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-¡Esto es francamente detestable! -Exclama Chester Phillips Black, con enorme cólera-, Es intolerable en extremo, sencillamente no puedo creer que mi orgullo se haya visto caído hacia un hombre que se ha burlado por completo de mí.

-Hermano, ciertamente lo que sucede no es nada agradable para tí, no obstante, me parece que el detective William Pennington está en todo su derecho -Habla Bernard-, de aceptar el caso que él desee, y volver a su trabajo en el tiempo que él decida.

-Sí, lo sé. -Chester prefiere no mirarlo a la cara, su mueca de desdén, furia y descontento podría perturbar a cualquiera-, Pero es que, yo le pedí a él, le imploré, perdí mi orgullo, para que él aceptara ayudarme. ¿Y qué sucedió? Me rechazó a mí, que le iba a pagar una extraordinaria suma de dinero, pero, ahora acepta el caso de un jóven hombre llamado Charlie Blair, quién pide con notorio desespero que se investigue el asesinato de su hermana, asesinato que se efectuó en la misma iglesia que yo le comenté que recién había abierto sus puertas nuevamente.

-Es todo como una película, ¿No es así? -Expresa Bernard, con su típico semblante de sosiego, pues era él un hombre muy tranquilo, honesto, y que prefería no hablar mal de nadie, aunque en el fondo pensara lo peor de esa persona.

-Ese es el problema, Bernard. No creo que sea mera casualidad. -Chester hace una pausa más o menos larga-, Harper Collins, la hermosa mujer que iba yo a desposar hace tres años, fue vista por última vez dentro de la iglesia de Santa Rita, luego, nadie más la volvió a ver. Y ahora, esa pobre mujer, Christina Blair, amanece muerta en la misma iglesia, esto cuando recién ésta había abierto hace unos días. ¿Que acaso es sólo coincidencia? ¿Y si ambos casos se relacionan?

-No tendría por qué. -Contesta Bernard-, Ni siquiera se sabe si Harper Collins sigue con vida.

-Y eso es lo que me perturba, Bernard. Que necesito saber si por lo menos sigue con vida, y si alguien en la iglesia sabe de su verdadero paradero.

-Deberías superar a esa mujer, y fijarte en alguna otra. -Le sugiere Bernard-, Una que sí te merezca, pues, quizás sólo la pobre Harper quiso huir de tu mal ánimo y arrogancia, sin ofender, hermano.

-No me ofende, sé profundamente que no soy un hombre que pueda presumir de mucha gentileza, a menudo se me vuelve difícil tratar bien a gente de rangos inferiores, por ejemplo.

Bernard no responde nada.

-Pero, debería yo de seguir tu consejo. -Dice Chester-, Pues, aunque no he logrado amar a alguien como amé a Harper... Existe una mujer extraordinariamente guapa, rica, y muy perfecta, a la que he tenido el placer de conocer en la velada que efectuamos.

-¿Cuál es su nombre? -Pregunta Bernard con interés.

-Lilia Rotsenburg. -Murmura Chester, sonriendo.

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Por otra parte, Lilia se encontraba tocando un poco el piano, conocía pocas piezas, pero bastaba para alegrar sus sentidos auditivos.

Luego, llegan William y Pedro a la mansión, ambos saludan a la mujer allí presente con cordialidad.

-¿Dónde está mi primo? -Le pregunta William a Lilia, con sutil gentileza.

-Él salió a resolver algunos negocios pendientes, en realidad fue esa la razón por la que vino aquí a Hunsford. Mi querida prima Claudia quiso acompañarle. -Responde Lilia-, Pues se encontraba ella algo aburrida aquí.

-¡Oh! ¡Se ha ido sin mí! -Exclama Pedro con descontento.

-Probablemente vuelvan muy pronto. -Lo consuela Lilia.

-Bueno, si son capaces de disculparme, debo retirarme. -Dice Pedro, quién acto seguido se va, y cierra la puerta del salón justo tras él.

Segundos después, William comenta casi riendo:

-Quería ir al baño desde hacía rato, pero le pareció repugnante entrar al de la morgue.

-Pues, ¡A quién no! Ese lugar debe oler a muerto, y debe de ser un olor tan detestable que la nariz pide a gritos y a súplicas que alejes tu cuerpo de allí. -Dice Lilia.

-Me gustan tus metáforas. -La alaga William, sonriendo levemente.

-¿Y qué más te gusta de mí? -Pregunta Lilia mirándolo con fijeza.

William se acerca más a ella, y responde casi murmurando:

-Creo que todo.

Luego ella se acerca mucho más a él, y cuando estaban a punto de besarse, entra Pedro al salón, informando:

-¡Oigan! Ya Samuel y Claudia han llegado.

-¡Oh! Voy a recibir a mi hermano entonces. -Dice Lilia, saliendo del salón.

Y, cuando William estaba a punto de salir, Pedro lo detiene, y le dice:

-Señor William Pennington, ¿Qué es lo que acabo de ver antes de entrar aquí?

-No sé a qué te refieres. -William se pone nervioso.

-Estaba usted a punto de besar a la señorita Lilia Rotsenburg, ¿No es así? -Dice Pedro, mirando fijamente al hombre frente a él.

-No, estás equivocado. -Se defiende este-, Malinterpretaste lo visto.

-No lo creo. Creo que pasa algo entre ustedes dos. -Dice Pedro con tono bajo de voz.

El Caso Blair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora