Capítulo 29 "Pero en sus labios, los besos de otra"

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 Acomoda las manos sobre el volante, y presiona el acelerador. Cierra los ojos. El motor vibra bajo sus pies, el auto está en movimiento. O lo estuvo alguna vez. De fondo puede escuchar una melodía, la letra ondeando en el ambiente como las oraciones que ninguno de ellos se animaba a pronunciar, cuando, cansados de discutir, se quedaron callados. 

—¿Es en serio tan importante? —Sara había preguntado con la latente esperanza de que, a último momento, Fernando respondiera que no, que no valía la pena.

 Pero en realidad lo era, aparentemente. Leticia inauguraba —o reabría, luego una serie de remodelaciones que no tardaron más que un par de meses, lo que en opinión de Sara le restaba bastante protagonismo a la celebración— su emprendimiento personal; un hotel que bajo su administración adquirió la cuarta estrella y bastante renombre en la alta sociedad, lo que le hubiera resultado mucho más difícil de conseguir si no hubiese tenido a Fernando a su lado con una gama de contactos más que interesantes para ofrecer. La fiesta prometía estar a la altura de las expectativas, y Sara lo entendía, era lo más políticamente correcto que su marido esté presente. Aun así, él podría haberse zafado, inventar un viaje o un compromiso infaltable como ya lo había planteado en otras ocasiones. Leticia debía entenderlo, o joderse. Ella apostaba más a la segunda opción, le había tocado ya muchas veces estar en ese lugar.

 Quizás, si hubiese sido cualquier otro día, Sara no la habría detestado tanto, pero justo ese fin de semana Zóe había viajado a Mendoza con sus amigas, dejándole el departamento para ella sola, algo tan excepcional como oportuno, y sus papás habían aceptado la excusa de quedarse a estudiar para no ir a visitarlos, lo que era en parte cierto; sí tenía un parcial el miércoles siguiente, no pretendía pasar el fin de semana enfocada en ello. Los planetas se habían alineado para que pudiera planear quedarse con él en su cama, mirando una película, contando las estrellas desde su balcón, haciendo lo que fuera a lo que los condujera su cadena interminable de besos. Nada nuevo en realidad, sin embargo, el hecho de que fuese en su departamento, un lugar prohibido para Fernando el noventa y nueve por ciento del tiempo, lo hacía verdaderamente especial. Para nada había imaginado que su sábado a la noche terminaría con ella llevándolo a la fiesta de su pareja oficial.

—Es mi esposa, aunque no te guste amor, no puedo fallarle —él había dicho, con el pesar de tener que dar las mismas explicaciones de siempre. Dolido, también, porque si hubiese escuchado el clamor de sus sentimientos sobre la razón de su consciencia, se habría quedado en el auto, con el corazón entero. Pero alguien siempre se ve obligado a quebrarse, y al cerrar la puerta del auto, la decisión ya estaba tomada. Se arrepiente de no haberle dicho que su intención jamás fue romper su corazón, sino cargar él solo con el peso de las heridas del suyo, forzándose a sonreírle a una mujer de la que nunca pudo enamorarse.

 Sara se quedó con las palabras en la boca, y un nudo en el pecho. Pero cuando la rabia y el enojo se desvanecieron, debajo sólo había desilusión y tristeza. Mucho más profundo que sus celos, estaba su propia inseguridad, el dolor desgarrador de no sentirse suficiente, de llorar en su almohada deseando serlo, preguntándose qué más debía entregar, qué otra cosa debía sacrificar por él cuando ya lo había dado todo. Y ahí estaba ella, perfecta e inalcanzable, tan correcta y tan hermosa. La mujer ideal para Fernando, según sus padres, el emblema de lo que ella nunca sería, y nunca fue. Tal vez, ese era el problema, Leticia era el tipo de mujer que él merecía a su lado, y en lo más bajo de su autoestima, se creía incluso capaz de dar un paso al costado si eso era lo mejor para él, aunque le doliera en el alma y le partiera el corazón. Sin embargo, aun sumergida en la angustia más oscura, su intención nunca fue morir. Quizás si las lágrimas la hubieran dejado ver el camino, si el vidrio no hubiese empezado a empañarse por el frío; quizás si hubiese estado prestando más atención, habría visto el auto que se aproximaba a igual velocidad por su mismo carril, estrellándose contra su lado derecho y haciéndola girar sin control. Ambos salieron sanos y salvos, con no más que lesiones leves y una fractura en la muñeca, pero Sara nunca olvidará el pánico que sintió cuando las luces la encandilaron y la sacudió el fuerte impacto del choque. Todavía la aterra pensar en volver a manejar, y de hecho, no había vuelto a tocar un volante hasta hoy. Su auto, tan roto como quedó, fue guardado en un galpón de propiedad de la empresa, junto a cientos de otras cosas que ya no se usan, pero por alguna razón hay que conservar. Ella nunca había sentido curiosidad por ir a verlo, y quizá no lo habría hecho, si no se hubiese visto en la necesidad de hacerlo. El sobre dorado que encontró en la habitación de pervigilo tenía adentro una foto muy particular. El reproductor de un auto Chevrolet mostrando Every Rose Has It's Thorn sonar, la canción exacta que estaban pasando en la radio cuando Fernando se bajó del auto, acompañada por una poesía que, con solo recitarla una vez, supo interpretar:

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now