Capítulo 61 "Ojalá seas libre y feliz"

177 17 10
                                    

 Está lloviendo, copiosamente, el agua cae del techo como en cascada. Las gotas dibujan caminos en la ventana, se bifurcan, se unen a otras, se deslizan hacia abajo en su inevitable descenso hacia el suelo. Sara quisiera tocarlas, pero su dedo en el vidrio solo deja una marca en donde lo ha apoyado, dibujando una mancha cuando el cristal permanece empañado. Está helado, y le eriza la piel a pesar de que se aleja del frío de la salida al exterior y busca darse calor a sí misma frotando sus brazos. El viento se ha puesto fresco, a pesar de que ya es primavera, y ella ha olvidado traerse un abrigo. Toma la manta del sillón, tejida en suave lana, y se envuelve en ella, posándola sobre sus hombros. Encender la chimenea sería un despropósito, a pesar de que hay leña cortada y preparada para ello. Aun así, se acerca, como su pudiese sentir un calor que emana inherentemente de ella.
 Pero la calidez de esa cabaña no reside en troncos incinerados. Está en las imágenes, en los recuerdos que Sergio enmarcó y trajo consigo a su lugar especial. Traza una distancia entre la cuidada estética de la casa en la que siempre vivió, aquí no hay recordatorios de viajes caros y lujosos, obras de arte y cuadros excéntricos. Allí, solo hay fotos de las memorias que más lo han enriquecido, de las personas que más feliz lo han hecho, de instantes de alegría que han quedado inmortalizados en el tiempo. Ella recuerda muchos de ellos, y otros, son más difuminados, pero lo siente tan cercano a su corazón, como si pudiese ver, a través de esos marcos, todo lo que albergaba dentro.
 También, hay fotografías con Luis, acomodadas un poco más en la oscuridad, que quizás no son notorias a la primera mirada, pero, aun así, están perfectamente a la vista, ya no escondidas, ya no guardadas en cajas en el ático, donde nadie pueda verlas. Ahí, expuestas con el orgullo que, pese a todo, debe haber sentido. Se los ve contentos, se los ve riéndose, tomados de las manos, mirándose enamorados. Hay una en particular, que parece una selfie y apuesta que ha sido tomada con un celular, que le genera especial ternura; Luis está dándole un beso en la mejilla y Sergio sonríe, con los ojos achinados y un brillo en ellos que los hace resaltar. Es una foto preciosa, y agradece que existan, que a pesar de que fueron tomadas para su intimidad y sin intención de ser compartidas, tenga la posibilidad de verlas, de poder palpar esas imágenes que ya no pertenecen solo a su imaginación, sino que forman parte de una realidad de la que quizás no fue partícipe, pero existió en algún momento y lugar, y quiere recordarla, aunque sea sólo como espectador.
 Sube las escaleras, despacio y procurando no hacer ruido. Frente a la imagen del proyector, están sentados Pablo, Victoria, Zóe, y Francisco. Le toma un segundo, ver el rostro de Sergio en la pantalla para conocer qué parte de la historia está narrando, y no sabe por qué creyó que soportaría volver a pasar por ello. Quizás porque quería ver sus caras, interpretar sus reacciones, estar allí para compartirlo, pese al dolor, pese al desconcierto; pero ha decidido que prefiere sólo quedarse con la angustia de la primera vez. Intuye que no es la única que no puede aguantarlo.
 En el balcón, junto a la baranda, y apoyado con sus codos en ella, está Luis.
 La lluvia se ha aminorado hasta convertirse en un fino chispeo, pero a pesar de las nubes grises, la vista es sublime. El lago se ve extenso y azulado frente a sus ojos, el viento formando algunas olas, que chocan contra una zona de piedras y generan un sonido que le recuerda al mar. La ubicación es ideal, lo será aún más cuando en un día soleado, el atardecer tiña el lago de naranja, o cuando la luna y las estrellas se reflejen en sus aguas. En la brisa, se escucha el cantar de los pájaros que, tras el chaparrón, comienzan a salir de sus nidos. Es paz, en su estado más natural y más puro.
—Está lindo acá afuera —murmura, no quiere interrumpir la tranquilidad, aunque sus palabras cortan el aire.
 Él, que no esperaba tener compañía, voltea a mirarla y asiente.
—Es hermoso, pareciera que desde acá se puede ver todo el lago.
 Sara se acerca, se sostiene de la baranda con una sola mano y lo mira. El viento le mueve el cabello, sin llegar a despeinarlo, y el azul de sus ojos se ve penetrante.
—Esta cabaña es tuya, ¿sabías? Sergio te la cedió en su testamento.
 Apenas llegó a leerlo esa mañana, antes de volver a dejarlo en su lugar. Mentiría, si dijera que no lo ojeó por encima sólo buscando su nombre, y allí estaba, con una dedicatoria especial: "Para el hombre de mi vida".
—¿Mía? —pregunta, ella no entendería por qué, pero es indudable que él, no lo estaba esperando. Sara no sabe, que por mucho tiempo pensó que lo único que Sergio todavía sentía por él era resentimiento, desinterés, o la imperdonable sensación de abandono.
 Voltea y observa, con ojos incrédulos, todo aquello que al parecer le pertenece, pero no puede sumergir su cabeza en ese pensamiento, no se siente correcto.
—No sé si podría volver a venir a este lugar, solo, otra vez.
—¿Ya habías estado acá?
—Una sola vez —confiesa—. Fue hace poco, Jorge me trajo la llave.
 Jamás se hubiera imaginado que sería él, cuando oyó esos golpes demandantes en su puerta, y lo tomó por sorpresa desde el momento en que, al abrir, ambos se quedaron contemplándose el uno al otro, buscando en su mirada explicaciones que ninguno de los dos podía dar. Jorge lo abrazó, con una potencia traída de la adrenalina que venía acumulando desde el aeropuerto. La última vez que se habían visto, hace años, había sido con lágrimas en los ojos, y allí, no tardaron en reaparecer, empapando sus pestañas.
 Jorge siempre fue discreto, nunca habló de más, no hacía demasiadas preguntas, no se entrometía en asuntos que le eran ajenos, guardaba absoluto silencio sobre todo lo que oía dentro del auto, y fuera de él. Luis solo pudo recordar una ocasión en que inquirió más allá de lo estrictamente necesario, y solo fue para obtener una confirmación. No, no estaba seguro, pero estaba agotado y necesitaba tomarse un respiro. Sus recuerdos lo transportaron a ese mismo lugar en su memoria cuando él, con una súplica, le dio la llave y le dijo: "No lo perseguiste antes, pero tenés la oportunidad de hacerlo ahora".
—A mí Jorge me dijo que tenía miedo de que cayera en manos equivocadas.
—No se refería a vos, creía que se la ibas a dar a Fernando.
 Y su miedo no era injustificado. Después de todo, terminó concediéndoselas, de una u otra manera.
—Pero, ¿cómo sabía Jorge sobre las pistas?
—Cuando Ser se fue, le dejó una serie de instrucciones en un sobre cerrado. Se lo dio y le hizo prometer que no lo abriera hasta que fuera tiempo, pero no le dijo cuándo iba a ser el tiempo, se iba a dar cuenta solo.
 Él cumplió su promesa, no lo abrió hasta después de su funeral, cuando recordó que lo había dejado en la guantera del auto. Era un manuscrito que iniciaba con las palabras "Cuando ya no esté...".
—Parece ser que no había terminado de ordenar las pistas, y le delegó esa tarea a él.
 Por eso supo indicarle a Sara dónde encontrarla, por eso Jorge la encontró tan fácil cuando quiso alejarla de ella, porque era él mismo quién la había ocultado.
—Pero tampoco sabía bien de qué se trataba, creía que era algo para mí, por eso me dio la llave. Entonces, seguí las coordenadas y llegué hasta acá, pero cuando empecé a ver el video, me di cuenta de que...
—¿Supiste cómo descifrar la pista? —consulta, aunque en su relato ya lo ha dado por sentado. Se pregunta si le costó resolverlo tanto como a ellos.
 En el rostro de Luis se dibuja una sonrisa, íntima, que ha reservado solo para él. Le trae el recuerdo de todas aquellas veces en que expresaba su cariño de las formas más insólitas, en crucigramas, en juegos de palabras, entre rimas, en papelitos que dejaba desparramados por ahí, con la esperanza de que él los encontrara en los momentos más espontáneos, los menos esperados, y le sacara una sonrisa, y le recordara lo mucho que lo quería. Siempre funcionaba, siempre cumplía su propósito.
—Dos de sus cosas favoritas, los acertijos, y la poesía.
 Sara lo recuerda leyendo, a la sombra de un árbol, con una lapicera detrás de la oreja por si se le ocurrían anotaciones, y los anteojos caídos sobre el puente de su nariz.
—Pero esta vez no eran para mí, Ser había preparado todo esto para ustedes, su familia, y no quise entrometerme porque no me correspondía. Le devolví la llave a Jorge, y le pedí que la dejara seguir su curso.
 Lo decidieron tras una larga charla en la que se sinceraron por completo, en la que confesaron sus emociones; Jorge, que se había quedado con la impresión de que Luis le había fallado a Sergio al no irse con él, entendió sus razones. Luis, por su parte, le perdonó que nunca se volvió a comunicar, ni siquiera para darle sus condolencias, después de la muerte que ambos lloraron, que, con mayor o menor intensidad, se llevó algo de ellos que no volverán a recuperar. Dejaron todas esas tensiones atrás, una sensación dentro de ellos les decía que se lo debían, que lo menos que podían hacer era respetar su voluntad, para honrar su memoria.
—Ojalá nos hubiéramos enterado antes —se lamenta Sara—, no te das una idea de cuánto me hubiese gustado poder hablar con él y demostrarle que las cosas no hubieran sido tan malas como él creía. Si hubiéramos tenido la oportunidad, yo creo que...
 Se detiene antes de finalizar una oración que, lejos de darle ánimos, sólo suma a la desesperanza, a la frustración, y al ahogo.
 Tiene una pregunta, un cuestionamiento, una súplica, en la punta de la lengua que no se ha animado a hacer, pero en la que no puede dejar de pensar. No pretende incriminarlo, no cree que él tenga responsabilidad alguna, y sin embargo...
—Y vos, ¿no hiciste nada? ¿No sabías que él estaba mal?
 Luis toma un respiro, hondo, y con resignación, suelta el aire.
—Después de que nos separamos, estuvimos varios años sin vernos y sin hablarnos. Por mucho tiempo no supe nada de Sergio.
Sara no lo juzga por eso, reconoce por su propia experiencia que tomar distancia es lo más sano después de terminar una relación. Pero hay un dato que ha dejado entrever, en la forma en que ha utilizado las palabras, que si no se supo de él "por varios años" significa que, en algún tiempo, se volvieron a ver.
—¿Hasta que...?
—Nos cruzamos de casualidad, él estaba paseando con Alina, yo venía solo.
 Fue un momento incómodo, en realidad. Se cruzaron tan de frente y tan directo, que quizás, si no hubiesen frenado cuando estaban cara a cara, habrían chocado con el otro. Sergio se quedó mirándolo, como si no supiera qué decir, y fue Luis el que pronunció el "hola" que rompió el hielo. Cuando Lina, de la mano de su abuelo, le preguntó quién era él, dijo "un viejo amigo", y por mucho que él supiera que era la respuesta que estaba obligado a dar, que no era el momento ni el lugar para dar explicaciones, debe admitir que le dolió escucharlo.
 Hubiera quedado allí, en una mirada y una parca conversación al pasar, si no fuera porque Sergio lo llamó más tarde ese día.
—Me pidió que nos encontráramos, y no pude decirle que no. Nunca me salió decirle que no, no hubiera querido tener que hacerlo. Pero esa noche, fue como antes, como si nunca nos hubiéramos separado.
 Los detalles, los relata sólo en su consciencia. Lo amó demasiado, como siempre, pero más que nunca, de la forma que había reservado en su mente solo para él, con la pasión que no volvió a encontrar en otra cama, en otro cuerpo, en otros ojos que no fuesen los suyos.
—Yo estaba tan enamorado, y lo había extrañado tanto, que estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa, cualquier promesa, aunque supiera que no la iba a cumplir. Pero esa noche no me prometió nada, no me pidió que volvamos, no parecía querer nada más de mí de lo que pude darle.
 Se sintió usado, y vacío, luego de estar con él, con sus ilusiones en el suelo, junto a la cama, debajo de la ropa que se quitaron y despreocupadamente dejaron caer. Se sintió débil por haberlo dejado entrar, otra vez, a su mente y a su corazón, a él que tanto lo había lastimado. Él, que lo miraba como si no sintiera nada, que no tenía ni una pizca de entusiasmo en su mirada, cuando él, nunca había dejado de amarlo.
—Después entendí que...que ya no tenía más nada que ofrecer. Sergio ya sabía que esa era nuestra última vez.
—Entonces...vos te diste cuenta, cuando lo viste, que no estaba bien.
—No era el mismo de antes...
—¿Y por qué no dijiste nada? Podrías haberte comunicado con nosotros, era la única forma en que nos podíamos llegar a enterar que estaba triste...
—No me lo hubiera perdonado nunca.
—Pero al menos estaría vivo —discute, y se da cuenta de que ha alzado la voz cuando ya es demasiado tarde, cuando ya lo ha dicho sin ser capaz de retenerse y dejándose llevar por el enojo, que no está dirigido en particular a él, pero podría desquitar hacia ella misma, hacia su familia, hacia el mundo entero. Lo sabe, no se trata de señalar culpables, pero aun así, no puede dejar de buscarlos.
 Cuando la mira, sus ojos, al igual que los de ella, están cubiertos de lágrimas. Pero la diferencia es que él puede hablar a pesar de la angustia, mientras que a ella el llanto le ha quebrado la voz. Luis ya lo ha llorado desconsoladamente tantas otras veces, y como si lo tuviese siempre a mano, o lo hubiera preparado, le presta un pañuelo blanco.
—No hubo un día en el que no haya sentido culpa, en el que no me haya carcomido la cabeza pensando en todo lo que podría haber hecho para salvarlo. Si lo hubiera llamado, si me hubiera quedado más tiempo, si nos hubiéramos sentado a hablar, podría haberme dado cuenta de lo deprimido que realmente estaba. Y podría haber hecho algo. Si yo hubiera sabido de lo que era capaz, jamás lo habría dejado solo.
 Todavía lo piensa, no habrá nada de lo que se arrepienta más, que de haber cerrado esa puerta sin mirar atrás.
—Pero no podemos vivir con culpa, Sara. Sé que se te vienen todos estos interrogantes ahora, porque es muy reciente todavía para vos. Yo estuve mucho tiempo estancado en ese lugar, no podía avanzar, no podía superarlo. Hasta que llegué a un punto en que me estaba costando demasiado vivir conmigo mismo, y empecé terapia. No te puedo explicar lo mucho que ayuda a salir adelante.
 No fue un caminar sin obstáculos, sus conflictos no se resolvieron solos, tuvo que atravesarlos, uno a uno. No fue fácil enfrentarse a sus inseguridades, a sus preocupaciones, a sus miedos, a sus prejuicios. No fue agradable desnudar sus sentimientos, y sus más recónditos pensamientos, frente a alguien más. Es un largo camino, pero está trabajando en ello, y ya puede hablar sin romper en llanto, y cada día siente que crece un poco más. Poco a poco, un paso a la vez.
 En el cielo, las nubes van despejando espacios, por donde se cuelan rayos de sol. Es lo que Sergio siempre había dicho que le gustaba de las sierras, el clima cambiante, las lluvias pasajeras, las tormentas de verano. En algún lugar, probablemente detrás de las montañas, un arco de colores se está proyectando.
—Lo extraño tanto —murmura—, siento que me quedaron tantas cosas por decirle.
—Hablale, mándale un mensaje, escribile una carta. Donde sea que él esté, te va a estar escuchando.
—¿Vos le escribís?
—De tanto en tanto, cuando lo necesito. A veces es para desahogarme cuando estoy triste, pero también le cuento cosas que me gustaría haber compartido con él, cosas lindas, que creo que le sacarían una sonrisa.
 Sara suspira, y con la mirada perdida en el horizonte, con la nariz roja y congestionada, limpiándose las lágrimas que brotan a cada pestañar con el pañuelo que le prestó Luis, piensa en todo lo que querría plasmar en una carta para él.
[lo subrayado estaría tachado]

Para mi abuelo Sergio:  

                                             Probablemente nunca pueda aceptar, aunque lo entiendo, las razones por las que decidiste irte. Probablemente nunca pueda volver a mirar la vida con los mismos ojos, por suerte. Quiero que nunca más la tristeza vuelva a pasarme por desapercibida, que la próxima vez que me encuentre con una mirada como la tuya, sepa que algo anda mal. Quiero agradecerte por eso; Gracias, porque a pesar de que llegué demasiado tarde, me abriste los ojos. Pero no puedo dejar de lamentarme por no haberlos abierto antes. Solo quiero que sepas que yo nunca, nunca, te habría soltado la mano. 

                                            Cuando supe de Luis, se me pasaron muchas cosas por la cabeza, pero lo primero que pensé fue lo mucho que me hubiera gustado haberlos conocido juntos. El otro día vi una pareja de hombres caminando de la mano, no sé si es que siempre fue tan visible, o si soy yo la que ahora está prestando más atención. Pero me acordé de vos, me acordé de ustedes. También me acordé de mis amigos, Matías y Lucas, y de Azul, ¿te acordás de ella? La conoces, era mi mejor amiga es de mis mejores amigas. Pensé en todas las personas que viven libremente su sexualidad, pero también en todas las que no fueron aceptadas, o no pudieron aceptarse. Sé que muchos no la tienen fácil, que pierden sus hogares, sus amigos, y sus familias. Mi corazón está con todos ellos, mi corazón está con vos. Pero deseo, y no me lo tomes a mal, que no haya más nadie que siga tu destino, que nadie tenga que volver a sufrir lo que te tocó sufrir, que tu muerte no haya sido en vano. Nunca voy a entender los motivos, pero deseo que no haya creencia, tradición o religión que se siga oponiendo al amor.
                                           Fuiste valiente, abu, porque amar también es tomar un riesgo, y vos lo tomaste, sin importar las circunstancias. Estoy muy orgullosa de vos, y te voy a recordar, para siempre, como la persona hermosa que fuiste, como el ser de luz que sos.
                                            Donde quiera que estés, donde sea que tu alma habite, ojalá te aceptes a vos mismo te sientas en paz encuentres la calma sepas que no te merecías tanto dolor.
Ojalá seas libre y feliz.

Te ama eternamente,
Tu nieta,
Sara

Fin

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now