Capítulo 5 "El último trago en su vaso de campari"

436 36 0
                                    

 La mesa está servida en la galería del patio trasero, convenientemente cerca del asador, y de la jaula de Pinky, el pájaro, lo que no es tan oportuno desde que Alina no ha parado de hablar un segundo de él. Mientras se acomodan en sus lugares para comer, ella comenta que su mascota necesita un amigo para no aburrirse. Sugiere un gato, a lo que Zóe reacciona con una carcajada. Su mamá intenta explicarle que las aves y los gatos no se llevan tan bien, pero ella se rehúsa a creerle, porque ha visto miles de veces ese programa donde un pajarito amarillo y un gato negro viven en una misma casa, e incluso el animal de plumas cree que su compañero es un lindo gatito, así que sí, pueden ser amigos. Su observación al menos deja en evidencia una cosa: no ha entendido el sentido de la caricatura, pero a pesar de su confusión, Victoria se rinde y coincide con ella, diciéndole que está en lo cierto. Alina festeja su triunfo sacándole la lengua a su hermana mayor, no es que sea una nena muy caprichosa en realidad, pero si hay algo que siempre quiere es tener es la razón. Nadie la culpa, después de todo, ella es una De Marchi también.
Ya han terminado de cenar para cuando el reloj marca la medianoche, haciendo sonar sus campanas. Al oírlo, Pablo eleva su vaso en el aire, proponiendo un brindis. La espirituosa bebida roja, acompañada por varios hielos y rodajas de pomelo, se mueve con gracia dentro de su vaso al chocar con el de Fernando. Ambos están bebiendo campari, el tradicional trago que comparten cada vez que cenan juntos. La costumbre fue heredada de Sergio, padre de Pablo y fundador de De Marchi Investments Group S.A., financiera que, en la actualidad, Fernando y Pablo dirigen. Según Sara recuerda: "simboliza la fidelidad y dedicación hacia la empresa, hacia nosotros mismos, y a nuestros seres queridos", expresado así por el creador de dicha costumbre. Fernando le ha contado, además, que cuando Sergio les habló de lo que significaba para él, hizo un especial énfasis en sus parejas, recomendándoles que su prioridad siempre fuera amarlas y protegerlas —lo que había sido lastimoso de oír, había perdido a su esposa poco tiempo atrás, y sus ojos volviéndose llorosos al decirlo fueron la prueba de que aún no lo superaba—. Quizás Sergio, al hablar de la pareja de aquel que no era su hijo —aunque lo trataba como si lo fuera—, se refería a su entonces esposa, Leticia, pero Fernando le aseguró a Sara que incluso cuando no había papeles legales de por medio, desde el día en que selló emocionalmente su separación, ella se convirtió en su máxima prioridad.

 Hoy en día, el trago representa también un pequeño homenaje y conmemoración a Sergio, a quien un asalto a mano armada le arrebató su puesto de presidente de su financiera, y cualquier otro que desease ocupar. Padre, esposo, amigo y algún otro título suprimidos con un disparo en la sien. El carácter repentino de su muerte fue el golpe más duro, la posibilidad de prepararse psicológicamente para la ausencia había ayudado a reducir los impactos cuando Alicia enfermó de cáncer, y a pesar de que ello no era consuelo a su dolor, al menos sabían que sucedería. Con Sergio fue rápido, inesperado, desgarrador, sin despedidas ni un último adiós. No han tenido más opción que sobreponerse a su desolación y extrañarlo desde entonces, Sara suele preguntarse cuánto cuando ve el destello de melancolía en los ojos de su papá. Es un dolor que no va a abandonarlos nunca.

 Fernando está tomando el último trago en su vaso de campari cuando ve a Sara reaparecer en la galería. Ella está usando un ajustado vestido rojo; es corto, mostrando un generoso tramo de sus piernas con las que se distrae al observar, y provocativo en la forma en que la tela se ciñe a su cuerpo, marcando sus curvas con delicadeza. El pronunciado escote de su espalda deja aún más piel al descubierto, sin ser demasiado revelador, sin cruzar la línea de la vulgaridad. Es un juego contradictorio, en el que su sensualidad e inocencia se desafían con el objetivo de despertar sus sentidos, porque quizás Pablo aún se deja engañar por la ensayada expresión de ingenuidad de su hija, pero Fernando conoce las verdaderas intenciones ocultas detrás de sus ojos, más allá del oscuro maquillaje que remarca su mirada, haciendo al verde de su iris resplandecer. Su apreciación hacia ella es detallada, penetrante, y a pesar de que sería capaz de seguir observándola por mucho tiempo más, se obliga a reprimir el impulso de morder su labio y, clavando sus dientes en el interior de su mejilla, aparta la vista.

—¿Ya te vas, Sara? —Pablo le pregunta.

 Ella asiente y se prepara para el interrogatorio que recibirá a continuación: "¿A dónde?", "¿con quién?", "¿tenés plata?"; el que responde con exactitud, pero sin detenerse en detalles: "A donde vamos siempre", "con las chicas", "sí, me diste antes". Su verdadero interés se centra en las últimas palabras que le oye decir, porque cuando su papá le pregunta si necesita algo más, la respuesta es un claro que sí.

—Que me lleves, Ori me iba a pasar a buscar, pero se le complicó y no pudo —miente, Pablo no necesita saber que no hubo conversación alguna con ella.

Él vacila esta vez, con bastante menos disposición para complacer a su hija.

—¿Por qué no te pedís un taxi mejor? Yo no doy más de lo cansado que estoy.

 Sara respira hondo, evitando hacer una mueca que denote su descontento. Si bien el hecho de que su papá no comparta muchos momentos con ella no le quita el sueño, suele molestarle que él prefiera gastar miles de pesos en sus hijas a invertir su preciado tiempo y esfuerzo en ellas. Debe admitir que la enoja sobre manera cuando su necesidad de favores es genuina, pero ha llegado a la conclusión de que, si puede sacar provecho de ello, quizás no es tan malo.

—Pero pa, no tengo tiempo para llamar a un taxi, las chicas ya me están esperando —insiste, con el tono de voz que suele usar cuando quiere salirse con la suya. A pesar de que persuadir a su papá no es precisamente su intención, debe aparentarlo al menos— Por favor, no te cuesta nada.

 Pablo suelta un suspiro de resignación antes de tomar todo el contenido de su vaso de un tirón y manotear las llaves de su auto con poca gana. Es entonces cuando Fernando ve la oportunidad perfecta para intervenir.

—Esperá Pablo —dice, levantándose de su asiento—, yo justo me estoy yendo, si querés la puedo alcanzar.

 La sensación de alivio que recorre su cuerpo se vuelve obvia en la manera en que deja escapar un suspiro, pero aun así, como si su lenguaje corporal no hubiese ya dado por sentado que pretende ceder ese compromiso, duda al aceptar la oferta.

—Mirá que queda medio lejos...

—No hay drama —asegura, balanceando las llaves de su auto entre sus dedos. No es como si no hubiese recorrido ese camino antes, en realidad.

 Simples palabras son suficientes para convencerlo. Ella levanta la vista para buscar los ojos de Fernando, y comparte una secreta sonrisa con él, celebrando el silencioso triunfo; el que de repente se ve interrumpido por la voz de su hermana, entrometiéndose en la conversación como si hubiese estado escuchándola desde el principio. Sara sabe que así fue.

 Ambos voltean a verla, un par de amenazantes miradas posadas sobre ella. Zóe es una persona difícil de intimidar.

—Yo la llevo —ofrece, con sus llaves en mano, también.

 Fernando no va a darse por vencido tan fácil.

—No hace falta Zóe, yo no tengo problema.

—Ya sé que no —murmura, luego vuelve a subir la voz—, es para no molestarte.

 Ella pone los ojos en blanco, ¿desde cuándo su melliza es tan considerada?

—No me molesta —afirma con tono determinante, su mandíbula bajo una leve presión.

 A Sara no le hace ninguna gracia que estén disputándose sobre ella como si fuese un objeto incapaz de decidir por su propia cuenta, sobre todo cuando está ganado quien desearía que no lo hiciera pero, cuando su hermana le sugiere irse con un movimiento de cabeza, sabe que no puede rechazarla sin dar paso a las suposiciones, por lo que le dirige a Fernando una mirada de disculpa y camina detrás de ella hacia el auto. Por mucho que asume que Zóe tiene vagas ideas de la relación amorosa que oculta, duda que él sea el blanco de sus sospechas. De hecho, piensa, con un noventa y nueve por ciento de convicción, que la escena que acaba de protagonizar no fue una objeción hacia el hecho de que Fernando sea quien la lleve, sino una forma de expresar su directo rechazo hacia él, demostrándole que su asistencia no es útil ni requerida. Al mismo tiempo, una irrelevante, serena, que representa al uno por ciento restante, que habla en un volumen ignorable, casi inaudible, voz en su consciencia le dice que, así como consigue mentirle a los demás, podría estar mintiéndose a sí misma.

Para quien quiera abrir los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora