Capítulo 23 "A esa dirección, obviamente"

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  El líquido desciende por su garganta. Arde, como si fuego real estuviese adentrándose en su interior, quemándolo por dentro. Inclina su cabeza hacia atrás, hasta que ésta toca el cuero de su silla, y toma un profundo respiro. En su mano, un vaso de whisky a medio tomar. Sobre la mesa, una botella que el paso de los últimos días ha dejado casi vacía. A tal grado que ya ni siquiera sabe si está tomando para despabilarse, o adormecerse todavía más. Pero le agrada el calor que le genera, el impulso que de alguna manera le estimula, como si estuviera cargando sus energías; por más de que si vistiera su saco, se estaría sofocando, y ha desajustado la corbata de su cuello cuando sintió que comenzaba a ahorcarlo. Su camisa clara, mala elección, quizás, ya está humedecida. No lidia muy bien con la ansiedad, ni el nerviosismo que suele acompañarlo, el que retuerce su estómago y no lo deja dormir en las noches. Detesta esperar, y no porque pretenda que todo se logre en un instante, sino que prefiere desconocer hasta tanto tenga certezas, seguridades precisas en las que pueda apoyarse; y maldice, sobre todas las cosas, las llamadas que empiezan, o terminan, con un "Eso lo vamos a hablar cuando podamos reunirnos", como si "eso" no fuera la única razón por la que deben reunirse, proyectándose a un futuro que, según lo acordado, debería haberse concretado hace más de quince minutos.
Pero entonces, tocan la puerta, y más rápido de lo que creía posible, esconde el alcohol, y todo rastro de él, en su cajón; se coloca el saco y lo abotona en el frente, y en lugar de ceder el paso diciendo adelante, abre la puerta invitando a pasar a...

—¿Zóe? —pregunta, porque si bien no estaba seguro de a quién esperar, o cómo luce esa persona, duda que haya aparecido en la forma de su hija.

—Papi, hola, ¿cómo estás?

 La sigue con la mirada mientras ella toma asiento con total normalidad, y todavía confundido con su presencia, se sienta frente a ella. Quizás, la duda está escrita entre las arrugas de su ceño fruncido y su frente, que Zóe no tarda en esclarecer.

—Quiero que hablemos de algo importante, ¿puede ser ahora?

—No sé si tengo tiempo para un par de cosas —admite, dándole a una mirada a su reloj de muñeca. Veinte minutos ya, su tolerancia flaquea—, pero puedo escuchar por lo menos una.

 Ella asiente, tomándose sólo unos segundos para ordenar las ideas en su cabeza antes de hablar. Hace mucho que hacerle una propuesta no la ponía tan nerviosa, pero cree que ésta podría darle un giro muy valioso a su vida. El comienzo de una nueva etapa, con más trascendentes responsabilidades que está dispuesta a asumir, y varias aspiraciones que ansía que dejen de ser solo deseos, para empezar a ser parte de la realidad que quiere construir. Cuanto más lo piensa, se difuminan las razones que califica de urgentes, y las simples excusas; detrás, hay sincera emoción.

—¿Te acordás lo que nos dijiste cuando con Sara decidimos independizarnos?

—Sí, me acuerdo, pero si estás tratando de volver al departamento, desde ya te digo que no me vas a convencer.

Zóe sacude la cabeza, negando.

—No estoy hablando de eso, sino de la otra cosa que nos dijiste, sobre el trabajo.

 Él junta ambas manos sobre el escritorio, entrelazando sus dedos, y apoya su barbilla en ellas, sus codos presionados en ángulos agudos contra la oscura madera de su escritorio. Mientras, se pregunta qué otra cosa les ha dicho, que no conduzca a las responsabilidades de vivir solas, administrar el dinero mensual de forma razonable y equitativa, y hacerse cargo de las tareas; ninguna de ellas es relevante mientras vivan con él, y por el momento y hasta nuevo aviso, el tiempo seguirá siendo indefinido. Sin poder recordarlo, le pide a su hija que lo ilumine.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now