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Condado de Hunsford.

—Sí, Emily. Todos estos terribles ataques que he recibido de parte de mi esposo, me han permitido darme cuenta que él no es un buen hombre, y quizás tampoco buen padre.  Así que no le permitiré, bajo ninguna circunstancia, tener contacto de nuevo con mis hijos. Y si es posible, —Le dice Christina—, pedir una orden de alejamiento.

—Querida señora Christina, quizás el señor Corner se comporte así con usted debido a las fuertes circunstancias que se está presenciando, pero, probablemente con sus hijos sea él muy bueno, como siempre lo ha sido. —Sugiere la criada.

Ambas permanecían dentro de la cocina, preparando la comida.

—No, él es una mala persona. Y no voy a permitir que él se acerque a mis hijos de nuevo. ¿Qué me garantiza a mí que él no sería capaz de, en caso de alguna fuerte circunstancia, actuar también así contra sus propios hijos? Pues es él un hombre bastante salvaje, y muchas veces no mide con quién lo es.

Emily no responde, sólo continúa moviendo la sopa.

—No sé, querida Emily. Mientras yo viva, no dejaré que él se acerque a mis tres inocentes hijos.

Y, aunque pudiera ser improbable para aquellas dos mujeres, los tres hijos de Christina se hallaban tras la puerta oyendo toda la conversación.

Al finalizar de escuchar la pequeña discusión, los tres niños caminan muy despacio a la habitación principal.

—Odio a mamá. —Murmura Rory, con tono ligeramente infantil—, Yo adoro a papá, y no quiero que ella nos separe de él.

—Yo pienso de igual forma, hermano. —Dice Rubius, tomando asiento en la cama—, Ella cree que puede hacer con nosotros lo que se le plazca, y aunque quizás con ustedes dos sí pueda, no conmigo. ¡Soy casi un preadolescente!

—Creo que ella sólo tiene miedo, quizás lo que diga sobre papá sea cierto. —Comenta Lucy—, ¿Que acaso no han visto los moretones de mamá?

—Sí, son varios. Y se ven muy feos. —Dice Rory.

—Pues quizá mamá ha hecho algo muy grave para que papá actúe de dicha forma. —Sugiere Rubius con tono de odio.

—¿Algo como qué? —Pregunta Lucy.

—Como alejarnos de él. —Contesta Rubius—, papá nos ama, y nos quiere a su lado. Quizá por eso es que está atacando así a mamá, para hacerla reflexionar y que ella nos entregue a su tutoría.

—Pues no es una forma muy linda de hacer reflexionar a alguien, existen las palabras creo. —Dice la niña—, La gente suele entenderse mediante ellas.

—Este caso es diferente. —Vuelve a hablar Rubius—, Ustedes no pueden comprender, son muy pequeños e inmaduros.

—¿Podrían decirle a Emily que me dé algunos chocolates del cajón? —Pregunta Rory.

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Al día siguiente, William Pennington había partido con sus dos queridos primos en su hermosa limusina.

—Me alegra mucho el tipo de velada a la que asistiremos. —Comenta Lilia.

—¿A qué te refieres? Asistimos con cierta frecuencia a ellas. —Dice su hermano.

—Me refiero a que, he tenido a veces el terrible desfortunio de asistir a veladas donde se encuentran personas de rango enormemente inferior al nuestro. —Explica Lilia—, Y eso me desagrada. No me gusta cruzarme con personas de bajo nivel económico y social.

—Pero, el mundo está lleno de personas así. —Contesta William fríamente.

—No te confundas, adorado William. —Dice la jóven—, Yo los tolero, pero... En reuniones refinadas no soporto que personas así asistan.

—Pues parece que vives en pleno siglo diecinueve, hermanita. —Le dice Samuel—, Porque hoy en día asisten personas de todo tipo a cualquier velada.

—Pues considero justo que el señor Chester Black sepa escoger minuciosamente a la gente que invita. —Dice Lilia, con tono un poco arrogante—, Para que no pueda perturbar la paz de la gente de buena clase como nosotros.

—Me figuro que lo habrá hecho, el pequeño inconveniente está en que, creo yo, le ofreció a sus amigos de mayor confianza llevar un invitado, y no existió discriminación hacia ningún tipo de estatus, personalmente. —Explica Samuel, sirviéndose un poco de vino tinto.

—¡Oh, qué horror entonces! —Exclama Lilia con semblante de inconformidad.

—Me imaginaba que ahora eras menos clasista que antes, querida Lilia. —Le comenta William, sin mirarla a la cara.

—Pues... No me considero como tal.

—Pero cualquier persona en su sano juicio se daría cuenta, debes de mejorar un tanto más esa desvirtud en tí, es lo único que opaca tu extrema belleza. —Le sugiere William.

—Lamento si mis comentarios no son de tu agrado, querido primo, voy a mejorar ese pequeño aspecto, sólo por tí lo haría. —Dice ésta, casi murmurando lo último.

—Lo mismo has dicho desde hace algunos años. —Dice William con tono muy serio.

—Deberías de mejorar eso, no por Will, sino por tí misma. —Le sugiere Samuel, tomando aún su fresco vino.

Lilia permanece callada unos minutos, y luego dice:
—Es que gatos y perros no deberían mezclarse.

Samuel sólo voltea los ojos con desinterés.

El Caso Blair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora