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—¿Entonces los asesinos y responsables de ambos homicidios, son tu cuñado y tu propia madre? —Le pregunta Chester al detective, con tono de ironía.

—Así es. Emily ve a Pedro, sabe quién es el asesino, entonces llama al padre Rashford y le cuenta, el padre le cuenta a su confidente el señor Brahms Windom, y Brahms se lo grita a Jackson Corner en la cara, pero este se niega a decirme, porque uno de los asesinos es, precisamente, mi cuñado, amigo, y compañero en este caso, Pedro Smith.

—¡William, por favor, no hagas esto público! Por favor, a todos los presentes aquí, señores Black, señorita Blair, les puedo pagar una considerable suma de dinero para que no revelen nada. —Les ofrece la señora Pennington.

—¿Está usted demente? ¡Esto tiene que saberse! —Exclama Bernard—, Detective Pennington, usted tiene un talento, don y coraje envidiable, nadie pudo haber hecho un mejor trabajo que usted. Y las cosas ameritan su tiempo, es por ello que no lo resolvió de la noche a la mañana. Ha sido usted bastante sagaz, inteligente, y se merece el mayor respeto de todos los aquí presentes. A pesar de que haya o no tenido un romance inconveniente.

Lilia se acerca a su primo y lo abraza, este la abraza también.

Pedro está ahora llorando como un niño, y la señora Pennington está resignada en un rincón, deseaba salir corriendo de allí, deseaba huir, pero, desafortunadamente para ella, Samuel, Chester y Bernard bloqueaban el paso.

Poco más tarde, ya había llegado la policía.

DOS DÍAS DESPUÉS.

El detective William Pennington se encontraba frente a la prensa, todos hacían preguntas, y además había una cámara que proyectaba todo a la televisión.

—¿Es entonces cierto que Rosanna Pennington y el tal Pedro Smith fueron los asesinos de Christina Blair? —Le pregunta una entrevistadora.

—En efecto, tuve que armarme de valor para acusarles. Pues ambos son... Son mi familia. —Responde el detective.

—¿Y qué hay acerca del cadáver en la iglesia? ¿Esto se relaciona al homicidio de Harper Collins? —Pregunta otro.

—No están relacionados. Pero, no me encuentro en posición de afirmar cosas sobre el homicidio de Harper Collins, por el simple hecho de que sólo me dediqué a fondo en el caso Blair, y nadie me ha contratado para obrar al respecto.

~~~

En la sala de la casa del Padre Rashford, se encontraba este junto a su buen amigo Brahms mirando al detective hablar en la televisión.

Brahms ríe descontroladamente a carcajadas burlonas, y dice:

—¡Qué bueno que a el detective Pennington no le interese el homicidio de Harper Collins!

—No es que no le interese, es que nadie lo ha contratado para tal caso. —Dice el padre Rashford—, Gracias a Dios que las cosas resultan así. Porque a mí ya me queda bien en claro que no tengo deseos de ir a prisión. Mi lugar está en la iglesia.

Brahms ríe, y le pregunta:
—Cuenteme Rashford, ¿Quién fue el del pedido?

—¿Aún no lo sabes? Tu buen amigo, Henry Bastor. Él y Harper eran amantes o algo así, pero ella prefería quedarse con Chester Black y olvidarse de él para siempre. Entonces le conté al señor Bastor acerca de mis consultas, y aceptó que se asesinara a esa mujer bastarda en mi iglesia.

—Usted es un hombre admirable, padre Rashford.

—No es para tanto, sólo le otorgo el derecho al hombre de arrebatarle la vida a una mujer que no le haya satisfecho o que le haya provocado algo terrible. —Explica el padre—, De eso se tratan mis asuntos, y eso muy bien lo sabes. Hace semanas llamé por teléfono a tu amigo, el señor Corner, ofreciéndole la oportunidad de matar y deshacerse de su esposa; pero el pobre, aunque quería arruinarle la vida, golpearla y maltratarla, no tenía deseos de matarla.

—¡Eso no es cierto! Mi buen amigo Jackson desde luego que quería matar a su esposa, ¿Sabe de sus peleas y conflictos? ¡Eran inmensos! —Informa Brahms—, Lo que pasa es que... Jackson le teme al calabozo y a las cárceles, ya ha estado allí antes y lo ve como un infierno.

Ambos ríen al respecto, y luego el padre Rashford le dice:

—¿Sabes algo, Brahms? Es muy curioso que mi amiga, la señora Pennington, y ese jóven Smith hayan asesinado a esa mujer justo en mi iglesia, ¡Si me hubiesen pedido servicio todo hubiese sido mucho más fácil y no los hubiesen descubierto siquiera!

Brahms toma de su cerveza, y murmura:
—La torpeza humana, así se llama. 

El Caso Blair Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz