera tolerar su organismo en sí

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A la tarde del día siguiente, Christina había salido, completamente sola, deseaba ir a un bar a beber y beber, lo más que pudiera tolerar su organismo en sí.

Se había esfumado de casa, sin avisar ni nada. Sabía muy bien que sus hijos estaban a buen cuidado por parte de Emily y Anastasia. Sin embargo, Charlie no toleraba en absoluto la idea de que su querida hermana mayor, en las circunstancias en que estaban, saliera a beber y a encontrarse con cualquier desconocido, y esto, claramente, forzó a Christina a escabullirse sin que nadie se diera cuenta.

Necesitaba el alcohol, quizás hoy sólo sería un poco, algo menos que ayer.

Su sangre exigía tabaco, cerveza, whisky quizás, o un buen coñac. Al igual que también un miembro sexual masculino para satisfacer su entrepierna.

Eran muchos factores los que provocan esta cuestión: el problema con Jackson, el constante agobio que le ocasionaban sus tres pequeños hijos, el desempleo, los reclamos de parte de Charlie, y quizá algunas pequeñas cosas más.

Pero, el alcohol la hacía olvidarse por poco tiempo del mundo, y, no sólo el alcohol le proporcionaba semejante placer.

—¿Tienes algo de cocaína, Albert? —Pregunta la mujer algo ansiosa, dentro de aquella poco iluminada habitación en un rincón del bulevard.

—Me has pedido ya tanta, que me veo en la necesidad de pedirte que me pagues el dinero debido. —Le exige el hombre mal vestido. Albert Robson era un tanto salvaje, de fuerte carácter y mal semblante. Aunque en en fondo podría ser guapo, su terrible actitud opacaba cualquier buena virtud en él.

Era un pobre diablo, eso era seguro. Sólo vivía de lo que lograba ganar al vender sus más preciadas fórmulas mágicas a personas adictas.

—¿Qué? ¿Aún te debo dinero? —Christina frunce el ceño. Si sus pies no estaban en la luna, entonces probablemente los habría perdido.

—Por supuesto que sí. —Contesta Albert firmemente—, ¿Me pagarás todo lo que me has comprado desde hace dos semanas, verdad?

—¡Claro! —Exclama Christina—, Pero, eso sí me das lo que te pido ahora. Sólo son unos pocos gramos, menos que ayer, lo juro.

—Ten. —Albert le entrega lo pedido por la mujer a su lado—, ¿Y también podemos hacer algo más?

Christina sonríe levemente.

~~~

Anastasia estaba en el jardín cuidando a sus tres pequeños sobrinos, mientras que Emily se hallaba dentro de casa lavando y planchando la ropa del señor Blair.

—¿Por qué mamá se fue? ¡Tiene que avisar! —Grita la pequeña de seis años, una niña de rubios cabellos y pecas por doquier.

—Lucy, ya te he dicho que quizás se le presentó un ligero inconveniente, así que llegará después. —Le explica Anastasia excusando a su hermana.

—¡¿Emily ya me preparó mi pastel de calabaza?! —Pregunta el jóven Rubius llegando a la escena, este sólo tenía cuatro años más que la niña, pero su tono de hablar era aún más insoportable.

—Ahorita está ocupada. —Responde su jóven tía.

—¡Qué inútil es! ¡Quiero comer pastel! ¡Se lo he pedido desde hacía rato! —Se queja el niño.

—Por favor, no grites. El pastel lo preparará más tarde, o si no puedo hacerlo yo. —Dice Anastasia al niño.

—¡Entonces hazlo ahora! —Reclama este.

—¿Y dónde está Rory? —Pregunta la pequeña Lucy—, ¡Quiero que juguemos con la pelota!

Anastasia abre los ojos cuál platos, al mirar al rededor no ve al pequeño niño, así que se apresura a ir hacia el sendero más cercano a buscarlo, era el lugar favorito de aquella criatura infame.

Por supuesto que había ordenado a los otros dos pequeños entrar a la casa, pero estos se quedaron afuera jugando con una rama.

—¡¿Rory?! —Lo llama Anastasia. Aquél era el menor de los tres, un niño de cinco años, el de más corta edad, pero el de peor comportamiento entre todos. La sonrisa malvada de aquella criatura probablemente le hacía pensar a Anastasia que el niño estaba haciendo alguna grave travesura, y esto sin contar el peligro que podría conllevar el no estar a la vista de nadie.

—¡Ana! ¡Ana! ¡Mira esto! —Gritaba el niño desde un poco más lejos.

La jóven apresura su paso, y, al haber corrido algunos metros, llega a un enorme lugar con estilo prodigioso y antiguo.

—¿Lo ves? —Le pregunta el niño con tono curiosesco—, Es un castillo.

Anastasia se queda contemplando un poco más el lugar, y comenta:

—No. Es una iglesia.

El Caso Blair Where stories live. Discover now