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Watford, Londres

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Watford, Londres.

El señor William Pennington ya había ordenado al ama de llaves prepararle un pequeño equipaje con las posesiones que se había traído, incluyendo ropa, papeles, y algunas cosas más.

Estaba a unos minutos de salir de la mansión de su rica familia para volver a su verdadera propiedad ubicada en el condado de Hunsford.

Ahora se hallaba en el inmenso comedor, deleitándose con la maravillosa música que provocaban los dedos de su hermana sobre el piano.

-Tocas hermoso, en verdad. Creo que las composiciones de Chopin y de Mozart son, sin duda, las más adecuadas a tus manos. -La halaga William.

-Gracias, hermano querido. -Dice Claudia-, Cuánto desearía que te quedaras un poco más.

-Pero Will debe volver a su pueblo, aunque, centenares de veces le he intentado convencer en mudarse, en su totalidad, a Londres. -Dice la señora Rosanna Pennington, madre de Claudia y de William.

-No veo ningún afán por vivir en Londres, es la capital, y es, en efecto, el lugar donde más abundan casos. ¿Por qué querría ir a un lugar al que, probablemente, muchos me buscarían con el especial propósito de encargarme alguna investigación? -Expresa William-, Han pasado ya casi tres años de mi retiro, y los ciudadanos de estas tierras aún parecen no comprenderlo del todo.

-Suenas un tanto presuntuoso. -Comenta Claudia.

-Concuerdo. -Añade la señora Pennington.

-No se trata de presumir los dotes que ya he confesado abandonar, sino que, hasta el día de hoy sigo recibiendo ofertas por mucho dinero a cambio, para resolver homicidios, robos, o extrañas pérdidas. Y, ya no quiero volver a mi profesión.

-Yo creí que te gustaba ayudar a las personas. -Dice su madre en tono frío.

-Eso fue antes de mi último caso. Hice un enorme descubrimiento sobre mí mismo. -Hace una pausa-, No soy tan fuerte como creía.

Minutos después, ya William se encontraba saliendo de la mansión de su familia, y, al retirarse, Claudia le dice a su madre:

-Ojalá algún día pueda yo saber de qué se trata ese último caso de Will, y por qué lo hizo alejarse de su campo para siempre.

-¡Oh, querida! -Exclama su madre-, A decir verdad, sería mejor que nunca lo supieras.

~~~

Al encontrarse ya dentro de casa, Charlie empieza a realizarle distintos reclamos a su hermana.

-¡Me parece inverosímil la idea de que un hombre te haya prestado, finalmente, su atención! E incluso, me parece detestable el hecho de que, salgas de aquí a diario a encontrarte con él, cuando en esta casa se requiere tu total ayuda a todo momento fuera de tu horario de trabajo.

-Charlie, primeramente no me grites, detesto los reclamos y la falta de convivencia. -Dice su hermana secamente.

-¡Ay, hermanita! Perdona si estoy estorbando un poco tu estado de paz, pero, la convivencia la estás destrozando tú. ¡No tienes permiso de encontrarte con ningún hombre! Y más aún, porque se requiere tu ayuda para con los niños de Christina, que ya ni la desdichada puede atender. Y, es mucho trabajo para la pobre de Emily.

-Charlie, yo no tengo hijos, y aunque les tengo afecto a esos niños, es Christina quien debería de parar de beber para hacerse cargo de sus propios críos. ¿No es acaso lo justo?

-Desde luego, ¡El problema está en que esa estúpida no puede dejar sus tan detestables adicciones! -Exclama Charlie.

-Pues, allí ya no me concierne a mí. -Al decir esto, Anastasia se encierra en su habitación y cierra la puerta de un portazo en la blanca cara de su hermano.

Luego de poner bien el seguro, se acurruca en un rincón a llorar.

Ella no tenía que hacerse cargo de sus sobrinos tanto tiempo al día, y aunque les quería, no era en absoluto justo para ella.

A veces llegaba en extremo agotada del trabajo, y debía estar atendiendo a aquellos tres pequeños junto con la ayuda de la criada.

Era, además de agobiante, también un poco injusto para ella. Pero, algo sí le quedaba bien en claro, y era que la vida estaba muy lejos de ser justa.

Dentro de Anastasia ahora abundaba un gran deseo. Aunque a penas conocía a aquél hombre de fortuna Intermedia, quizás tenía el pequeño anhelo, en el fondo, de fugarse con él, y así no volver a la tortura diaria que equivalía para ella estar en casa.

Sí, había aceptado muy gustosamente la invitación para aquella velada en la mansión Black, pero, Anastasia sabía, casi con certeza, que Charlie estaría furioso con la noticia de que ella se fuera algunos días a Londres.

Pero no le importaría, ella tenía su propia vida, ¿Qué acaso no tenía el más mínimo derecho a vivirla?

El Caso Blair Where stories live. Discover now